Nos acordamos de la horrible cisterna en la cual Jeremías había sido echado por los que eran sus enemigos “sin haber por qué”. Ella inspiró el versículo 52 y los siguientes, e ilustra los terrores de la muerte en la cual nuestro Salvador, por su parte, entró realmente (véase también Jonás 2:3).
Pero los versículos 55 a 58 pueden ser la experiencia de cualquiera que gime bajo el peso de sus pecados y llega a darse cuenta de lo que el Señor hizo por él.
El capítulo 4 hace que contraste el actual estado de Jerusalén con lo que había sido anteriormente. En los tiempos de su prosperidad todo tenía el más brillante aspecto. Los hijos de Sión eran “igualados con el oro puro” (v. 2, V. M.) Igualados solamente –notémoslo– porque cuando la prueba pasó como el fuego del refinador, todo fue consumido, mientras que el verdadero oro le resiste victoriosamente. Sí, solo se trataba de un brillo engañador. Recordémoslo: la prueba siempre deshace las apariencias y manifiesta el verdadero estado de un corazón. La crueldad (v. 3), la ausencia de toda lástima (v. 4), el odioso egoísmo que conduce a los hechos más abominables (v. 10) es lo que ahora aparece al desnudo en esos habitantes de Jerusalén. Dios manifiesta el fondo de sus corazones y el fuego de Su juicio no deja subsistir nada de la falsa piedad de ellos.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"