Moisés había actuado antaño sin haber sido enviado por Dios. Ahora que Jehová lo envía, presenta todas las objeciones posibles para declinar el llamamiento: su incapacidad (cap. 3:11); su ignorancia (cap. 3:13); su falta de autoridad (cap. 4:1), de elocuencia (v. 10) y de aptitud para cumplir su misión, deseando que otro sea encargado de ella (v. 13); el fracaso de su primera tentativa (cap. 5:23) y la incomprensión manifestada por sus hermanos (cap. 6:12). Con frecuencia, ¿no invocamos nosotros tales motivos para no obedecer? Los versículos 24 a 26 nos recuerdan que antes de ponerse en camino para realizar un servicio público, es necesario que el siervo de Dios ponga orden en su propia casa. Hasta aquí, bajo la probable influencia de su mujer, Moisés no había circuncidado a su hijo, figura de la condenación de la carne. Dios lo exigía (Génesis 17:10-14), y con más razón en la casa de su siervo, ¡bajo pena de muerte!
Los versículos 27 y 28 nos indican dónde son llamados a encontrarse los hermanos (en la montaña de Dios) y cuál es el tema de este encuentro (la Palabra del Señor y sus maravillas).
Al principio del capítulo Moisés decía:
He aquí que ellos no me creerán.
Pero Jehová ha preparado los corazones. Los hijos de Israel creen (v. 31; comp. 2 Crónicas 29:36). Incluso antes de la liberación se prosternan y adoran.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"