Un visitante muy especial

Un visitante

Capítulo 1

He aquí, yo estoy a la puerta y llamo.
(Apocalipsis 3:20)

Guillermo llegó a casa muy sobresaltado. Era un domingo, cerca del mediodía.

–¡Mamá!, ¡mamá! –gritó el niño mientras entraba con gran estrépito en la cocina.

–¡Mamá!, ¿llamaron a la puerta esta mañana?

–¿Qué quieres decir, hijo mío? –preguntó la señora Peña, que estaba ocupada preparando el almuerzo.

–Quería saber si alguien llamó hoy a la puerta.

–No, creo que no, yo lo habría oído –dijo la madre–. Nadie ha venido esta mañana.

–¿Sabes?, hoy el predicador nos enseñó que hay alguien que va por todas partes, llama a cada puerta y entrega algo a cada persona –afirmó el pequeño–. Y dijo que debemos estar atentos para oír cuando llame, y que tenemos que abrirle enseguida, porque si no lo hacemos, él se va y no vuelve más.

El niño tenía las mejillas enrojecidas y hablaba animadamente. Lo que había oído en la predicación de esa mañana había tocado su corazón y llenaba su mente.

–Bueno –dijo la madre–, nadie puede decir que nosotros no abrimos cuando llaman a nuestra puerta; yo nunca he dejado a la gente esperando afuera. Si esa persona viene aquí, le abriré enseguida. Pero hoy no he salido de la cocina ni un momento. Si alguien hubiera llamado, aunque fuera muy suavemente, estoy segura de que lo habría oído.

Guillermo suspiró aliviado, pero de pronto preguntó:

–Mamá, ¿no habrá venido ayer?

–Pues entonces tendrá que volver, porque ayer no estuve en casa –contestó, impaciente, la señora Peña–. Pero dime, ¿de quién hablas? ¿Quién es el que llama así de puerta en puerta?

Guillermo titubeó. –No lo sé… –dijo al fin en voz baja–; el predicador dijo solamente que llama a la puerta de cada uno.

–No he oído decir que estuviera por esta zona –dijo la señora Peña–. Y si hubiera traído regalos, estoy segura de que me lo hubieran comentado. ¿Qué será lo que trae? ¿Dinero?

–No, no creo que sea dinero, pero el predicador repetía que era necesario que cada uno lo dejase entrar.

 

–Eso no hace falta decirlo. Sería de maleducados dejar afuera a ese visitante. Pero tú, Guillermo, tendrías que haber estado más atento para poder decirme qué es lo que trae.

–El predicador dijo que es algo que todos necesitamos –respondió Guillermo.

–Me parece que la predicación de hoy fue muy extraña –comentó la señora Peña–. ¿Eso fue todo lo que dijo el predicador?

–Me parece que sí, mamá. El pasaje de la Biblia que leyó sólo decía eso; por eso estuve todo el rato preocupado, pues tenía miedo de que viniese antes de que regresase a casa.

–¡Ah! ¿Eso lo decía el texto? ¡Tendrías que habérmelo dicho antes! –dijo la madre–. La señora Peña parecía estar tan enfadada cuando dijo eso, que Guillermo no se atrevió a hablar más durante un momento. Pero el corazón del niño estaba absorto por lo que había oído.

–¡Es verdad, mamá! –repitió Guillermo–. El predicador dijo más de una vez que el visitante va por todas partes. ¡Estoy seguro de que es verdad!

–¡Bah! –dijo la madre intranquila–; entendiste mal. Deja de decir tonterías. Voy a hablar con el predicador y le diré que deje de contar disparates.

¡Pobre Guillermo! Estaba muy triste por oír hablar de esa manera a su mamá, pues la predicación le había parecido muy hermosa, impresionante y seria. Incluso le parecía que mientras el predicador hablaba, varias veces había dirigido la mirada hacia el banco donde él estaba sentado. Guillermo estaba totalmente convencido de que muy pronto alguien vendría a llamar a la puerta, trayendo algo muy hermoso, y ansiaba que fuera ese mismo domingo, mientras todos estaban en casa.

En ese momento llegó el padre y los tres se sentaron a la mesa.