En el capítulo 1 los enemigos de Jerusalén eran considerados como responsables de los infortunios de esa ciudad. A partir de ahora, todo lo ocurrido es visto como la obra del Señor y solo de él. Sepamos también nosotros reconocer a Aquel que nos disciplina… a veces para castigarnos, pero siempre para bendecirnos al final. Y en lugar de detenernos a considerar los medios de los cuales Dios se sirve para ese fin (preocupaciones por la salud y el dinero, contrariedades que sobrevienen en nuestro trabajo…), en lugar de procurar solo sentirnos aliviados lo antes posible, humillémonos bajo la poderosa mano de Dios y echemos toda nuestra ansiedad sobre él, porque tiene cuidado de nosotros (1 Pedro 5:6-7).
Jerusalén hace el completo inventario de su desastre. Su rey, sus sacerdotes, sus profetas son hechos cautivos o masacrados, sus fiestas solemnes son abolidas y sus muros arruinados. Nada se salvó, ni aun las cosas más santas: el altar y el santuario fueron contaminados (cap. 1:10), devastados, y los objetos valiosos llevados a Babilonia. Sí, ¡hasta el arca misma, “estrado de sus pies” (v. 1; Salmo 132:7) juntamente con la ley que estaba contenida en ella! (v. 9; 1 Reyes 8:9). Desaparece para siempre, esto prueba que Dios rompía todas las relaciones con su pueblo culpable.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"