Cuarta revelación
El estímulo de Dios con la promesa de establecer las cosas inconmovibles
He aquí, en una cuarta revelación, el estímulo dirigido al pobre remanente cuya conciencia se había despertado, y quien, de hecho, cuatro años más tarde terminaría la construcción de la casa de Dios. Este estímulo es una promesa. “Yo haré temblar los cielos y la tierra; y trastornaré el trono de los reinos, y destruiré la fuerza de los reinos de las naciones; trastornaré los carros y los que en ellos suben, y vendrán abajo los caballos y sus jinetes, cada cual por la espada de su hermano” (v. 21-22; comp. con cap. 2:6; Hebreos 12:26). Todo será trastornado, ¿y para qué? Para que las cosas “inconmovibles” permanezcan (Hebreos 12:27). Estas cosas inconmovibles son la introducción del Mesías en su templo glorioso (cap. 2). Pero aquí, ¡qué admiración nos embarga cuando entendemos que se trata de establecer y confirmar para siempre al débil Zorobabel! “En aquel día, dice Jehová de los ejércitos, te tomaré, oh Zorobabel hijo de Salatiel, siervo mío, dice Jehová, y te pondré como anillo de sellar; porque yo te escogí, dice Jehová de los ejércitos” (v. 23).
Sin duda, aquí Zorobabel es una figura de Cristo, en una débil medida, pero ante todo es el representante del remanente ante Dios, como Josué el sacerdote en el capítulo 3 de Zacarías. Todas estas cosas serán conmovidas, a fin de establecer este remanente para siempre. Ocurre lo mismo para con nosotros: “Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible” (Hebreos 12:28). Dios ya ha establecido al Señor a su diestra, y nosotros en él, y pronto nos establecerá sobre el trono con él.
“Y te pondré como anillo de sellar”. El débil Zorobabel, como la débil Asamblea de Cristo, será el sello de todos los caminos divinos. Tanto en él como en ella todos los ojos verán lo que Dios ha querido hacer y lo que ha hecho. “Como ahora, será dicho de Jacob y de Israel: ¡Lo que ha hecho Dios!” (Números 23:23). En ese tiempo, el Señor será
glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron
(2 Tesalonicences 1:10).
Es la recompensa por la fidelidad y abnegación a su servicio, pero hay mucho más todavía. Es necesario que la gracia de Dios triunfe al final, que se muestre superior a todas nuestras debilidades e infidelidades: “Porque yo te escogí, dice Jehová de los ejércitos” (v. 23). Es necesario que la gracia de la elección resplandezca ante todas las miradas. Ella es la única causa, la causa inicial y final de la bendición eterna de sus redimidos.
Fundados en Cristo, quien es nuestra esperanza, y sobre la seguridad de la salvación de Dios, apliquémonos, pues, en un continuo juicio de nosotros mismos, a llevar a cabo la obra de la casa de Dios, reuniendo a las almas alrededor de Cristo, único centro de reunión y de bendición.