Práctica de la oración
Tratemos ahora de identificar algunos de los obstáculos a la oración y los recursos para superarlos.
Tomarse tiempo para orar
Orar, y hacerlo regularmente, es algo difícil, tenemos que reconocerlo. “¿No habéis podido velar conmigo una hora?” (Mateo 26:40). Cuanto más pesada se nos haga la oración, más negligentes somos en cuanto a ella. El resultado es una decadencia de nuestra vida espiritual. Para escapar de este encadenamiento, debemos tomar conciencia de que el deseo de orar nos es dado por Dios (Filipenses 1:4; 2:13). La oración es un don de Dios (Salmo 40:3). Debemos recibir ese don, ese deseo de orar, y no hacer otra cosa durante el tiempo consagrado a la oración.
Pero no pensemos que lograremos orar sin pagar el precio. No se trata de tomar decisiones compulsivas, sino de disponer nuestra vida a fin de tomar el tiempo para orar, y eso regularmente. Consideremos el ejemplo de Daniel, de los apóstoles, y las reiteradas exhortaciones a la oración en las epístolas. Por supuesto, hay obstáculos, responsabilidades, cosas que hacer, etc. Seamos firmes, con la ayuda de Dios, para conservar ese tiempo de oración. Sepamos esperar en Dios, quien allanará las dificultades. Siendo conscientes de nuestra propia debilidad, nos volvemos fuertes porque el poder de Dios reposa sobre nosotros (2 Corintios 12:9).
Orientar nuestro corazón hacia Dios
A veces, cuando oramos, la presencia de Dios se hace real y llega a ser una fuente de paz, de ánimo y de gozo. Pero otras veces nuestras oraciones nos parecen rutinarias, frías, sin vida. Dios nos parece lejano. Los fieles del Antiguo Testamento vivieron las mismas experiencias. Pero no por ello cesaron de orar, sino que se lo dijeron al Señor (Salmo 10:1; 13:1). Ahí está el remedio.
Notemos también que la calidad de la oración no se mide por los sentimientos que experimentamos al terminarla. Toda actitud que pone el énfasis sobre los sentimientos, pierde de vista que el centro de la oración es Dios y no nosotros mismos. El objetivo de nuestra oración no debe ser sentirnos bien, sino conocer mejor a Dios, discernir su voluntad y aprender a honrarlo más. En fin, vivir lo que la Palabra llama el temor de Dios.
Vencer las dudas y las incertidumbres
La fe en Dios es primordial en las oraciones (Hebreos 11:6). ¿Entonces qué hacer en caso de duda? Una distinción se impone: existen dos tipos de duda. Una aleja de Dios, la otra conduce hacia él. El primer tipo es la duda por incredulidad, que rehúsa creer, ver su propia necesidad e ir hacia Jesús (Juan 5:40). Es un pecado que debe ser confesado y abandonado. El otro tipo de duda más bien se debe a nuestra debilidad. Esta duda es una angustia, un dolor, una debilidad que afecta nuestro espíritu (Marcos 9:24). Esas turbaciones de la fe pueden ser más o menos dolorosas y prolongadas. Pero si consideramos esas dudas como una prueba permitida por nuestro Padre, “Padre de los espíritus” (Hebreos 12:9), éstas pierden su aguijón de angustia y turbación. Se convierten en la ocasión de entregarnos enteramente a él, actitud que es lo propio de la fe.
Permanecer en la dependencia del Señor
Otro obstáculo para nuestra vida de oración es esa profunda tendencia a ser independientes. Cuando todo va bien, fácilmente nos volvemos negligentes para orar. Nos alejamos de Dios, queremos vivir por nuestra cuenta, y en consecuencia llega el fracaso, un fracaso que durará hasta que nos volvamos nuevamente al Señor. ¡Tenemos necesidad de él para todo!
Se ha dicho: debilidad y fe van juntas. Sólo el que es consciente de su propia debilidad sabe orar verdaderamente. Ha aprendido que no puede valerse por sí mismo y cada día lleva a Dios sus necesidades de una u otra índole. El sentimiento de su fragilidad lo impulsa a orar para recibir el socorro y la misericordia del Señor (Salmo 6:2).
También podemos estar agobiados por el trabajo hasta tal punto que no hallamos más un momento para estar con Dios. Si la oración en palabras o en pensamiento no puede ser constante, en cambio el espíritu de oración puede serlo (1 Tesalonicenses 5:17). El Señor desea que vivamos continuamente conscientes de su presencia. Para perseverar en la oración, es necesario permanecer en su amor. Porque el poder de la vida de oración es el amor derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo (Romanos 5:5).
Meditar la Palabra de Dios
Ciertamente, la lectura y la meditación de la Escritura es uno de los recursos más grandes dados al cristiano para su vida de oración. Leer la Biblia y orar son dos acciones que van juntas, como la inspiración y la espiración de nuestros pulmones (Jacob: Génesis 31:13; 32:9. Moisés: Éxodo 33:12-13; Números 7:89. David: 2 Samuel 7:27. Daniel: Daniel 9:2-3. Habacuc: Habacuc 3:2. Comparar también Lucas 10:38-42 y 11:1-13).
Es importante mantener este equilibrio entre las dos. El que estudia la Biblia sin orar, rápidamente se vuelve seco y sin vida. El que ora sin tomarse el tiempo para leer la Palabra, pronto cae en peticiones vagas y se expone a tomar sus propios pensamientos como si fueran los del Señor.
La oración es una conversación con Dios. Cuando leemos, Dios es quien nos habla. Cuando oramos, hablamos con Dios.
Por medio de la oración y la meditación buscamos conocer mejor al Señor para así agradarlo y amarlo mejor. Meditar la Palabra es tomarse el tiempo para reflexionar en el texto bíblico, su significado, sus diferentes aspectos y qué implica en nuestra vida. Cuando meditamos la Biblia, el Espíritu Santo nos toca y en respuesta hace brotar la alabanza y las acciones de gracias, pero también la confesión y la intercesión, etc. Entonces nuestra oración expresa peticiones inspiradas por la Escritura y se fortalece en las promesas divinas.
La Escritura nos relata varias oraciones de hombres y mujeres de fe. Contiene un libro casi exclusivamente consagrado a las oraciones. Es el libro de los Salmos, el cual ha sido llamado «el corazón de la Biblia». Leer y meditar en las oraciones de la Biblia nos fortalece. El modelo de oración dado por el Señor Jesús a sus discípulos (Mateo 6:9-13) puede orientar nuestra manera de orar1 .
- 1Nota del editor: Mateo 6:9-13 es un modelo de oración, no una oración que debamos repetir de memoria, como una vana repetición (Mateo 6:7).
Obedecer y complacer al Señor Jesús
El apóstol Juan relaciona claramente la respuesta a la oración con el hecho de guardar los mandamientos del Señor (1 Juan 3:22). Para tener una respuesta, es verdad que no debemos apoyarnos en nuestra obediencia sino únicamente en la gracia de Dios. Sin embargo, si no buscamos agradar al Señor, si nos negamos a obedecerlo, Dios no responderá a nuestras oraciones (Isaías 59:1-2).
Finalmente, el gran recurso para ser escuchado es permanecer en Cristo (la comunión, Juan 15:7), que sus palabras permanezcan en nosotros (la obediencia) y orar en el Espíritu Santo (Judas v. 20, Efesios 6:18).