La desolación del profeta es inmensa ante el cuadro que describen los versículos precedentes. Sus lágrimas corren, inagotables, en presencia de esa ruina “grande como el mar” (v. 13).
También Jesús lloró sobre Jerusalén, sabiendo de antemano cuáles iban a ser, para la ciudad culpable, las consecuencias de su rechazo (Lucas 19:41 y sig.)
Si bien el rey, los príncipes, los sacerdotes, los profetas mentirosos (v. 14) y la mayoría del pueblo merecían los golpes que recibieron, numerosos son los que sufren sin ser directamente responsables. Criaturitas mueren de hambre; ancianos y niños caen de inanición en las calles (v. 11, 19, 21). Sin embargo, Jeremías no formula ningún por qué. Se pone él mismo «en la brecha» a favor de ese pueblo al que ama.
Los versículos 15 y 16 nos presentan de nuevo a “los que pasaban por el camino”. Pero ya no se trata solo de indiferencia, como en el capítulo 1:12. Esta vez son las cabezas que se menean despectivamente, el crujir de dientes, las miradas desvergonzadas, los insultos y el desprecio.
Jesús, la santa Víctima, conoció durante las horas de la cruz todas esas manifestaciones de la maldad de los hombres
(véase Salmos 22:7-8; 35:21).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"