Capítulo 4
Esa mañana la señora Peña estaba visiblemente disgustada. Pensando seriamente en lo que había sucedido el día anterior y durante esa noche, no podía negar que había cometido una grave falta al oponerse a su hijo, que había buscado la simpatía y el apoyo de ella, tratando de hallar respuestas a una necesidad que sentía profundamente en su joven corazón. Procuraba convencerse de haber obrado correctamente diciéndose que toda esa historia era algo absurdo e imposible, pero su corazón lleno de amor maternal la condenaba.
También se dio cuenta de que su hijo no se dirigía a ella como lo hacía habitualmente. No podía decirse que se hubiera vuelto malo o desobediente, muy al contrario, pero al observar sus actitudes en varias oportunidades, se dio cuenta de que la confianza que Guillermo depositaba en ella ya no era la misma, y que estaba más próximo a su padre de lo que lo había estado antes.
El señor Peña no era un hombre tierno por naturaleza, ni buscaba las caricias, pero ahora parecía haber comenzado un nuevo vínculo de unión entre él y su hijo. La madre se reprochaba seriamente el hecho de que Guillermo ya no le hiciese más preguntas sobre el asunto que tanto le preocupaba. Sabía que el corazón del pequeño seguía tan angustiado como en los primeros momentos, pero Guillermo intentaba no hablar delante de ella, y la madre lamentaba haberse mostrado tan impaciente con su único hijo y haber provocado que se distanciara de ella, pues hasta ese momento había sido todo para él.
Al mediodía, cuando su marido volvió a casa, como Guillermo no estaba porque había salido a comprar algo, la misma señora Peña sacó el tema.
–Nunca he visto a un niño absorto de tal manera por un asunto –dijo la señora–. Te aseguro que no comprendo de qué se trata, pero seguramente que no es más que una tontería.
El señor Peña, pensativo, respondió:
–No puedo decir que sólo se trate de un cuento, aunque admito que quizá Guillermo no haya comprendido muy bien lo que se dijo el domingo, y que tal vez no todo lo que oyó sea cierto.
–Todo es mentira –respondió con énfasis la señora Peña, que procuraba hallar una excusa para justificar su actitud hacia su hijo–, pero Guillermo no es el responsable de haber contado esas tonterías que lo han inquietado de tal manera. Lo cierto es que ya no se comporta como antes.
–No sé qué pensar –dijo el señor Peña–. Nunca había oído hablar de algo así, y eso que mi padre era un hombre piadoso que conocía bien su Biblia.
–¡Y que siempre decía la verdad! –añadió su esposa–. Me pregunto qué habría opinado acerca de esta historia.
–Es muy extraño –siguió diciendo el señor Peña–. Guillermo aseguró que esa historia se encuentra en la Biblia. En todo caso no estaría en la de mi padre, de otra manera me lo hubiera dicho. Era un hombre que leía mucho su Biblia y jamás le oí decir una palabra desagradable. Cuando murió, después de una corta enfermedad, yo no estaba en casa, pero me contaron que su final fue muy feliz. Verdaderamente, fue un buen hombre.
–¡Como tú! –respondió la señora Peña–. ¡Nunca podría desear un mejor marido que tú!
–No, mujer. No siempre me comporto como debería hacerlo… Ahora debo volver al trabajo. Envíame a Guillermo en cuanto regrese; encontré un hermoso nido de pajaritos, y estoy seguro de que le gustará verlo.
El señor Peña se marchó rápidamente.