Durante los largos años de esclavitud en el “horno de hierro” de Egipto (Deuteronomio 4:20), Dios no era indiferente a los sufrimientos de su pueblo. Se acordaba de sus promesas hechas a Abraham (Génesis 15:13-14), a Isaac (Génesis 26:3) y a Jacob (Génesis 46:4). Llega el momento en que va a darse a conocer a los suyos, por medio de Moisés, como el Dios de sus padres y al mismo tiempo como el Dios que los ama y quiere liberarlos. ¿No es así como también pueden conocerlo todos aquellos que sufren bajo el peso de sus pecados? El estado de miseria y de perdición de su criatura no ha dejado a Dios insensible, así como tampoco lo fue en aquel tiempo, sino que vio la aflicción de Israel y oyó su clamor y sus suspiros. Pero él no se conforma con conocer “sus angustias” (v. 7). Añade:
He descendido para librarlos.
Asimismo Dios descendió hasta nosotros en Jesús y por medio de Él nos liberó. ¿Se detuvo allí? No; quiso, además, hacer de nosotros su pueblo, relacionarnos con Él y enriquecernos (v. 22). Dios revela su nombre a Moisés. Él es “Yo SOY”, aquel que llena la eternidad con su presencia. Él existe, Él es, todo lo demás procede de Él (Isaías 43:11, 13, 25).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"