Con el capítulo 3 llegamos al corazón de este librito y, al mismo tiempo, al fondo de la aflicción del profeta. Jeremías, sin ser culpable, carga personalmente con las iniquidades de su pueblo, de manera que considera que el castigo cae también solo sobre él: “Yo soy el hombre que ha visto aflicción bajo el látigo de su enojo…” (v. 1). De ese modo representa al Señor Jesús mientras cumple la expiación de nuestros pecados. Los padecimientos soportados en la cruz de parte del hombre, los que nos son recordados por los versículos 14 y 30 (comp. respectivamente Salmo 69:12; Isaías 50:6) fueron seguidos, durante las tres horas de tinieblas, por los sufrimientos que Dios le infligió cuando le trató como debía serlo el pecado. Todas esas terribles expresiones de su ira las padeció el Salvador (comp. v. 8; Salmo 22:2). Y sin embargo, su confianza y su esperanza no fallaron un instante, mientras que las de Jeremías lo abandonaron (v. 18).
Pero, a partir del versículo 21, el afligido busca el socorro junto a Aquel mismo que le hiere. Entonces, su fe sumisa y confiada le hace hallar las maravillosas misericordias de Jehová: “Nuevas son cada mañana” (v. 23).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"