Estudio sobre el libro del profeta Hageo

Segunda revelación

La recompensa de Dios a la fidelidad

El libro de Hageo contiene cuatro revelaciones. Esta es la continuación del despertar producido por la primera. Dios animó a sus testigos en un tiempo de ruina otorgándoles los recursos que les faltaban y la esperanza gloriosa con la que quería llenar sus corazones. Estos versículos tienen un parecido asombroso con la segunda epístola a Timoteo. Como el remanente judío, Timoteo había estado a punto de perder el ánimo y dejarse intimidar por el mal que crecía a su alrededor. El apóstol lo exhortó a avivar “el don de Dios” que estaba en él. Era necesario que sus manos no fuesen lánguidas para la edificación de la casa de Dios, cualquiera que fuera el aspecto de esta última. “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”, añade el apóstol (2 Timoteo 1:7). Y más adelante dice:

Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús
(2 Timoteo 2:1).

Aquí sucede lo mismo: “Pues ahora, Zorobabel, esfuérzate, dice Jehová; esfuérzate también, Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote; y cobrad ánimo, pueblo todo de la tierra, dice Jehová, y trabajad… no temáis” (cap. 2:4-5). Para animar a su pueblo, Dios no trata de ocultar la ruina, ni aquí ni en la segunda epístola a Timoteo, sino que la constata en toda su realidad: “¿Quién ha quedado entre vosotros que haya visto esta casa en su gloria primera, y cómo la veis ahora? ¿No es ella como nada delante de vuestros ojos?” (cap. 2:3). En efecto, ¿qué podían pensar del estado actual de esta casa comparada con su primer estado? ¿Qué le quedaba a ese pobre remanente? ¿Dónde estaba el arca con las tablas de la ley, el propiciatorio y el trono de Dios entre los querubines? ¿Dónde estaban los Urim y los Tumim para consultar al Señor? ¿Qué había ocurrido con el reinado que unía al pueblo con Dios? Zorobabel, hijo de David, ni siquiera podía llevar el título de rey. ¿Qué había sucedido con el sacerdocio? Josué tenía vestiduras viles, en lugar de sus vestiduras de gloria y gala (Zacarías 3:3). ¿Dónde buscar la presencia de Dios entre su pueblo? ¿Dónde encontrar la gloria? El nombre de Icabod1  había sido pronunciado nuevamente.

¡Qué contraste tan humillante entre el estado de esa casa entonces y su primera gloria! Asimismo ¡qué contraste humillante entre el estado actual de la Iglesia y su aspecto cuando fue instituida! Entonces, ¿debemos desanimarnos? Al contrario, “trabajad” en esta obra, nos dice el Señor. A los que han considerado sus caminos bajo la disciplina del Señor y han sido despertados por su llamado, él repetirá estas consoladoras palabras: “Porque yo estoy con vosotros” (cap. 2:4). ¿No vino el Señor a tomar parte, en el bautismo de Juan, con el remanente despertado por la palabra del profeta? ¿No lo hizo también en el tiempo de Hageo? ¿No lo hará en nuestros días? Él se asocia a los dos o tres a quienes su Palabra ha despertado. Si nos falta la fuerza, él la posee completamente. Él tiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas (Apocalipsis 1:4, 16, 20). “Vé con esta tu fuerza”, dijo a Gedeón en un tiempo de ruina (Jueces 6:14), de la misma manera que en un tiempo de prosperidad decía a Josué: “Esfuérzate” (Josué 1:6-7, 9).

Sí, en él tenemos la fuerza para trabajar en su casa e introducir en ella a los que deben formar parte de la misma. ¡Cuántos cristianos ignoran esto completamente! ¿Sienten la necesidad de edificar la Asamblea sobre Cristo, único fundamento divino (1 Corintios 3:11), o piensan en adquirir prosélitos para sus diversas denominaciones? Cuando se les hace esta observación, evaden su responsabilidad pretendiendo que la única misión de los cristianos es la evangelización. ¡No quieren oír hablar de otra cosa! Por supuesto que la evangelización es una gran tarea, pero no es la única para el siervo de Dios. Preguntemos al apóstol Pablo, ese gran ministro del Evangelio, si estimaba este ministerio superior al de la edificación de la Asamblea o si, por el contrario, ambos tenían un mismo valor para él (Colosenses 1:23-25). Está claro que la evangelización no lo es todo, ni para el Señor ni para sus testigos. Él amó a la Iglesia y se dio a sí mismo por ella (Efesios 5:25). ¿Cómo podría serle indiferente? Dios es honrado por el trabajo que edifica su casa, su Iglesia aquí en la tierra, por débil que este sea. El que no tiene en cuenta esto desprecia lo que glorifica a Dios y se priva de las bendiciones que presentaremos a continuación.

La aprobación de Dios aporta nuevas bendiciones al remanente fiel. Son las mismas bendiciones que hallamos mencionadas en 2 Timoteo. “Según el pacto que hice con vosotros cuando salisteis de Egipto, así mi Espíritu estará en medio de vosotros, no temáis” (v. 5). El conocimiento de la Palabra y el sentir la presencia del Espíritu Santo no pueden existir en donde su casa es despreciada, o donde se ha cesado de trabajar en ella.

Dios no se conformó con bendecir al pobre remanente despertado por su Palabra. Le presentó una esperanza cercana y gloriosa, igual que hoy en día. La esperanza actual de la venida del Señor ha recobrado vida entre los que reconocen la Asamblea de Cristo. “Porque así dice Jehová de los ejércitos: De aquí a poco yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca; y haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenaré de gloria esta casa, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mía es la plata, y mío es el oro, dice Jehová de los ejércitos. La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, ha dicho Jehová de los ejércitos; y daré paz en este lugar, dice Jehová de los ejércitos” (v. 6-9).

La esperanza terrenal judía es reemplazada, para nosotros los cristianos, por la esperanza celestial. Cuando el Señor Jesús venga, llenará de gloria su casa (la Iglesia), a la edificación de la cual él nos había convidado. Por nuestra culpa esta casa hoy es despreciada, aunque él está con los suyos, y esto debe bastarles. Pero cuando en gloria él habite en la Iglesia, el gran amor que le ha profesado y que lo une a ella resplandecerá a la vista de todos por la eternidad. “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres” (Apocalipsis 21:3). ¡La última gloria de esta casa será ciertamente mayor que la primera! Entonces habremos dicho adiós para siempre al trabajo y a la lucha, pues en este lugar el Señor dará la paz.

¡Qué seguridad dan a nuestra fe todas estas promesas! ¡Qué recompensa a la fidelidad pone Dios ante nosotros! Meditemos, pues, sobre nuestros caminos, preguntémonos de dónde viene la paralización de nuestro trabajo. Cesemos de preferir nuestros intereses a los de la casa de Dios; despertemos de este sueño que nos paraliza. Encontraremos con nosotros a Dios mismo, su Espíritu y su Palabra, y seremos animados por la venida del Señor, que nos promete una gloria sin par con él.

  • 1Significación: «privado de gloria» (1 Samuel 4:21).