Apocalipsis

Comentario bíblico detallado

Las cosas que Juan ha visto. El Hijo del Hombre - Cap. 1:9-20

El fin del capítulo 1 relata la visión gloriosa que Juan tuvo del Señor, la cual forma la base de todo el libro del Apocalipsis.

La visión del Hijo del Hombre

Juan en la isla de Patmos: cap. 1:9-11

El apóstol Juan estaba exiliado en la isla de Patmos, por orden del emperador romano Domiciano, quien perseguía a los cristianos. Juan se presenta, no como apóstol, ni siquiera como profeta, sino como un simple miembro de la familia cristiana, compartiendo con sus hermanos la tribulación, el reino y la paciencia de Jesucristo:
1. La tribulación es la parte de todos los creyentes fieles en el mundo actual (Juan 16:33). Compartirla con nuestros hermanos nos permite estrechar los vínculos de la comunión fraternal.
2. Juan, con todos los creyentes vivos en la tierra, también tenía parte en el reino de Dios, todavía en misterio (porque Cristo, el Rey, aún está escondido en el cielo), esperando su manifestación en gloria, uno de los temas principales del libro.
3. En el intervalo, tenemos necesidad de paciencia, la misma de Cristo (2 Tesalonicenses 3:5).

La injusta reclusión del apóstol serviría para cumplir el objetivo divino: dar a Juan, mediante una visión, una revelación que constituye la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo. Durante el primer día de la semana, el domingo1 , el Espíritu Santo eleva el alma del profeta, y el Señor se sirve incluso de las circunstancias para comunicarle su revelación.

El apóstol Juan oye una gran voz, como el sonido de una trompeta, que llama su atención (v. 10; Isaías 18:3). Más tarde esta misma voz lo invitará a subir al cielo para ver “las cosas que sucederán después de estas” (cap. 4:1). La voz que escucha está detrás de él, porque Juan se vuelve manifiestamente hacia el futuro del mundo que le va a ser revelado.

Juan debía escribir en un libro lo que veía y enviarlo a las siete asambleas de Asia que existían en ese momento y cuyo estado moral presenta proféticamente toda la historia de la Iglesia considerada en su responsabilidad en la tierra.

Cristo, el Hijo del Hombre: cap. 1:12-20

Volviéndose “para ver la voz” –expresión sorprendente y notable2 –, Juan tiene ante sí al Señor Jesús, no como la Cabeza celestial del cuerpo, ni siquiera como el Cristo (título particular que Jesús toma respecto a su pueblo judío), sino semejante al Hijo del Hombre, el juez de toda la tierra, que recibe el dominio universal. Estaba en medio de siete candeleros de oro, que son siete asambleas (cap. 1:20).

La visión gloriosa muestra nueve caracteres de Cristo como Dios: tres glorias personales, tres glorias morales y tres glorias oficiales son sucesivamente declaradas por la voz celestial. Varios de estos atributos ya habían sido revelados al profeta Daniel en su visión junto al río Tigris (Daniel 10:1-9). Más adelante Cristo mismo declara a Juan otras tres de sus glorias en relación con la redención (v. 17-18).

Las tres glorias personales de Cristo

1. La ropa que llegaba hasta los pies resalta su dignidad y su majestad. No es realzada por un cinto para la marcha o para el servicio (Lucas 12:37), ni es puesta de lado como cuando Jesús se ocupaba de sus discípulos en su debilidad (Juan 13:4). Tampoco es la ropa azul del sumo sacerdote celestial, ni la túnica sobre la cual los soldados se atrevieron a echar suertes (Salmo 22:18; Juan 19:23-24). No, aquí se trata del vestido llevado por el Juez de toda la tierra.
2. El cinto de oro en el pecho: Daniel había visto a Cristo llevando un cinto de oro sobre sus lomos. La gloria de Dios (el oro) se expresa en justicia en el Mesías, el Rey (Isaías 11:5). Juan contempla ahora la dignidad del Hijo del Hombre como unida a la justicia divina. Pero el cinto está en el pecho. En presencia de la infidelidad de los suyos en la tierra, la expresión de sus afectos es como reprimida, aunque estos sigan siendo los mismos, mientras él debe juzgar y castigar (cap. 3:19).
3. Su cabeza y sus cabellos, blancos como blanca lana o como nieve. Es el Anciano de días, eterno e inmutable en su existencia (Daniel 7:9), que inspira respeto, porque es preciso levantarse ante las canas (Levítico 19:32; Proverbios 16:31). Por otro lado, los “cabellos crespos, negros como el cuervo” (Cantares 5:11) del Muy Amado, nos dicen que el Hombre Cristo Jesús, el Anciano de días, está fuera de todo alcance del tiempo, contrariamente a los seres humanos.

Las tres glorias morales de Cristo

1. Sus ojos como llama de fuego. “Los ojos del Señor contemplan toda la tierra” (2 Crónicas 16:9; Proverbios 15:3; Zacarías 4:10), escrutan todas las cosas, como también la Palabra de Dios discierne todo (Hebreos 4:12).
2. Sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno, simbolizan el juicio de Dios frente al hombre pecador y responsable. Este juicio es a la vez firme (los pies) y justo (bronce bruñido). Así se expresan la estabilidad y la marcha de Cristo (Ezequiel 1:27; Salmo 9:16; 89:14).
3. Su voz como estruendo de muchas aguas: esta voz poderosa y majestuosa invita a toda la tierra a callar delante de Dios (Habacuc 2:20).

Las tres glorias oficiales de Cristo

1. En su mano derecha tenía siete estrellas. Las estrellas son el símbolo de una autoridad subordinada. En efecto, los siete ángeles de las siete asambleas son puestos bajo la autoridad suprema de Cristo (v. 20).
2. De su boca salía una espada aguda de dos filos. El poder del juicio es por su Palabra (la tierra está reservada para el fuego y el juicio por la Palabra de Dios). Cuando Cristo salga para ejecutar los juicios guerreros, su espada, que es la Palabra, servirá para herir a las naciones (cap. 19:15).
3. Por último, “su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza”. En el monte de la transfiguración, los tres discípulos, con Moisés y Elías, vieron el rostro de Cristo resplandecer como el sol (Mateo 17:2; 2 Pedro 1:17-18). El “sol” es el emblema de la autoridad suprema, visible en la faz de Cristo cuando posea el dominio oficial. Más tarde, el “Sol de justicia” traerá salvación en sus alas (Malaquías 4:2).

La visión profética deja sin fuerza al apóstol, como les sucedió a otros antes de él, en particular a Daniel e Isaías. El ejemplo de Juan muestra nuevamente la influencia, sobre su ser físico, de lo que percibe o experimenta el espíritu de un creyente. Pero el Señor, el Viviente, lo sostiene y lo tranquiliza, como a Daniel en tiempos pasados (Daniel 10:10, 18-19). Entonces el Señor se le revela en sus glorias de la redención y de la resurrección.

Las tres glorias de Cristo en redención: cap. 1:17-18

Tres glorias son agregadas a las nueve glorias de la visión precedente:
1. Él es el primero y el último, y el que vive: como el Eterno, él es el Mismo eternamente (Isaías 41:4). Posee la vida en sí mismo. Tal es la gloria de su divinidad.
2. Estuvo muerto, pero vive por los siglos de los siglos: él dio su vida, pero salió de la muerte en el poder de la resurrección. Es su gloria personal en la redención.
3. Tiene las llaves de la muerte y del Hades. Es la gloria de su dominio sobre todos y sobre todas las cosas. Cristo venció a la muerte y la anuló (2 Timoteo 1:10); abolió el pecado mediante su sacrificio (Hebreos 9:26), destruyendo el poder de Satanás. Poseer las llaves significa que tiene todo el poder sobre el doble dominio sobre la muerte y el Hades:
•  la muerte cuando se trata del cuerpo del hombre;
•  el Hades3 cuando se trata de su alma.

Se notará que varios de los caracteres y atributos de Cristo presentados en esta escena gloriosa aparecen en la manifestación de Cristo a las cuatro primeras iglesias, mientras algunos caracteres personales serán revelados a las tres últimas.

  • 1El domingo es el primer día de la semana, el de la resurrección del Señor. No es el día del Señor (2 Tesalonicenses 2:2) ni el día de Dios (2 Pedro 3:12), que en la Palabra designan el período de los juicios del fin, período que será precisamente el tema del libro (cap. 6-20).
  • 2Normalmente uno oye una voz, no ve la voz. Aquí ella está como personificada, identificada con el que la pronuncia, Cristo.
  • 3Llamado Seol en el Antiguo Testamento, el Hades es el lugar invisible a donde van las almas después de la muerte, mientras esperan la resurrección. Seol y Hades deben ser cuidadosamente distinguidos de la gehenna (derivado de Gué-Hinnom, valle de inmundicias situado al sur de Jerusalén), que designa simbólicamente el lugar de los tormentos eternos.

Las siete iglesias

El misterio de las siete estrellas y de los siete candeleros: cap. 1:20

El Señor anda en medio de los siete candeleros de oro (v. 13). La Asamblea es, pues, vista en su totalidad (siete candeleros son el símbolo de una unidad completa), pero cada candelero representa una asamblea particular en su posición en la tierra, puesta por Dios según su justicia y su gloria (como lo indica el oro). Así, cada iglesia local es llamada a llevar la luz divina en el mundo. Si es infiel, el Señor quitará el candelero de su lugar, como en Éfeso (cap. 2:5). Antiguamente, en el tabernáculo, el candelero con siete brazos simbolizaba la luz divina que en el mundo rendía un testimonio perfecto por el poder del Espíritu (Éxodo 25:37; 27:20-21). Durante su vida en la tierra, Cristo mismo era la luz (Juan 8:12; 9:5; 12:46). Ahora la Asamblea debe hacer brillar la luz que Dios le ha confiado, y Cristo se ve diferente a los candeleros que son responsables de brillar para él. Las asambleas locales (las lámparas) son los candeleros, porque la luz misma es la fuente divina y celestial.

El Señor también tiene las siete estrellas en su mano derecha. Las estrellas son autoridades subordinadas, llamadas a brillar y a representar a Cristo en la noche, durante su ausencia. El ángel o mensajero es el representante administrativo simbólico de la asamblea, al cual Cristo comunica su mensaje relacionado con el estado moral de la asamblea. Es así como, dirigiéndose al ángel, el Señor habla a toda la Asamblea en su responsabilidad general.

El plan de los mensajes a las siete iglesias

Así vemos el orden notable seguido en estas cartas y los caracteres que se desprenden.

1. Los atributos de Cristo. En primer lugar el Señor se presenta a cada iglesia de una manera adaptada a su estado: los caracteres generales evocados en la visión del capítulo 1, para las cuatro primeras, que presentan el conjunto de la historia general de la Iglesia; los caracteres personales que, para las tres últimas, presentan un aspecto particular de la historia de la Iglesia.
2. Lo que agrada a Cristo. Cada mensaje comienza con estas palabras: “Yo conozco tus obras”, “y dónde moras” (cap. 2:13). Y en seguida el Señor da su apreciación. Siempre reconoce el bien que su gracia ha producido en la asamblea. Solo para Laodicea no señala nada bueno. Sin embargo, el llamado a vencer resuena todavía en esta última asamblea.
3. La censura. Partiendo del bien que todavía puede ver en la asamblea, el que tiene los ojos como llama de fuego sondea el verdadero estado moral y pone en evidencia lo que él no aprueba. La censura es introducida mediante la expresión: “Pero tengo contra ti” (cap. 2:4, 14, 20), o también: “Yo conozco tus obras” (cap. 3:1, 15). De esta manera los reproches, acompañados de una amenaza de juicio, son dirigidos a las asambleas de Éfeso, Pérgamo, Tiatira, Sardis y Laodicea. Solo Esmirna y Filadelfia no se exponen a los reproches: estas son animadas y consoladas por Cristo.
4. Un llamado al arrepentimiento. Este llamado es dirigido a las cinco asambleas que recibieron el reproche (cap. 2:5, 16, 22; 3:3, 19).
5. Una exhortación individual a escuchar (“el que tiene oído, oiga”) lo que el Señor y el Espíritu disciernen en la esfera de la asamblea.
6. Una promesa al vencedor. Esta también se dirige individualmente (“al que venciere”) en relación con el estado del momento y de las dificultades a superar. Por ejemplo, el vencedor en Esmirna, probado hasta la primera muerte, es tranquilizado con la promesa de no sufrir la segunda muerte. La exhortación a escuchar y la promesa al vencedor son presentadas en un orden diferente por las tres primeras epístolas y las cuatro últimas: primero va dirigida al conjunto cuando la esperanza de una restauración colectiva aún está en vista: la exhortación a escuchar precede a la promesa al vencedor. A partir de Tiatira, el orden se invierte: la exhortación a escuchar, dada después de la promesa al vencedor, solo se dirige a los que venzan en la asamblea.
7. Por último, el retorno del Señor es presentado a las cuatro últimas iglesias, lo cual muestra que ellas deben subsistir juntas hasta el fin.