Orar...

El ejemplo de cristo

Para terminar, quisiéramos poner ante cada uno de nuestros lectores el ejemplo de Cristo. Él nos ha dejado ejemplo, para que sigamos sus pisadas (1 Pedro 2:21). Cristo, el hombre perfecto, fue el hombre de oración. Confirmó ese papel central de la oración mediante su enseñanza y su vida. Se dirigía a su Padre en todo lugar y en todo tiempo; pasaba noches enteras orando (Mateo 11:25-27; 14:23; Juan 11:41-42). La oración era el signo de su confianza inalterable en su Padre, la expresión de su comunión con él.

Varias veces el evangelio de Lucas, el cual hace resaltar su humanidad, nos presenta al Señor Jesús orando.

Aconteció que cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia (Lucas 3:21-22).
Estos versículos ponen en relación la oración y el Espíritu Santo. El ejemplo de Jesús es dado a todo creyente que desea servir. Debemos orar para pedir a Dios su ayuda y dejar al Espíritu Santo obrar en nosotros.

Su fama se extendía más y más; y se reunía mucha gente para oirle, y para que les sanase de sus enfermedades. Mas él se apartaba a lugares desiertos, y oraba (Lucas 5:15-16).
El Señor buscaba la aprobación del Padre y no la de las multitudes. El fiel servidor, aunque sea puesto por delante por las necesidades del servicio, sabrá evitar las exaltaciones, peligrosas para él, y orará con fervor para ser guardado en humildad.

En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. Y cuando era de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles (Lucas 6:12-13).
En la Escritura, el monte es símbolo de comunión. ¿Por qué la insistencia sobre el verbo orar en este versículo? Según nos parece, porque cuando llegara el día, Jesús debería tomar una decisión muy importante: elegir a los doce apóstoles. Igualmente el cristiano, antes de tomar cualquier decisión, debe dirigirse a Dios para ser conducido por él. ¡Qué diferencia entre una decisión tomada según nuestros propios pensamientos y una decisión tomada según las directivas del Señor!

Aconteció que mientras Jesús oraba aparte, estaban con él los discípulos (Lucas 9:18).
El Señor Jesús oró antes de interrogar a sus discípulos. Era necesario que Dios obrara en ellos para que discernieran quién era él y aceptaran la parte de sufrimientos que le correspondía. La presentación de la Palabra debería ir acompañada de oración por los que la van a escuchar.

Aconteció como ocho días después de estas palabras, que tomó a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar (Lucas 9:28).
Jesús oró en el momento en que su gloria iba a ser manifestada. Nada pudo hacerlo abandonar su lugar de dependencia y confianza en su Padre. La humildad del Señor forma parte integrante de su misma gloria, mientras que nosotros nos exaltamos tan fácilmente.

Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar (Lucas 11:1).
¡Qué gracia haber escuchado orar al Señor Jesús! Su deseo es enseñarnos a orar también. La piedad llama a la piedad, la actitud tan hermosa del Señor incita a los suyos a imitarlo.

Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya… Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra (Lucas 22:41-44).
En esta lucha angustiosa, la santa voluntad del Hijo se desvaneció ante la santa voluntad del Padre. ¡Qué distancia moral entre el Señor y nosotros! Esta escena hace brillar su gloria con un resplandor sin igual.

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lucas 23:34).
Es la primera palabra que escuchamos de Jesús crucificado. Y es una oración. No pensaba en sí, sino que intercedía por sus verdugos.

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lucas 23:46).
Después de haber sufrido el abandono de su Dios, como nos lo revela su cuarta palabra: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46), en plena paz Jesús entregó su espíritu a su Padre. Su última palabra antes de morir fue una expresión de perfecta confianza. Como él, nosotros también podemos confiar en nuestro Dios y Padre. Él toma en sus manos a cada uno de sus hijos que pasan por la muerte.

Y alzando sus manos, los bendijo. Y aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo (Lucas 24:50-51).
El Señor Jesús subió al cielo orando y bendiciendo a sus discípulos. Allá, siendo él nuestro Sumo Sacerdote, intercede por todos los que confían en él. Tal vez lo más importante para nuestra vida de oración es saber que Jesús ora en este mismo momento por usted y por mí (Hebreos 7:24-26).