El desenlace de la crisis final - Cap. 15 y 16
Después de haber presentado, en los capítulos 12-14, el designio de Dios y los esfuerzos de Satanás para oponerse, así como los resultados en juicio o en bendición para los principales actores de la escena final, la profecía retoma (cap. 15-16) el curso de los juicios que preceden la introducción del reino de Cristo: las siete plagas postreras, “las siete copas de la ira de Dios”.
Las últimas plagas de la ira de Dios
Una señal grande y maravillosa: cap. 15:1
Una nueva escena se presenta ahora en el cielo. Siete ángeles están listos para verter las últimas plagas mediante las cuales se consuma la ira de Dios sobre la tierra. Para el apóstol es una señal “grande y admirable” que se agrega a las dos señales del capítulo 12 (v. 1, 3). Por terribles que sean los efectos de esos juicios, la culminación de esta “extraña obra” (Isaías 28:21) del Dios Santo, preludio a la introducción de la bendición final, suscita una profunda admiración. No se menciona ninguna relación directa entre los juicios anunciados por la séptima trompeta (cap. 11:15) y los que son introducidos por las siete copas. Sin embargo, parece que esos últimos son el desarrollo del tercer y último “ay” llamado por el sonido de la séptima trompeta (cap. 11:14). Los juicios de las siete copas no son necesariamente distintos de los de las siete trompetas y posteriores a ellos. Veremos que parecen ser más bien la terminación o el carácter final.
La compañía de los mártires: cap. 15:2
Un hermoso cuadro viene a eclipsar el de los ángeles portadores de las plagas: una compañía de vencedores es contemplada en el cielo. Estos son los que han atravesado el terrible periodo durante el cual la bestia obligaba a todos los hombres, bajo pena de muerte, a adorar su imagen y a llevar su marca, el número de su nombre. Ellos no han cedido y han ganado la victoria. Fueron asesinados, pero ahora reciben su recompensa: están en el cielo, en pie sobre el mar de vidrio mezclado con fuego. El mar de vidrio, ya mencionado en el capítulo 4, simboliza la pureza celestial imperturbable. Aquí está mezclada con fuego y recuerda las terribles persecuciones que han atravesado los que están allí. Tenían arpas en sus manos1 , las arpas de Dios, y cantaban un cántico. En el capítulo 14 vemos, agrupados alrededor del Cordero, sobre el monte Sion, a los que en la tierra aprenden el cántico nuevo, cuyo sonido les llega del cielo. Aquí contemplamos a los que cantan en el cielo. Todos los que atravesaron fielmente las persecuciones de la bestia cantan armoniosamente, los que fueron asesinados están en el cielo, y los que fueron perdonados, en la tierra. ¡Qué consuelo para los que, en todos los tiempos, han sufrido la persecución, incluso hasta la muerte!
El cántico de Moisés y el cántico del Cordero: cap. 15:3-4
Los vencedores cantan el cántico de Moisés; es el cántico de la liberación (Éxodo 15:1), el cántico de la redención, el primer cántico mencionado en la Escritura, cantado nuevamente para celebrar la liberación final.
También cantan el cántico del Cordero, porque él es el que libera efectivamente a Israel y a los creyentes de todas las naciones. No se hace énfasis sobre la liberación, sino sobre el carácter glorioso de los actos de Dios, conocido con los diversos nombres bajo los cuales se reveló desde el comienzo (ya mencionados: cap. 4:8; 11:17):
• Señor, que corresponde al Eterno (Jehová), el nombre de su relación con Israel (Éxodo 6:2).
• Dios (Elohim), su nombre en relación con toda la creación (Génesis 1:1).
• El Todopoderoso (El-Shaddai), nombre con el cual se reveló a los patriarcas, a Abraham (Génesis 17:1), a Job (Job 6:4, 14).
Moisés había compuesto este cántico y lo había cantado con el pueblo de Israel. Su título de gloria es: “siervo de Dios”. Lo es mucho más para el Cordero: la adoración le es dirigida como a Dios mismo. Es saludado como “Rey de los santos”, y se proclama la justicia de los actos de juicio. La ira de Dios será seguida por la ira del Cordero (cap. 6:16) cuando venga personalmente para establecer su reino. Entonces no solo Israel, sino todas las naciones, exaltarán al Temible (Salmo 76:11), el que reina sobre toda la tierra: “¿Quién no te temerá, oh Rey de las naciones?” (Jeremías 10:7).
Qué contraste entre esta exclamación de los que no han cedido ante la persecución de la bestia y esta orgullosa amenaza: “¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella?”. Todas las acciones de la bestia eran mentira, violencia y blasfemia. Pero todos los caminos del Rey, y en particular sus juicios, son justos y verdaderos. Su santidad y su justicia serán públicamente reconocidas, y todas las naciones vendrán y se postrarán delante de él2 . “Luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia” (Isaías 26:9).
Desde ahora conocemos la grandeza infinita del Señor de los señores. Él es nuestro Salvador, su amor disipa todo miedo, pero sirvámosle con la reverencia que le es debida.
El templo abierto en el cielo: cap. 15:5-8
Una nueva visión ocupa ahora al profeta: “Fue abierto en el cielo el templo del tabernáculo del testimonio”. Varias veces Juan ha visto el templo de Dios abierto en el cielo (cap. 11:19; 14:15, 17). Ese templo nunca es presentado como un lugar de adoración o de intercesión, como lo fue el templo de Jerusalén. El templo de Dios en el cielo es el punto de partida de los juicios y muestra los caracteres de justicia y santidad. La referencia al “tabernáculo del testimonio” (Éxodo 38:21; Hechos 7:44) nos traslada al propósito de Dios para Israel camino al país prometido, y subraya la fidelidad del Eterno a sus promesas. También recuerda que el “testimonio”, es decir, aquí, las tablas de la ley escritas con el dedo de Dios, sigue siendo la base de los juicios de Dios respecto a los hombres.
Siete ángeles salen del templo, vestidos de lino limpio y resplandeciente, símbolo de pureza y de justicia. Están ceñidos alrededor del pecho con cintos de oro, como el Señor con su vestido de juez (cap. 1:13). En otro tiempo Dios empleó varias veces, como instrumentos de su juicio gubernamental en la tierra, hombres, naciones que obraron mal, abusando de la misión que Dios les había confiado, para satisfacer sus propias pasiones. Ahora los instrumentos del juicio son los ángeles cuyos caracteres están en perfecta armonía con los del Juez supremo. Uno de los cuatro seres vivientes3 les da las “siete copas de oro, llenas de la ira de Dios, que vive por los siglos de los siglos”.
Las copas de oro: los juicios tienen la perfección divina; las copas están llenas, prueba de que la paciencia de Dios ha sido completa, pero que tiene un término. Se recuerda que el que ejerce su justo juicio “vive por los siglos de los siglos”. Es y sigue siendo el Mismo eternamente en todo lo que hace. El templo se llena de humo. No es la nube característica de la presencia gloriosa de Dios (Éxodo 40:34; 2 Crónicas 5:13): es el humo que recuerda que Dios es “fuego consumidor” (Éxodo 19:18; Isaías 6:4; Hebreos 12:29). Este humo procede de la gloria de Dios y de su poder, que deben manifestarse por medio de los juicios. Nadie puede entrar en el templo hasta que las siete plagas se hayan cumplido: nada puede detener su curso.
- 1 Tres grupos de arpistas son presentados en el libro del Apocalipsis, todos en el cielo: primero los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos (cap. 5:8), los santos del Antiguo y del Nuevo Testamento arrebatados en la venida de Cristo; luego los mártires judíos asesinados durante la persecución de la bestia, de los cuales se escucha el cántico, “una voz del cielo… como de arpistas” (cap. 14:2); por último aquí hay un tercer grupo compuesto de mártires, formado por gentes de las naciones, probablemente más amplio que el precedente, sin que se pueda distinguir totalmente.
- 2La parte de las naciones no es mencionada en el cántico de Moisés en Éxodo 15, pero es la nota final del segundo cántico de Moisés en Deuteronomio 32:43. Ese versículo es citado por el apóstol Pablo en Romanos 15:10, como mostrando el cumplimiento de las promesas hechas a Abraham.
- 3Ver cap. 4:6-11.
Las seis primeras copas
El anuncio de las siete copas: cap. 16:1
Del templo también sale una gran voz que ordena a los siete ángeles, en el momento fijado por Dios, derramar sobre la tierra las siete copas de su ira, es decir, desencadenar las plagas que van a herir a los habitantes de la tierra.
Antes de considerarlas una tras otra, notemos el paralelismo entre esas copas y las siete trompetas de los capítulos 8 y 9: las primeras cuatro trompetas y las primeras cuatro copas provocan plagas sucesivamente sobre la tierra, el mar, los ríos, las fuentes de agua y el sol.
La quinta trompeta y la quinta copa traen tinieblas y grandes dolores que atormentan personalmente a los hombres.
La sexta trompeta y la sexta copa dirigen las miradas hacia el Éufrates, límite del Oriente, de donde debe surgir una gran invasión.
La séptima trompeta y la séptima copa, después de una clase de paréntesis, introducen los ayes que clausuran la escena de juicio.
Esta relación ha hecho pensar que las siete copas no corresponderían a un periodo de juicios distinto al de las trompetas, sino a la etapa final de cada uno de ellos, marcado por la agravación brutal y la extensión de los juicios. En efecto, los ángeles reciben siete copas, y las copas no son directamente introducidas por la séptima trompeta, como las siete trompetas lo habían sido mediante la apertura del séptimo sello.
Las seis primeras copas: cap. 16:2-12
1. La primera copa (v. 2). Este juicio es una plaga que alcanza de manera personal y mordaz a todos los que han aceptado llevar la marca de la bestia o adorar su imagen. Interviene al final del periodo en que la bestia ejerce su terrible dominio. Sin poder excluir una enfermedad corporal, el carácter simbólico de los juicios en este capítulo sugiere más bien un mal que penetra los espíritus. Se extiende en todo el sistema organizado bajo el poder de la bestia, especialmente el territorio de Palestina (la tierra).
2. La segunda copa (v. 3). Este juicio es más amplio, concierne al mar agitado de los pueblos: todo lo que sostiene la prosperidad económica y las relaciones entre los pueblos es marcado por la muerte. Tal vez esto sugiere vastos y sangrientos conflictos. Mientras un juicio semejante hiere la “tercera parte del mar”, cuando suena la segunda trompeta (cap. 8:8), aquí se extiende a todo el “mar”. Lo mismo sucede con la tierra, el mar, los ríos, las fuentes de agua y el sol, al sonido de las cuatro primeras copas.
3. La tercera copa (v. 4-7). Este tercer juicio es semejante al anterior en cuanto a su naturaleza, pero alcanza a los ríos y a las fuentes de agua. Todo lo que es fuente de influencia moral o medio de comunicación entre los hombres es fuente de muerte.
Este juicio que hiere a los perseguidores de “los santos y de los profetas” suscita una adoración dirigida a Dios para celebrar su justicia y su santidad. Si la gracia de Dios es la fuente de abundantes alabanzas, la justicia de sus juicios es proclamada varias veces y por diferentes voces: aquí, primero por un ángel, luego, procedente del altar, por los que fueron asesinados en las persecuciones (cap. 6:9-11).
4. La cuarta copa (v. 8-9). Bajo la figura del sol ardiente, podemos discernir que la autoridad superior que tiene poder sobre la tierra se vuelve terriblemente opresora y asesina. Ver el mal, en la conducta de sus dirigentes, causar tantos sufrimientos debería llevar a los hombres a reconocer lo que es en realidad el corazón de todos, y empujarlos a arrepentirse de sus obras. Pero en lugar de volverse a Dios, el único justo, para temerle y darle gloria, según la proclamación del evangelio eterno (cap. 14:6-7), los hombres atribuyen sus desgracias a Dios y blasfeman su nombre.
5. La quinta copa (v. 10-11). El blanco del juicio es ahora el trono de la bestia y su reino. Todo el mundo occidental ha dado poder a la bestia para promover una prosperidad sin igual, pero sin Dios. Ahora se halla herido en toda su estructura: todo el desarrollo del cual los hombres se enorgullecen no produce más que miseria y dolor. El reino de la bestia se vuelve tenebroso. Más que nunca, el mundo será dirigido por la mentira. Lejos de hallar allí un motivo para volverse de su mal camino y de su orgullo, los hombres se levantan y blasfeman contra el “Dios del cielo”. Si cuando la cuarta copa fue derramada “blasfemaron el nombre de Dios, que tiene poder sobre estas plagas”, haciéndole responsable de sus sufrimientos, ahora se levantan más abiertamente contra él, el Dios soberano, cuya autoridad rechazan.
6. La sexta copa (v. 12). Hasta aquí la escena se limita a las naciones occidentales reunidas bajo la autoridad de la bestia. Ahora, mientras el desenlace final se acerca, la barrera que hasta aquí había puesto freno a las ambiciones de los pueblos del oriente es quitada; las aguas del Éufrates se secan para dar paso a sus ejércitos. Un espantoso enfrentamiento se vislumbra entre Oriente y Occidente. Esos ejércitos no saben que se apresuran para encontrar al Señor mismo. Cuando él venga para establecer su reino, serán destruidos sucesivamente por él:
• La bestia, los reyes de la tierra y sus ejércitos (cap. 19:19), que se habrán reunido en Armagedón (v. 16).
• El rey del norte y sus aliados del norte y del este, cerca de Jerusalén (Ezequiel 38 y 39; Daniel 11:45; Zacarías 14:3).
Si la actitud de los hombres que se obstinan en oponerse a Dios bajo sus juicios nos parece locura, cuánto más debemos estar atentos a dejarnos detener e instruir por su gobierno, incluso por sus castigos respecto a nosotros. Tenemos que vérnoslas no con un juez, sino con un Padre que nos ama.
El intervalo antes de la séptima copa
La trilogía del mal: cap. 16:13
La cercanía del desenlace final conduce a la manifestación abierta de los poderes satánicos de maldad que representan una trinidad del mal: el dragón, la bestia y el falso profeta. Su coalición ya es mencionada en el capítulo 13. El dragón ha dado su poder, su trono y una grande autoridad a la bestia (v. 2), el jefe del imperio romano restaurado. La segunda bestia, de ahora en adelante llamada el falso profeta, lo que demuestra su carácter religioso, habla como un dragón y ejerce todo el poder de la primera bestia (v. 11-12): es el anticristo que ejerce su poder en Jerusalén. Ahora, cualquiera que sea la apariencia exterior de su conducta, Dios desvela aquí la realidad de su poder: espíritus de demonios salen de su boca como embajadores para ir juntos a seducir más seguramente a todos los reyes de la tierra en vista de una gigantesca confrontación.
Sin embargo, esos tres poderes no están sobre el mismo plano. El gran enemigo es “el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás” (cap. 12:9). La bestia y el falso profeta son hombres, instrumentos que Satanás ha suscitado y a quienes ha dado su poder, tratando de imitar, si fuera posible, la Trinidad divina. Logra agruparlos con él para tener una unidad de acción en el mal: esos tres espíritus de demonios obran de común acuerdo. Esos poderes así aliados sufrirán la misma destrucción, pero en tiempos diferentes, como lo veremos en los capítulos 19 y 20. Cuando Cristo venga para establecer su reino de mil años, la bestia y el falso profeta serán lanzados vivos en el lago de fuego y azufre. Entonces Satanás será atado en el abismo por mil años, luego seducirá a las naciones una última vez al final del reino, antes de ser lanzado también en el lago de fuego y azufre.
La reunión de las naciones: cap. 16:14
La bestia y el falso profeta ejercen su poder en Occidente. Parece que esta empresa para reunir a los reyes de la tierra está destinada a oponerse a la invasión que irrumpe del Oriente (v. 12).
En efecto, varios pasajes muestran que una poderosa confederación conducida por el asirio invadirá a Palestina en los últimos tiempos. “El Señor de los ejércitos juró diciendo: Ciertamente se hará de la manera que lo he pensado, y será confirmado como lo he determinado; que quebrantaré al asirio en mi tierra” (Isaías 14:24-25). El poder occidental romano quisiera oponerle un formidable ejército, pero el enfrentamiento no tendrá lugar.
Advertencia final y aliento a los fieles: cap. 16:15
Aquí el Señor interviene para advertir: “He aquí, yo vengo como ladrón”, aquel a quien uno no espera (1 Tesalonicenses 5:2). Mientras en el curso de la historia muchas veces los combates mortales han enfrentado nación contra nación, el Señor se reserva, al final, destruir él mismo a sus enemigos reunidos, cada uno a su turno: “Yo reuniré a todas las naciones para combatir contra Jerusalén… Saldrá el Señor y peleará con aquellas naciones, como peleó en el día de la batalla” (Zacarías 14:2-3).
Así como Dios permitió a un mal espíritu convencer al rey Acab para que entrara en guerra contra Amón y hallara la muerte (1 Reyes 22:22), también permitirá que esos espíritus de demonios convenzan, mediante milagros, a los reyes de la tierra para reunirse.
El anuncio de este combate final está acompañado de una última advertencia a velar. La venida del Señor como un ladrón será una terrible sorpresa para los que se han levantado contra él en su impiedad orgullosa, pero el Señor piensa en cada uno de los que velan: “Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande desnudo” (v. 15). Este cuidado divino hacia el fiel menospreciado y atormentado, en medio de esta escena terrorífica, es de gran consuelo para la fe en todos los tiempos, y especialmente en los últimos días. ¡Qué cambio tan repentino! Inmensos ejércitos se ponen en marcha para sostener el poder del falso profeta que oprime a los fieles hasta matarlos. ¿Quién podrá librarlos? Leyendo el versículo 15, cada uno de ellos podrá decir: “El Señor pensará en mí. Mi ayuda y mi libertador eres tú; Dios mío, no te tardes” (Salmo 40:17).
Armagedón: cap. 16:16
Empujando a los reyes de la tierra a reunir a sus ejércitos, Satanás se engaña a sí mismo más que nunca. A sus espaldas, los espíritus inmundos trabajarán en el propósito de Dios que quiere reunir a las naciones en vista de otro combate, “la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso”, en el lugar asignado: Armagedón.
Parece que este nombre debe ser tomado en sentido literal para designar una situación geográfica, probablemente la llanura de Meguido, donde grandes batallas ya tuvieron lugar en el pasado (Jueces 5:19; 2 Reyes 23:29). Solo que en lugar de enfrentarse entre ellos, los ejércitos del Occidente bajo la autoridad de la bestia y del falso profeta, y los del Norte y del Oriente en la confederación del asirio, serán sucesivamente destruidos por el Señor mismo.
La séptima copa
La séptima copa es derramada por el aire, que designa toda la atmósfera moral de este mundo del cual Satanás es el jefe (Efesios 2:2). Es la señal de que el despliegue de su poder llega a su fin.
“Hecho está”: cap. 16:17
Todo el propósito del gobierno de Dios respecto a las naciones se termina. La voz que lo anuncia sale del templo del cielo y procede del trono, palabra de juicio y de autoridad: “Hecho está”. Podemos relacionar varias ocasiones en las cuales tales palabras han sido pronunciadas:
• La primera fue pronunciada por el Señor en la cruz: “Consumado es”; esta expresión marca el final del propósito de Dios en la redención, de la obra de gracia que el Padre había encomendado al Hijo (Juan 17:4). Cristo entregó su espíritu en manos del Padre, quien puso inmediatamente su sello sobre esta obra consumada: “He aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron” (Mateo 27:51-52).
• La segunda es pronunciada aquí; Dios finaliza sus caminos en gobierno para las naciones. Bajo el ardor de los juicios de Dios, la tierra tiembla como nunca lo había hecho.
• La tercera se encuentra en Apocalipsis 21:5-6: “Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin”. En aquel momento, el primer cielo y la primera tierra habrán desaparecido (cap. 21:1) para dar lugar a los nuevos cielos y a la nueva tierra. Será entonces la culminación de todo lo que Dios se había propuesto en su amor y para su gloria que halla su plenitud en la introducción del estado eterno.
Una conmoción general: cap. 16:18
Enseguida “hubo relámpagos y voces y truenos, y un gran temblor de tierra” (cap. 11:19). Jamás se había producido un terremoto tan grande que alcanzara a todas las naciones. Esa será la señal que anuncia los últimos juicios que preceden a la introducción del reino milenario de Cristo (Hageo 2:7). Desde Babel, los hombres han tratado de elevarse construyendo en la tierra como si ella les proveyera un fundamento sólido. Y frecuentemente Dios les recuerda que están expuestos a un juicio súbito, sea que venga del cielo mediante rayos, o de abajo a través de terremotos.
La gran ciudad y las ciudades de las naciones heridas: cap. 16:19-20
La gran ciudad mencionada en el versículo 19 no debe ser confundida con la del capítulo 11 (v. 8); allí se trata de Jerusalén, porque en esa ciudad “nuestro Señor fue crucificado”. Aquí esta “gran ciudad”, dividida en tres, representa el poder romano dividido, quebrantado. “La gran Babilonia” mencionada justo después, identificada con la mujer, la gran ramera descrita en el capítulo siguiente (cap. 17:5, 18), representa el poder religioso corrompido que subsiste después del arrebatamiento de la Iglesia, y que al comienzo está estrechamente unido al poder romano. La destrucción de la gran Babilonia ya había sido anunciada (cap. 14:8); ahora va a sufrir efectivamente el juicio merecido. Ha acumulado tanto mal que Dios debe hacerle beber “el cáliz del vino del ardor de su ira”, expresión penetrante1 del juicio más severo. Las consecuencias políticas y sociales de esta destrucción son tales que muchas ciudades de las naciones, incluso fuera del imperio romano, son arrastradas en su caída. Las islas (las tierras marítimas, el comercio) y los montes (los poderes establecidos; tal vez también los refugios naturales) sufren igualmente el contragolpe de esta conmoción general. Los vínculos económicos mundiales favorecen tales repercusiones, de las cuales ya percibimos sus primeros efectos.
Un enorme granizo: cap. 16:21
Es la última plaga mencionada: un juicio que viene directamente del cielo, al cual nadie puede escapar (cap. 8:7; 11:19; Éxodo 9:25; Isaías 30:30). El peso de un talento (aproximadamente 49 kg.) da una idea de la intensidad de la plaga, lo cual puede ser comprendido en sentido literal. No obstante, como el talento es la unidad monetaria más grande mencionada en la Palabra, esto también puede sugerir una catástrofe económica sin precedentes de origen monetario, mientras tantos esfuerzos habrán sido hechos para asegurar la estabilidad de la moneda. Aquí se trata del último de los juicios generales que alcanza a todos los hombres, sin duda de una manera más directa y personal de lo que lo haría un desastre económico de gran amplitud.
- 1A menudo el furor y la ira son dos términos empleados paralelamente para expresar la ejecución del juicio de Dios (Deuteronomio 9:19; Salmo 2:5). Aquí (cap. 16:19) y más adelante es empleada la expresión el “ardor de su ira”.