Los motivos de alegría que Pablo encontraba en los creyentes de Roma (v. 19) no le hacían perder de vista los peligros a los que estaban expuestos. Antes de cerrar su epístola los previene contra los falsos maestros, reconocibles por el hecho de que buscan complacerse a sí mismos, sirviendo a sus propias ambiciones y codicias (“sus propios vientres”, v. 18; véase Filipenses 3:19). El remedio no consiste en discutir con esa clase de gente, ni en estudiar sus errores, sino en alejarse de ellos, siendo sencillos en cuanto al mal (Proverbios 19:27). Sin embargo, esas manifestaciones del mal no nos dejan insensibles. Por ello, para alentarnos, el Espíritu nos afirma que pronto el Dios de paz aplastará a Satanás bajo nuestros pies (v. 20). Numerosos parientes de Pablo se encontraban entre los primeros cristianos, fruto, sin duda, de sus oraciones (cap. 9:3; 10:1). ¡Cuánto estimula esto nuestra intercesión por los nuestros que aún no se han convertido!
Lo que Dios espera de nuestra fe es la obediencia (v. 19, 26 fin), y lo que nuestra fe puede esperar de él, mediante “nuestro Señor Jesucristo”, es el poder (v. 25), la sabiduría (v. 27) y la gracia (v. 20, 24). Sumémonos al apóstol para darle gloria, expresándole nuestro agradecimiento y, sobre todo, viviendo para agradarle.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"