Orar...

¿Cómo orar?

Si somos conscientes de la grandeza, la majestad y la santidad de Dios, oraremos a él con reverencia y temor (Hebreos 12:28). El que conoce a Dios como su Padre es caracterizado por la humildad y el sentimiento de su propia pequeñez, pero también tiene la seguridad de ser amado y escuchado.

Conscientes de nuestra necesidad

Una de las primeras condiciones para orar es ser conscientes de nuestra necesidad. Aquel que dice: “Yo soy rico… y de ninguna cosa tengo necesidad” (Apocalipsis 3:17), no siente la urgencia de invocar a Dios. En cambio, el creyente que se da cuenta de su pobreza espiritual se acerca voluntariamente al Padre. En cada circunstancia de su vida acude a Dios, quien es la fuente de todo bien (Santiago 1:17).

Nuestra necesidad más grande, ¿no es Dios mismo?

Con amor y fe

La oración tiene su origen en un llamamiento de Dios. No somos nosotros los que tomamos la iniciativa para orar, es Dios quien nos llama a orar. Orar es, pues, una gracia que Dios nos concede. Dios no cesa de dirigirse hacia nosotros y nos invita a ir a él y amarlo. Este imperativo de amar a Dios (Mateo 22:37) quebranta nuestra autosuficiencia y constituye el comienzo de la verdadera oración.

“Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). Para orar es necesario ser sensibles al amor de Dios y recibirlo por la fe en nuestra vida. ¡Qué felicidad experimentar que Dios nos ama, confiar en él y dejarnos guiar por él! La confianza en el amor de Dios nos conduce a invocarlo en cada necesidad, a dejarlo intervenir en el pormenor de nuestra vida.

Somos exhortados a pedir con fe (Santiago 1:6), es decir, ser ejercitados espiritualmente haciendo intervenir a Dios para «involucrarlo» en una causa según él. Es, por lo tanto, pedir sabiendo que él quiere y puede responder, y que responderá. Para esto es necesario estar fundados sobre la roca, la roca de la Palabra de Dios, y poner toda nuestra confianza en Jesús, nuestra roca. Necesitamos estar bien seguros de toda la voluntad de Dios y no ser de “doble ánimo”, esto es, no estar inciertos en nuestros pensamientos (Santiago 1:8). Cuando pedimos con fe, según la voluntad de Dios, el Espíritu Santo nos da la convicción que Dios ha escuchado nuestras peticiones, y esto incluso antes de que el suceso demandado se produzca (1 Juan 5:15).

Con el corazón y el entendimiento

Cuando oramos, debemos hacerlo con el corazón (Marcos 7:6). No se trata de caer en el sentimentalismo, sino de expresar las necesidades reales y sentidas. Las palabras no siempre expresan lo más profundo de nosotros mismos, incluso pueden encubrir una negativa de abrirse a Dios. Uno no ora con las ideas, sino con su persona. No con lo que uno sabe, sino con lo que vive. La oración debe reflejar lo que soy, ella me implica.

Orar con el corazón, orar “con el espíritu” debe ir a la par con orar “con el entendimiento” (1 Corintios 14:15). Cuando oramos, no se trata de hacer callar nuestra inteligencia, dada por Dios (Daniel 1:17), sino de ponerla al servicio del Señor para comprender, con la ayuda de su Espíritu, su pensamiento y su voluntad. Orar con el entendimiento supone que nosotros y los demás comprendamos las palabras que pronunciamos y que nuestra oración esté de acuerdo con la Escritura.

En el estado moral conveniente

Para ser escuchado por Dios, la oración debe estar acompañada del estado moral conveniente. La conciencia de su gracia nos guardará en la humildad (1 Pedro 5:5), que no presume de sus fuerzas sino que cuenta con Dios.

También debemos orar con rectitud (Proverbios 15:8), con el deseo de obedecer y obrar en consecuencia. Bien podemos preguntarnos: ¿Deseo verdaderamente lo que pido? ¿Lo espero realmente? “Una cosa he demandado al Señor, ésta buscaré” (Salmo 27:4). La oración nos asocia a la obra de Dios. Para responder a nuestras oraciones, Dios puede pedirnos una participación activa. Negarnos a ello haría de la oración una vía de escape. Nehemías, por ejemplo, oró por los muros de Jerusalén y asumió la tarea de su reconstrucción.

Entre las cualidades morales que convienen a la oración, el espíritu de perdón es muy importante (Mateo 6:12). Si guardamos sentimientos de amargura, rencor, etc., nuestras oraciones serán estorbadas. En global, toda nuestra vida práctica tiene repercusiones en nuestra vida de oración (Proverbios 21:13; Isaías 58:9).

En el nombre del Señor Jesús y por el Espíritu Santo

Debemos orar en el nombre del Señor Jesús (Juan 14:14). Dios nos es favorable a causa del Señor Jesús. Pedir en el nombre de Jesús significa identificarse con él, con su pensamiento, sus deseos, su voluntad, e implica que aceptamos su señorío sobre nuestros sentimientos, pensamientos, decisiones, es decir, sobre toda nuestra vida. Sólo por medio de Jesús podemos orar al Padre.

Por último, debemos orar en (o por) el Espíritu (Efesios 6:18). Cuando oramos en el Espíritu, nuestros pensamientos y deseos están en acuerdo con su pensamiento, estamos ocupados en las cosas del Espíritu, gustamos su comunión (Romanos 8:5; 2 Corintios 13:14). Cuando entramos en la presencia de Dios, deberíamos mirar hacia él para que su Espíritu obre en nuestros corazones, los anime, los eleve en la oración. Entonces podemos orar libremente, de una manera directa, ferviente, poderosa.