Estudio sobre el libro del profeta Hageo

Primera revelación

El desánimo ocasionado por el egoísmo y la mundanalidad

Este era el razonamiento del pueblo en el momento en que Hageo fue enviado: “No ha llegado aún el tiempo, el tiempo de que la casa de Jehová sea reedificada” (v. 2). ¿De qué sirve este trabajo que no conduce a nada? Muy a menudo escuchamos estas palabras entre los cristianos, incluso entre los que tras haberse puesto manos a la obra, estiman que sus esfuerzos fueron en vano. Esto tiene un nombre: «desánimo», cuya causa es el miedo y nuestra incapacidad para resistir a los obstáculos que el enemigo nos pone. Preguntémonos si este desánimo no es una ofensa al poder y a la fidelidad de nuestro Dios.

Pero el profeta nos muestra que, en el fondo, ese desánimo solo era un pretexto. Detrás de él se escondían el egoísmo y la mundanalidad, cuya gravedad el remanente desconocía o apenas sospechaba. “¿Es para vosotros tiempo, para vosotros, de habitar en vuestras casas artesonadas, y esta casa está desierta?” (v. 4). El pueblo de Dios apreciaba más sus propios asuntos que los de la casa de Dios. Se entregaba a la comodidad, invadido por el lujo, artesonando sus casas. Los intereses del templo eran puestos en el último lugar.

Apenas hemos comenzado la obra del Señor cuando, siguiendo nuestra tendencia natural, volvemos a nuestras casas y solo pensamos en hallar un lugar de descanso para nosotros y los nuestros. Habíamos empezado por seguir a Aquel que no tenía ni un lugar en donde recostar su cabeza (Mateo 8:20), mas ahora lo tratamos como extranjero y apenas le damos un lugar entre los que él ha salvado y de los cuales ha hecho su casa. ¡Ah, ciertamente el celo de la casa de Dios no nos ha consumido como al Señor Jesús! ¿Acaso amamos las comodidades de nuestras casas artesonadas, rebajando así nuestra ciudadanía celestial al nivel de los “moradores de la tierra”?

Fijémonos en la exhortación: “Meditad bien sobre vuestros caminos” (v. 5), que aparece cinco veces en esta corta profecía. Detengámonos para meditar en nuestros caminos y consideremos su consecuencia: la disciplina del Señor ejercida sobre nosotros a causa de nuestra mundanalidad y egoísmo. “Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto” (v. 6).

Hermanos, acordémonos de las palabras, de las predicaciones, las verdades ampliamente difundidas a través de libros, folletos, cuando Dios nos concedió la gracia de volver a reunirnos alrededor de la mesa del Señor. ¡Cómo se multiplicaba la semilla en nuestras manos en aquel entonces! El tiempo de la siega ha llegado, ¿dónde se encuentran las granjas doblegadas bajo el peso de la cosecha? ¡“Recogéis poco”! ¿Es por culpa de la semilla? ¡No, somos nosotros los que hemos fallado!

Pero la disciplina de Dios no alcanza solamente a nuestra obra, también nos azota personalmente. “Bebéis, y no quedáis satisfechos”. Puede ser que nos ocupemos mucho de la Palabra de Dios. ¿Cuántas preguntas interesantes aclaradas, dificultades resueltas, doctrinas establecidas y aprendidas? ¿No hay acaso más que suficiente en eso para que podamos refrescar nuestras almas? No, el corazón permanece seco y continuamos bebiendo sin saciar nuestra sed. Y además, teniendo con que vestirnos, “no os calentáis”, sino que permanecemos fríos. En una palabra, el fruto de nuestro trabajo atesorado para nosotros mismos se desliza por los agujeros del saco, de modo que no queda nada.

“Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Meditad sobre vuestros caminos. Subid al monte, y traed madera, y reedificad la casa; y pondré en ella mi voluntad, y seré glorificado, ha dicho Jehová. Buscáis mucho, y halláis poco… Por cuanto mi casa está desierta, y cada uno de vosotros corre a su propia casa” (v. 7-9).

Sí, meditemos por segunda vez en nuestros caminos. El verdadero trabajo según Dios es añadir materiales vivos a su casa (1 Corintios 3:9-17). Pero este no era el único objetivo que el remanente judío perseguía. Había tratado de reunir dos cosas irreconciliables: la obra de la casa de Dios y la satisfacción de sus propios intereses: “Cada uno de vosotros corre a su propia casa”. ¡Estas cosas no podían convivir! En tal asociación siempre es el lado de Dios el que sufre. Ellos habían traído “poco” a la casa de Dios. Pero él, que no quiere corazones divididos, lo había disipado “en un soplo”. Su poco trabajo se había reducido a la nada. Ese era el juicio de Dios sobre su actividad. Desde el momento en que empezaron a construir para sí mismos, no les confió más materiales.

Es de resaltar que el mundo, tan empeñado en poner obstáculos a su trabajo para Dios, no les había puesto la menor oposición cuando corrieron cada uno a su casa. Satanás es un enemigo que actúa con saña y perspicacia. Sabe perfectamente que la obra no puede prosperar si los corazones están divididos.

Pero, por la gracia de Dios (v. 12-15), los dirigentes escucharon y el pueblo tuvo temor y recibió el mensaje del enviado de Dios. El clamor: “Meditad sobre vuestros caminos” halló eco en la conciencia de Israel. ¡Que también pueda encontrarlo en la nuestra!

El resultado de este despertar no se hizo esperar. Dios mismo anima los primeros pasos de los que deciden seguir el camino de la obediencia: “Yo estoy con vosotros”, dice Jehová. ¡Nada más conmovedor y alentador: “Yo estoy con vosotros”! Los temores de muchos se desvanecieron. Sus almas se volvieron conscientes de que la integridad es apreciada por el Señor y que lo complace. Asimismo recibieron el testimonio de haber agradado a Dios. Como recompensa al celo de algunos, se produjo un despertar general. Ellos “vinieron y trabajaron en la casa de Jehová de los ejércitos, su Dios”.