A pesar de su incredulidad, Israel no había sido definitivamente rechazado. El apóstol mismo era un testigo de lo que la gracia aún podía realizar en favor del judío rebelde (v. 1). Ya en su época, Elías creía erróneamente que todo el pueblo había abandonado a Dios. Presa del desánimo, incluso había llegado a invocar “a Dios contra Israel” (v. 2). ¡Pero qué gracia hubo en la respuesta divina!: “Me he reservado siete mil hombres, que no han doblado la rodilla delante de Baal” (v. 4). En todos los tiempos el Señor se ha reservado un remanente fiel que se niega a inclinarse ante los ídolos del mundo. Nosotros, ¿formamos parte de él actualmente (v. 5)? El versículo 9 nos da un ejemplo de lo que puede ser un ídolo: los placeres de la mesa (o del buen comer) se convierten en una trampa para los incrédulos, y el Salmo 69:22 agrega: “… lo que es para bien…” (o sea, su prosperidad) les es una trampa.
Luego de múltiples llamados, Israel finalmente fue enceguecido en provecho de las naciones. Pero el ardiente deseo del apóstol seguía siendo este: que los celos del pueblo judío hacia los nuevos beneficiarios de la salvación (envidia de la cual él mismo había sufrido tanto: Hechos 13:45; 17:5; 22:21-22), lo incitara a buscar la gracia que había despreciado hasta ese momento (Romanos 11:14; 10:19).
¡Que al ver nuestras bendiciones cristianas, los que nos rodean deseen poseerlas también!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"