Existían secretos en la vida de Sansón: su enigma en el capítulo 14 y aquí su nazareato. Pero, no supo guardar ni uno ni otro. El redimido tiene secretos propios con su Salvador: ciertas experiencias hechas con él, de las cuales quizá no pueda hablar con nadie. Naturalmente, nuestra conversión es algo que se debe saber. En cambio, no siempre podemos explicar a otros por qué hacemos o no tal o cual cosa (Daniel 3:16). Este motivo, que implica apartarnos para Dios, es nuestro “nazareato”, del cual depende nuestra fuerza espiritual. “Separados de mí nada podéis hacer”, dijo el Señor Jesús (Juan 15:5). Entonces, si el mundo consigue descubrir en qué consiste nuestra separación, también sabrá hacérnosla perder.
Dalila, seductora, día tras día acosa al pobre Sansón. Este, importunado y reducido “a mortal angustia”, termina por ceder. “Ella hizo que se durmiese”, agrega el relato. ¡Sueño fatal! (léase 1 Tesalonicenses 5:6).
Vencedor de un león, en dos ocasiones el hombre fuerte no supo guardar su lengua (cap. 14:17; 16:17). “Toda naturaleza de bestias… ha sido domada por la naturaleza humana” –declara Santiago–; “pero ningún hombre puede domar su lengua” (Santiago 3:7-8). Para conseguirlo, es necesario el socorro de Dios y él solo lo otorga a los que le obedecen (1 Juan 3:22).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"