¡Pobre Sansón! He aquí el fin de su solemne historia: ciego, prisionero, es objeto de la burla de los enemigos de Dios y de su pueblo. Y lo que es más grave: su vergüenza recae sobre Dios mismo, ya que el ídolo parece más poderoso que el campeón de Jehová. Pero Dios pone término a tal presunción del adversario. Una última victoria se otorga a Sansón, quien muere junto con 3000 filisteos.
Así, pues, Sansón perdió sucesivamente su fuerza, su libertad, su vista y finalmente su vida. Meditemos en este relato, nosotros que fuimos criados en el conocimiento del Señor Jesús. Recibimos mucho; nuestra posición es privilegiada. Es verdad que estamos obligados a un “nazareato”: una separación del mundo y de la mayoría de sus placeres.
Pero ¡qué compensación tenemos!: la fuerza del Espíritu Santo, una fuerza sobrenatural, de fuente divina, está a nuestra disposición; y en el camino de la voluntad de Dios, nada resiste a ella. Es de desear que seamos y sigamos siendo de aquellos a quienes se dirige el apóstol Juan:
Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno
(1 Juan 2:14).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"