Capítulo 2
–Hoy Guillermo escuchó una predicación muy extraña –comentó la señora Peña.
–¿De qué se trata? –preguntó amablemente el padre, a quien le parecía que un paseo por la mañana le hacía mucho mejor que ir a escuchar un discurso durante una hora–. Hijo, ¿puedes repetirme el texto?
–¡El texto! –dijo la madre sonriendo–. ¡Ah, sí! Guillermo volvió a casa todo alborotado, contando un cuento muy raro. Dice que hay un señor que va de casa en casa llamando a la puerta y que lleva un regalo para cada uno. ¿Has oído alguna vez semejante locura?
–Pero sí, papá –interrumpió el pequeño–. ¡El predicador dice que es realmente así! Me hubiese gustado que tú también hubieses estado en la reunión y lo hubieses escuchado.
–Cosas así nunca suceden –dijo la señora Peña–. ¿Quién ha oído alguna vez a un predicador decir tales disparates? Seguro que Guillermo comprendió mal.
–No, no, papá –dijo Guillermo con los ojos llenos de lágrimas–. ¿Sabes?, leyó ese texto en la Biblia, y dijo que tenemos que prestar mucha atención cuando alguien llame, porque de lo contrario, el visitante podría pasar y no volver nunca más.
–Bueno, tranquilo, hijo mío –dijo sosegadamente el padre–. Tenemos buenos oídos y lo oiremos.
Cuando terminaron de almorzar, Guillermo se levantó, y apoyando confiadamente la cabeza en el hombro de su padre, le preguntó:
–Papá, ¿tienes una Biblia?
–Sí, debe de haber una en casa… pero no sé dónde está. Pero no te rompas la cabeza leyéndola; es demasiado difícil para ti.
–Seguro que ya la leíste toda, ¿cierto, papá?
El padre reflexionó un momento y después dijo:
–No, pequeño, yo no, pero tu abuelo la leía muy a menudo. Yo siempre he tenido que trabajar mucho, y me queda muy poco tiempo libre para leerla.
Guillermo no dijo nada, y se quedó pensativo durante un momento; luego agregó:
–Si tuvieras tu Biblia aquí, lo encontrarías enseguida.
–¿Qué encontraría?
–El pasaje en donde está escrito que alguien viene a llamar a la puerta. Quizá incluso podrías decirnos si vendrá hoy.
Y luego añadió con una mirada suplicante:
–Papá, ¿crees que podrías encontrar en la Biblia el lugar en donde dice cuándo va a venir y qué es lo que nos va a traer?
El padre lo negó, meneando la cabeza.
–No, hijo mío. No creo. Mi padre conocía la Biblia desde el principio hasta el fin, y si hubiera leído algo tan extraño, me lo hubiese dicho. Pero, ¿por qué no se lo preguntas esta tarde a la profesora de la escuela dominical? Tal vez ella pueda explicártelo.
–¡Pero bueno! –exclamó la señora–, estás alentando al chico para que continúe con sus fantasías.
–¿Y si no recibimos nunca ese regalo? –se atrevió a decir Guillermo.
–Anda, anda, ¡ensaya el último corito que te enseñaron! –dijo enojada la señora Peña–. ¡Será mejor eso que seguir hablando de cosas que no entiendes!
Media hora más tarde Guillermo estaba sentado en su lugar habitual, junto con otros niños, en la escuela dominical. Esta vez le pareció que la oración y el coro duraban mucho más tiempo. En cuanto dijeron «Amén» a la oración, Guillermo descargó lo que sentía en su corazón, y dijo:
–¡Por favor, profesora!, ¿podría decirme a qué hora vendrá y qué traerá?
La profesora, un tanto asustada al ver la agitación y la cara ruborizada del niño, le preguntó:
–¿Qué quieres decir, Guillermo?
–Pensé que usted lo sabría; y mi padre también pensó que usted me podría responder –dijo Guillermo decepcionado–. Me refiero a ese señor que viene a llamar a todas las puertas. Mi padre pensó que usted sabría decirme dónde está el pasaje del que habló el predicador esta mañana.
La profesora, quien había asistido a la predicación, comprendió lo que Guillermo quería decir, y al ver su rostro tan serio y la curiosidad que despertó en los demás niños, pensó que sería mejor dejar de lado la lección que había preparado para ese domingo, y responder la pregunta del pequeño.
Entonces, a los niños que estaban muy atentos, les relató la maravillosa historia del divino Amigo que con tanta paciencia viene a llamar al corazón de cada uno, aunque muy a menudo se le deja afuera. Les habló del gran amor y de la infinita bondad que Él manifiesta a los hombres, incluso a aquellos que lo aborrecen. Les contó de qué manera los malvados hombres lo maltrataron y finalmente lo clavaron en la cruz. Además, les aseguró que los que abren la puerta de su corazón a ese bendito huésped reciben la paz y un inmenso gozo en el corazón.
Guillermo escuchó con gran atención, y aunque no alcanzó a comprender completamente el significado de estas palabras, tuvo la firme convicción de que lo que había contado a sus padres era verdad, que estaba escrito en la Biblia. Supo con toda certeza, que podía esperar del cielo, a cada momento, a Aquel que viene a llamar a la puerta. Al terminar la clase se acercó a la profesora y le pidió que escribiera la cita bíblica en una hoja de papel, para que su padre pudiera buscarla y leer el pasaje.