Moisés renuncia a su título y a sus riquezas para visitar a sus hermanos oprimidos. Desconocido y rechazado por ellos, huye a un país extranjero. Allí, después de haberse manifestado como aquel que libera y sacia la sed (v. 17), toma una esposa y se convierte en pastor. Todos esos rasgos nos hacen pensar en Jesús, el Hijo de Dios, quien se despojó de su gloria para visitar y salvar a su pueblo Israel. Pero como los suyos no lo recibieron (Juan 1:11), ahora está lejos del mundo, como el gran pastor de las ovejas y el Esposo de la Iglesia redimida por su gracia y partícipe de su rechazamiento.
Cuarenta años han pasado para Moisés. Dios se le va a revelar en una “gran visión”. Para Agar, Dios había escogido un pozo, para Jacob una escalera y para Moisés escoge una misteriosa zarza. ¿Puede decir usted dónde y cómo ha encontrado al Señor?
Dios quiere mostrar a Moisés su gracia hacia su querido pueblo. En medio de la hoguera de Egipto, Israel era como esa zarza, probado pero no destruido por el fuego. Lo mismo ocurre ahora con los que hemos sido rescatados por el Señor. El fuego de la prueba no tiene otra finalidad que la de destruir el mal no juzgado que subsiste en nosotros. Solamente en Cristo el fuego divino no encontró nada que consumir (Salmo 17:3).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"