Para ilustrar la posición de Israel y la de las naciones respectivamente, el apóstol toma como ejemplo un buen olivo que representa al pueblo judío. “Por su incredulidad” (v. 20), una parte de sus ramas ha sido arrancada y en su lugar han sido injertadas ramas provenientes del olivo silvestre de las naciones. Ahora bien, todos sabemos que un jardinero siempre hace lo contrario: injerta en el árbol silvestre el retoño de la especie que espera cosechar. Esta introducción “contra naturaleza” (v. 24) de los gentiles en el tronco de Israel subraya, pues, la inmensa gracia que nos ha hecho, a nosotros que no somos judíos, los beneficiarios de las promesas hechas a Abraham. ¡Enorgullecerse de ello sería la más grande de las inconsecuencias! (v. 20).
Llegará el momento, luego del arrebatamiento de los creyentes, en que la cristiandad infiel será juzgada a su vez. Después, todo el remanente de Israel será salvado por su gran Libertador (v. 26).
Las naciones no tenían ningún derecho de origen, e Israel había perdido los suyos. Todos estaban, pues, en el mismo estado irremediable, sin otro recurso que la misericordia divina. El apóstol se detiene con adoración frente a esos consejos insondables, esas profundidades “de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios” (v. 33).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"