Apocalipsis

Comentario bíblico detallado

Los caminos de Dios hacia el mundo - Cap. 6:1 a 11:18

Después de la anticipación de la escena celestial y de las glorias del Cordero (cap. 4 y 5), el Espíritu Santo nos presenta, mediante las visiones reveladas al apóstol Juan (cap. 6-11), lo que serán los caminos de Dios hacia el mundo, desde el arrebatamiento de la Iglesia hasta la venida de Cristo en gloria.

El Hijo del Hombre debe tomar posesión de su heredad personalmente; allí desea asociar a sus redimidos, los hijos de Dios, que son declarados “herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Romanos 8:17).

El Hijo había sido establecido por Dios “heredero de todo” (Hebreos 1:2). Pero el usurpador, Satanás, se apoderó de la heredad mediante la astucia, y pretendía conservarla para administrarla a su manera (Lucas 4:6). Con ese objetivo incluso había empujado a los hombres a matar al heredero, prometiéndoles que la heredad sería para ellos (Lucas 20:14). Dios ha soportado esta injusticia aproximadamente durante sesenta siglos; pero llegará el tiempo en que Cristo hará valer sus justos derechos sobre toda la creación, a la vez como Dios Creador y como Dios Redentor. Este es uno de los grandes temas del Apocalipsis.

Antiguamente en Israel, el contrato de adquisición de una heredad (por ejemplo un campo) requería la elaboración de dos documentos escritos: una carta sellada certificada por los testigos (habiendo sido pagado el precio de la compra) y una carta abierta (Jeremías 32:10-11, 14).

Será lo mismo para Cristo cuando tome posesión de la creación:
•  El libro sellado con siete sellos (cap. 5:1) es el contrato de la heredad que debe volver al Hijo de Dios, quien venció al usurpador, Satanás; contiene las providencias escondidas de Dios.
•  El libro abierto (cap. 10:2) es un testimonio público a los derechos de Cristo. Así, toda la historia futura de la tierra comienza con la apertura de los sellos que introducen los juicios de Dios sobre los habitantes de la tierra para establecer el reino de su Hijo.

Los siete sellos anuncian acontecimientos sucesivos. La apertura del séptimo sello introduce los juicios de las trompetas. De igual manera, el sonido de la séptima trompeta introducirá los juicios de las copas. Todos los juicios son anunciados y descritos en los capítulos 6 y 11. Ciertos detalles serán retomados más adelante en el capítulo 16 para las copas.

 

Los siete sellos

Las siete trompetas

Las siete copas

Primero Caballo blanco. Un hombre llevando un arco y una corona (guerra de conquista). Granizo, fuego y sangre. Juicios mortales del cielo. Juicis sobre la tierra
Segundo Caballo rojo. Conflictos sangrientos. Guerras civiles. Destrucciones. Montaña lanzada al mar. Un gran poder destruido. Juicios sobre el mar.
Tercero Caballo negro. Un hombre con una balanza. La ruina. Estrella ardiendo (ajenjo) cae del cielo. Veneno para el espíritu de los hombres. Juicios sobre los ríos y las fuentes de agua. La muerte "moral".
Cuarto Caballo amarillo llenvando la muerte y el hades. No más paz. La muerte. Todos los poderes: sol, luna y estrellas se oscurecen. Un gran poder: el sol quema a los hombres.
Quinto Las almas bajo el altar. Primeros mártires después del rapto de la Iglesia. Primer ay. Estrella cayendo del cielo. Un gran poder destrozado. Juicio sobre el trono de la bestia romana.
Sexto Terremoto. Poderes terrenales sacudidos. Segundo ay. Un ejército de 200 millones. El Éufrates se seca.
Séptimo Contiene las siete trompetas. Tercer ay. Contiene las siete copas. Es derramada por el aire. Gran terremoto.

=> Conclusión: "Hecho está" (cap. 16:17)

Los seis primeros sellos de juicio

Cronología de los juicios

En la sucesión de los juicios, primero se trata de “la hora de la prueba” (cap. 3:10). Su duración es indeterminada, pero se acaba con las setenta semanas de años de Daniel inaugurada por la apertura del sexto sello. Al comienzo esta semana está caracterizada por la alianza entre la bestia (Roma) y el falso profeta (el anticristo), dos instrumentos de Satanás (cap. 13:12; Isaías 28:15).

Durante la segunda mitad de la última semana (cap. 11:3; 12:6, 14; 13:5), la gran tribulación alcanzará más especialmente a los judíos. Es el “tiempo de angustia para Jacob” (Jeremías 30:7). Al comienzo de este periodo, Satanás es lanzado del cielo a la tierra (cap. 12:9); y el sacrificio continúo cesa en el templo de Jerusalén (Daniel 9:27). Entonces será, estrictamente hablando, el tiempo de la ira de Dios y del Cordero.

Durante este periodo de prueba tan intenso, el evangelio del reino, ya presentado por Juan el Bautista y por el Señor Jesús, será predicado nuevamente (Mateo 24:14). Entre los que lo acepten, varios serán conservados con vida para gozar del reino terrenal del Señor, mientras otros pasarán por la muerte y serán resucitados para entrar en él (cap. 20:4).

Todo lo descrito aquí es aún futuro, pero los acontecimientos del pasado y del periodo actual dan un anticipo de lo que se desarrollará: despotismo, guerras, hambre y muerte ya están en acción. Hasta aquí, el juicio había sido a nivel de una ciudad, de un país, eventualmente de un continente. Pero en ese momento los efectos del juicio serán a escala mundial.

El Cordero es investido de toda la autoridad para ejecutar el juicio. Este periodo corresponde a lo que el Señor llama “principio de dolores” (Mateo 24:8). Los sellos del libro que tiene en sus manos serán abiertos; esas manos son las de aquel a quien el hombre clavó en la cruz.

El primer sello: cap. 6:1-2

Cuando el primer sello es abierto, uno de los seres vivientes (semejante a un león) declara con una voz como de trueno: “Ven”. Esta orden, que será repetida cuatro veces, ¿se dirige a Juan o a uno de los que han sido llamados los cuatro jinetes del Apocalipsis? Es difícil determinarlo.

En la Escritura los caballos representan las fuerzas que el hombre puede utilizar para su servicio. Sin embargo, el caballo siempre requiere la mano firme de un jinete para canalizar su energía, que puede servir para bien o para mal. Los caballos de la profecía de Zacarías (Zacarías 1:8-17; 6:1-8) simplemente se pasean por la tierra. Aquí los cuatro caballos son canales del juicio divino y salen para castigar la tierra. Sus colores evocan los diferentes agentes de los cuales Dios se va a servir: vanas filosofías mundialmente expandidas han devastado las naciones; terribles guerras han asolado los continentes; aterradoras hambrunas han aniquilado los países; pestes de diversas clases han diezmado las poblaciones. Estas cosas no son nuevas, pero se repetirán a una escala que jamás se había alcanzado. Los hombres pueden llamar a todo esto los caprichos inevitables de la suerte, pero Juan muestra que el Cordero en el trono es quien decide sobre todos esos acontecimientos providenciales sobre la tierra.

Cuando el primer sello es abierto, Juan oye y ve simultáneamente. Primero aparece un caballo blanco y su jinete. El color del caballo simbolizaría un poder triunfante y próspero. Ese conquistador irresistible sale para vencer1 sin, no obstante, derramar sangre. Él posee un arco, arma que sirve en el combate a distancia, pero no flechas. Recibe ya una corona, sus victorias son ágiles.

El segundo sello: cap. 6:3-4

A la apertura de este sello, anunciada por el segundo ser viviente (semejante a un becerro), aparece un caballo rojo o bermejo, color de la sangre, como también del dragón, Satanás (cap. 12:3). Su jinete recibe una gran espada, arma utilizada en el combate cuerpo a cuerpo. Le fue dado el poder de quitar la paz aparente y precaria que el jinete anterior había establecido. La paz universal con la cual el mundo sueña, mientras rechaza al Príncipe de paz, solo puede ser de corta duración (1 Tesalonicenses 5:3). Solo podrá ser establecida permanentemente bajo el cetro de Cristo.

Una terrible guerra (civil, tal vez) se desatará. Los hombres se matarán unos a otros, como en el tiempo de Gedeón o de Saúl (Jueces 7:22; 1 Samuel 14:16). No se tratará solamente de las guerras que estallan hoy en un sector limitado del planeta, sino de un reino mundial de terror, en el cual la sangre será vertida sobre toda la faz de la tierra. El Señor ya había anunciado a sus discípulos esos grandes conflictos de nación contra nación y de reino contra reino (Mateo 24:7).

El tercer sello. cap. 6:5-6

Por orden del tercer ser viviente (semejante a un hombre), un caballo negro, símbolo de duelo, trae una gran hambre. El Señor también había hablado de ella: “Y habrá… hambres” (Mateo 24:7). Con estos juicios de Dios que caerán entonces sobre la tierra, no es sorprendente que tras un gran conflicto venga una gran hambre.

En medio de los cuatro seres vivientes “una voz” anuncia que, desde entonces, no se podrá obtener más de dos libras de trigo o más de seis libras de cebada2 por un denario. Solo el aceite y el vino escapan a estas restricciones. El que pronuncia estas palabras no es designado, hecho que se renueva muy a menudo en el Apocalipsis.

En vez de las armas de guerra, el jinete tiene ahora una balanza, destinada a medir cuidadosamente el alimento, como en una ciudad sitiada (Ezequiel 4:16-17; Levítico 26:26). Esto es indispensable debido al hambre y al exorbitante precio alcanzado por los alimentos de primera necesidad. En los tiempos del Señor, un denario correspondía al salario de un obrero en un día completo de trabajo (Mateo 20:2). Entonces se recibían ocho medidas de trigo por un denario; ahora solo se obtenían dos libras.

Productos menos indispensables, pero muy útiles para la subsistencia de los hombres (Oseas 2:8-22), estaban disponibles, bajo esta orden divina: “No dañes el aceite ni el vino”. El aceite sirve para la cocina, el alumbrado y los cuidados corporales. El vino, en ausencia de agua potable, es la bebida normal para la comida. Aunque disponibles, estos productos solo podrán ser comprados con moderación, por falta de recursos materiales. El hambre predicha no está rigurosamente al punto de engendrar la muerte, como cuando se abra el siguiente sello (v. 8). Esta hambre aún permite sobrevivir, pero con gran dificultad. No existirá más la prosperidad a la cual una parte del mundo, y más particularmente la civilización occidental, está ampliamente acostumbrada. Tal vez este pasaje también haga alusión al contraste, en el mundo occidental, entre los países pobres y los países ricos, que serán heridos primero.

Es claro que los acontecimientos se sucederán para oprimir de cerca a los que habitan la tierra. Las cosas se agravan a medida que el Cordero abre los sellos. Primero vemos la pretensión de un conductor que usurpa el lugar que ha sido negado a Cristo. El resultado son los conflictos que causan estragos en la tierra, debido a que los hombres rechazan la autoridad que busca imponerse. La destrucción de la economía y el hambre se generalizan.

El cuarto sello: cap. 6:7-8

“Miré, y he aquí”; es la expresión de una gran sorpresa. En efecto, cuando se abre el cuarto sello, aparece un caballo amarillo, y el que lo cabalga tiene por nombre Muerte. Es el único de los cuatro jinetes directamente identificable y que se presenta acompañado de otro personaje, el Hades. Aquí la Muerte (en relación con el cuerpo) y el Hades (en relación con el alma) están como personificados. La muerte es el salario inevitable del pecado. Esto muestra bien los límites de la medicina humana. El Hades, que aquí sigue a la muerte, es ese lugar invisible donde se encuentran de manera temporal las almas de los hombres después de la muerte (Mateo 11:23; Lucas 16:22). Es preciso no confundirlo con el infierno, el gehena o el lago de fuego (cap. 20:13-14). Cristo tiene las llaves de la muerte y del hades (cap. 1:18), y más tarde las lanzará al infierno (cap. 20:14).

El cuarto ser viviente (semejante a un águila volando) les da poder para destruir a los habitantes de la cuarta parte de la tierra. Tal vez es necesario comprender que se trata de la tierra del imperio romano reconstruido. La muerte está asociada con las fieras, la espada y el hambre, para formar los cuatro juicios desastrosos del Eterno (Ezequiel 5:16-17; 14:21). El Señor también habla de ese juicio mortal, pero aquí no se ve que sea seguido por el arrepentimiento, si aún era tiempo.

El quinto sello: cap. 6:9-11

Como agentes del gobierno providencial de este mundo, los cuatro seres vivientes invitaron por turno al apóstol Juan a venir para asistir a la apertura de los cuatro primeros sellos, que forman un todo. Los tres últimos sellos constituyen un segundo grupo. Esta división de los sellos en 4 y 3 se repetirá en el caso de las siete trompetas y de las siete copas, como ya había aparecido en el de las siete iglesias.

Con la apertura del quinto sello, la escena cambia, pues, completamente. El apóstol ve un altar en el cielo. En la Escritura es frecuente hallar la idea del cielo presentado como el templo de Dios (Habacuc 2:20); dicha idea también es retomada más adelante en este libro (cap. 11:19; 15:5; 16:17). Aquí no se precisa si se trata del altar de oro o del altar de bronce. Pero la mención de la sangre derramada recuerda que el alma (es decir, la vida) de la carne (es decir, el hombre) está en la sangre (Levítico 17:11). Bajo este altar Juan ve las almas de los que habían sido muertos, que claman: “¿Hasta cuándo, Señor…?”. No se dirigen al Padre. Esas almas son las de los mártires del periodo que sigue al rapto de la Iglesia. Han dado su vida por el testimonio de Jesús, y sus almas no están cautivas.

Esta compañía de redimidos debe ser claramente distinguida de los veinticuatro ancianos, ya resucitados, glorificados, y que han alcanzado la perfección (Hebreos 11:40). Las almas de los mencionados aquí todavía están separadas de su cuerpo. Su resurrección es, pues, futura, pero segura (cap. 20:4).

El hecho de que esas “almas” sean vistas bajo el altar (v. 9) es sin duda una alusión a su fidelidad hasta la muerte (Filipenses 2:17; 2 Timoteo 4:6). Es una primera compañía de mártires, antes de la gran tribulación; otras le seguirán durante esta (cap. 13:7, 15). Ellas aún deben descansar un poco de tiempo en esta espera. Todos tendrán vestiduras blancas, como justos y vencedores (cap. 7:9, 13; Daniel 11:35). ¿De dónde viene esta blancura? De la eficacia de la sangre del Cordero (cap. 7:14; 22:14).

Las palabras del Señor en el monte de los Olivos dan la clave de esta escena. Hablando a sus discípulos de origen judío, les dice: “Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre” (Mateo 24:9). El Señor hablaba de esta otra compañía de discípulos de origen judío, durante el periodo del fin, después del rapto de la Iglesia, justo antes del establecimiento del milenio.

Cristo no se quedará sin testimonio. Llamará un residuo de fieles, sacado de su pueblo Israel, para anunciar la futura venida del Mesías, quien los librará y será su Rey. Muchos de entre ellos sufrirán el martirio. Su clamor: “¿Hasta cuándo”?, no es otro que la oración bien conocida de los judíos piadosos, y su petición, para pedir que su sangre sea vengada, también presenta un carácter judío.

Tales llamados a la venganza recuerdan los salmos escritos con antelación por el Espíritu Santo, en anticipación a la persecución final de los creyentes judíos (cap. 11:5-6; Salmo 94:1-7). En contraste, los cristianos jamás deben pedir ser vengados de sus enemigos.

“El número de sus consiervos y sus hermanos” (v. 11; cap. 19:10; 22:9) que han de morir son los mártires de ese residuo durante los últimos tres años y medio, es decir, durante la segunda parte de la gran tribulación.

El sexto sello: cap. 6:12-173

¿Es preciso comprender las cosas mencionadas en el sexto sello en un sentido literal o figurado? Sin duda una gran parte es simbólica. Sin embargo, al mismo tiempo, grandes alteraciones físicas se producirán: es posible que el terremoto sea material, como los mencionados más adelante (cap. 6:12; 11:13; 16:18). El Señor había anunciado los terremotos en diversos lugares. ¿No es conmovedor constatar que cuanto más nos acercamos al fin, su frecuencia y su intensidad aumentan más?

No obstante, el lenguaje empleado aquí también tiene un alcance simbólico: en este triste mundo nada es estable, todo debe ser sacudido (Salmo 46:2-3; Isaías 40:4; Miqueas 6:1-2). Los poderes civiles y gubernamentales serán reducidos a pedazos. Todas las clases sociales, desde los grandes de este mundo hasta los excluidos de la sociedad, serán heridos y aterrorizados. Los tronos serán derribados y la anarquía reinará. El derrumbamiento de la civilización y de la sociedad estará acompañado de señales en la tierra y en el cielo.

El cielo se enrolla (v. 14), como un libro que ya no se puede leer4 ; no hay más sabiduría de lo alto (Isaías 34:4; Amós 8:11). Entonces “los habitantes de la tierra” verán acercarse anticipadamente el día de la ira. Por primera vez los hombres reconocerán una intervención divina y estarán listos para decir, como antiguamente los hechiceros egipcios: “Dedo de Dios es este” (Éxodo 8:19).

El terror invadirá a todos los hombres en la tierra. Los que hayan rechazado a Cristo y menospreciado la oración se esconderán en la oscuridad de las cuevas (Josué 10:16), y dirán a los montes y a las peñas: “Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero” (v. 16; Oseas 10:8; Lucas 23:30). Cristo juzgará entonces como el Cordero, título que se le dio cuando vino en humildad y dulzura para ofrecerse en sacrificio.

“¿Quién podrá sostenerse en pie?” (v. 17; Nahúm 1:6). En realidad el tiempo de la ira de Dios (cap. 11:18) todavía es futuro; esto solo es un “principio de dolores” (Mateo 24:8). Cuando se abra el séptimo sello, se producirá una intervención divina directa.

  • 1Ese primer jinete presenta ciertas analogías con el Señor Jesús, quien más tarde saldrá del cielo para ejercer los juicios guerreros (cap. 19:1). Pero más bien debería ser puesto en contraste con Cristo, porque es un gran conductor que obra para el mal, un imitador y un falsificador.
  • 2La cebada es el primer cereal que madura, pero es poco estimada; es el alimento de los pobres en Oriente.
  • 3En relación con este sello es preciso leer los siguientes pasajes del Antiguo Testamento: Isaías 24; 34:2-4; Joel 2:30-31; Sofonías 1; Hageo 2:6-7.
  • 4Varios rasgos de esta descripción recuerdan las señales empleadas por el profeta Joel, en relación con “el día grande y espantoso de Jehová” (Joel 2:10, 30-31; 3:15-16).

El intervalo antes del séptimo sello

Un paréntesis: el residuo de Israel: cap. 7:1-8

Este es el primer paréntesis que se presenta en el libro del Apocalipsis, intercalado en el curso de los juicios, para describir dos escenas de bendición antes de abrir el séptimo sello (cap. 8). Desde el comienzo de este capítulo, “otro ángel que subía de donde sale el sol”, quien representa a Cristo, ordena a los cuatro ángeles que están en pie sobre los cuatro ángulos de la tierra retener un momento los cuatro vientos de la prueba1 , preparados para devastar la tierra. Es como una prolongación de la paciencia de Dios:

Hasta que Dios haya puesto aparte y sellado en la frente (Ezequiel 9:4) a los que le pertenecen en cada una de las tribus de Israel (v. 1-8).

Luego, en la siguiente escena (v. 9-17), hasta que haya llamado a él a los extranjeros sacados de en medio de las naciones (Levítico 23:22).

Para hallar el significado de esta doble visión y evitar muchas confusiones, no debemos perder de vista estos dos grandes hechos:
1. Este capítulo no se puede aplicar a la Iglesia, porque esta se halla completa en el cielo. La plenitud de las naciones ya ha entrado (Romanos 11:25).
2. En la primera escena (v. 1-8), los que son sellados pertenecen a las tribus de Israel. Antes de ejecutar todo juicio, el Señor mostrará su gracia hacia su pueblo terrenal y llamará a él un residuo, representado aquí por una cifra simbólica: los 144.000 sellados. ¿Hay aquí un motivo para considerar el orden en el cual las tribus son mencionadas? Judá, citada primero, es la tribu real de la cual surgió el Señor.

Rubén, primogénito de Jacob, solo viene después de Judá, porque perdió su derecho de primogenitura, transferida a José (1 Crónicas 5:1-2).

Las tribus de Dan y Efraín no son mencionadas debido a su apostasía. Pero también se ve a Dios ocuparse de ellas en gracia para restaurarlas. Aunque la tribu de Dan estaba situada más lejos del santuario, es la primera mencionada en la tierra milenaria (Ezequiel 48:1). De Efraín, Oseas dice que “se ha mezclado con los demás pueblos… Devoraron extraños su fuerza, y él no lo supo” (Oseas 7:8-9).

A pesar de la ausencia de estas dos tribus, el número doce2 , emblema de la perfección administrativa celestial, es respetado mediante la mención simultánea de José y de su hijo Manases. Judá y José son dos magníficas figuras del Señor Jesús. Él es a la vez el león de la tribu de Judá y el divino José. La lista de las tribus se termina con Benjamín, el “amado de Jehová” (Deuteronomio 33:12), otro tipo notable de Cristo.

Aquí la función de las doce tribus es administrar en la tierra las naciones durante el Reino. Israel estará a la cabeza, y las naciones en la cola (Deuteronomio 28:13). Esta compañía elegida es llamada a rendir un poderoso testimonio. La elección es un secreto conocido por la familia de Dios, y de la cual estamos convencidos después de haber creído. Esta compañía debe proclamar el evangelio del reino a todas las naciones, antes de que llegue el fin (Mateo 24:14). Dicho evangelio anuncia la venida del Rey, llama al arrepentimiento, a creer en su Nombre, y ofrece todavía la gracia.

Este paréntesis no se puede situar de manera cronológica precisa, porque el periodo de la apertura sucesiva de los seis sellos cubre todos los acontecimientos del fin. El jinete del caballo blanco continuará en la escena al final de la gran tribulación, mientras las guerras se prolongarán todavía, hasta llegar a su punto culminante en la batalla de Armagedón. Sucederá lo mismo con las hambres y las pestes. El sexto sello hace entrever el fin. Posteriormente veremos la correspondencia entre el séptimo sello y la séptima copa. Los juicios introducidos por las trompetas y las copas son más intensos que los que resultan de la apertura de los sellos. Sus efectos se superponen los unos a los otros. La revelación del capítulo 7 cubre todo el periodo de los últimos siete años y permite entrever los acontecimientos posteriores a la gran tribulación.

“Una gran multitud, la cual nadie podía contar”: cap. 7:9-17

Como en el caso anterior, este pasaje tampoco se debe aplicar a la Iglesia, porque ella entrará en la gloria celestial antes de la gran tribulación y “de la hora de la prueba” (cap. 3:10).

Tampoco se trata de los que han rechazado el evangelio de la gracia de Dios durante la dispensación de la Iglesia. El mensaje del evangelio del Reino ya no será para ellos. Ya no tendrán una «segunda oportunidad», contrariamente al sofisma mortal enseñado por ciertos falsos maestros de hoy.

Esta escena concierne a los que, de entre las naciones, serán salvos en ese momento en la tierra. “Estos son los que han salido de la gran tribulación” (v. 14). Han aceptado el evangelio del reino, se han arrepentido y han sido lavados en la sangre preciosa de Cristo. Están vestidos con ropas largas y blancas, símbolo de pureza y de justicia práctica reconocida (cap. 6:11; Mateo 22:12). Las palmas que tienen en las manos evocan la justicia, la paz, la victoria y el gozo milenario (Salmo 92:12; Juan 12:13; Levítico 23:40). En la tierra expresan su alabanza a Dios y al Cordero (v. 10).

En el gran juicio de las naciones, el Señor habla como de esas “ovejas a su derecha”, que heredan el reino. Los “hermanos” del Señor son el residuo de Israel (Mateo 25:31, 40). Esta gran multitud no estará alrededor del trono celestial, como los veinticuatro ancianos (cap. 4:4; 5:8), sino delante del trono del milenio, en la tierra. No tienen coronas, no están glorificados, pero gozan de una bendición especial en la tierra, que emana de una fuente celestial (v. 15-17). Uno de los ancianos agrega que ellos sirven noche y día en el templo del Cordero (Isaías 56:6-7).

Por último son consolados: “Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos”. Es una anticipación del estado eterno, cuando toda pena y todo sufrimiento habrán desaparecido para siempre (cap. 21:4; Isaías 25:8).

  • 1Esos “cuatro vientos de la tierra” contrastan con los “cuatro vientos del cielo” de Daniel 7:2. En Daniel, el juico de Dios trae cambios provenientes del cielo, y no solamente confusión en la tierra.
  • 2Normalmente, doce es el número de la plenitud del gobierno divino, en contraste con el número siete, que es la plenitud de los propósitos de Dios en gloria.

El séptimo sello. Las cuatro primeras trompetas

Hasta entonces, en el cielo resuenan las alabanzas de los redimidos y de los ángeles, dando gloria al Cordero. Después de la adoración (cap. 7:10) viene un silencio en el cielo, tras la apertura del séptimo sello.

Un silencio: cap. 8:1-2

La duración “como por media hora” es una “medida” humana comparable al “Selah” de los salmos: un tiempo de meditación o de asombro que precede a una intervención directa de Dios. Esta espera silenciosa de todo el ejército celestial anuncia la extrema solemnidad de lo que va a seguir, porque los juicios más terribles van a caer sobre la tierra. “El que no escatimó ni a su propio Hijo” (Romanos 8:32), desatando sobre él el juicio que nosotros merecíamos, ahora herirá a los que rechazaron su gracia y pisotearon “al Hijo de Dios” (Hebreos 10:29).

La Escritura nos habla de un día aún futuro, cuando toda la tierra (Habacuc 2:20), las islas (Isaías 41:1) e incluso toda carne (Zacarías 2:13) tendrán que silenciarse ante Dios. Actualmente no es un tiempo de silencio en la tierra, donde reina una algarabía ensordecedora. Diversos ruidos y voces cautivan la atención de los hombres para impedirles prestar atención a la Palabra de Dios.

El séptimo sello es enteramente desenrollado. “Los siete ángeles que estaban en pie ante Dios” –ocupando un lugar especial (Lucas 1:19)– reciben las trompetas. Pero cuando se preparan para tocar las trompetas que anuncian el juicio, un ángel viene y se para ante el altar, con un incensario de oro.

“Otro ángel”: cap. 8:3-5

¿Es una criatura, o representa más bien al Ángel del Señor del Antiguo Testamento, es decir, al Señor mismo? Presentado como un Cordero en las escenas precedentes (cap. 4-7), más adelante el Señor será visto como un Ángel (cap. 10:1). Aquí actúa como gran sumo sacerdote e interviene a favor de los santos para que su clamor sea escuchado y respondido. A este Ángel “se le dio mucho incienso”: esto habla de Cristo.

Los mártires cuyas almas estaban bajo el altar no tenían necesidad de ayuda. Muertos por causa de Cristo, ya estaban en el reposo. Pero los santos que todavía están en la tierra, que sufren y oran, necesitan esta intercesión. Los perfumes suben hacia Dios con sus oraciones. El incienso exhala su olor gracias al fuego encendido sobre el altar de bronce (Levítico 16:12). Solo Cristo puede ofrecer esas oraciones a Dios, porque hay

Un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre
(1 Timoteo 2:5).

¿Cuál es el tema de las oraciones de los santos que aún estarán en la tierra? ¿Piden que Dios perdone a los que persiguen al residuo de Israel? ¡No! Como Elías antiguamente, piden la intervención de Dios en juicio.

La respuesta no se hace esperar, a diferencia de la esperanza prematura de las almas que están bajo el altar (cap. 6:10). El ángel toma el incensario y lo llena del fuego del altar para echarlo a la tierra1 . Este acto simboliza la ira de Dios contra el pecado (Lucas 3:17), ira que cae sobre los habitantes de una tierra mancillada por el pecado, y que no se arrepienten. Señales celestiales de poder lo confirman: voces, truenos y relámpagos, como en la escena del trueno (cap. 4:5). Un terremoto se añade para anunciar la inminencia de ese juicio sin precedente.

Entonces los siete ángeles se preparan para tocar las trompetas (v. 6). Desde el Sinaí, a menudo el sonido de la trompeta ha anunciado las grandes intervenciones del poder o de la justicia de Dios (Éxodo 19:16, 19; Mateo 24:31; 1 Tesalonicenses 4:16; 1 Corintios 15:52).

Los juicios que siguen difícilmente pueden ser aplicados de manera absoluta al tiempo actual, y sería imprudente ser demasiado categórico a su respecto. El significado real de la mayoría de los acontecimientos solo aparecerá en el momento en que se cumplan. Ellos recuerdan las plagas de Egipto, pero con esta diferencia mayor: también alcanzarán a Israel. En todo caso, la interpretación histórica de acontecimientos pasados debe ser rechazada. En efecto, este libro profético muestra claramente que esos juicios todavía no han tenido lugar.

La primera trompeta: cap. 8:6-7

Las cuatro primeras trompetas de juicio forman visiblemente un conjunto. Los juicios que se producen alcanzan simbólicamente las cuatro partes de la creación: el cielo, la tierra, el mar y las fuentes de las aguas (cap. 14:7).

El fuego enviado por Dios cumple su obra. El sonido de la primera trompeta es seguido por la misma manifestación de la ira divina que hirió a Egipto, en el momento de la séptima plaga (Éxodo 9:23). Un juicio violento y destructor viene del cielo: la presencia de sangre añade un elemento particularmente aterrador. El granizo, el fuego y la sangre expresan toda la ira de Dios. Los árboles (imagen de los poderes) y toda hierba verde (símbolo de la prosperidad comercial y agrícola) son quemados enteramente.

El hombre es tocado primero en su entorno y luego en sus recursos, antes de ser alcanzado en su persona. A veces los árboles son una imagen de los que ocupan una posición elevada entre los hombres, y de su orgullo (Daniel 4:11). Cuando estos son barridos por el juicio, la autoridad moral desaparece, con todas las formas de la prosperidad.

Parece que esos juicios caen sobre el imperio romano reconstruido, y más precisamente sobre la tercera parte de este imperio, que será la porción occidental (cap. 12:4). La cristiandad profesante sin vida es la primera en ser alcanzada (1 Pedro 4:17). La tierra oriental, vecina del Éufrates, será tocada a su turno, cuando la sexta trompeta suene. Por el contrario, la séptima trompeta traerá un juicio universal (cap. 11:15-18).

En estos capítulos se trata doce veces de “la tercera parte”. Estos son, pues, los juicios ampliados, pero todavía parciales.

La segunda trompeta: cap. 8:8-9

Una gran montaña ardiendo en fuego fue lanzada al mar. Es evidente que aquí se trata de un símbolo. En la Escritura, a menudo la montaña representa un gran poder o un gran reino establecido desde hace mucho tiempo. Por ejemplo, Jeremías llama a Babilonia “monte destruidor”, el cual Dios reducirá a un “monte quemado” (Jeremías 51:25)2 .

El gran poder mencionado aquí, símbolo probable de una revolución, será precipitado en el mar agitado de las naciones3 , agregando una destrucción más grande todavía de la vida y del comercio, representado aquí por las naves.

Esto nos recuerda que las aguas de Egipto se convirtieron en sangre, que todos los peces murieron. Podemos pensar, pues, en un cumplimiento parcial literal de ese juicio venidero (Éxodo 7:19-21; Salmo 78:44).

La tercera trompeta: cap. 8:10-11

Cuando esta trompeta suene, una gran estrella caerá del cielo. Se supone que una estrella aporta la luz celestial (“como una antorcha”), el pensamiento divino (cap. 1:20). Hablando de este periodo de la tribulación, el Señor hizo una seria advertencia a los suyos: “Habrá terror y grandes señales del cielo” (Lucas 21:11).

Bajo esta figura, tal vez se trate de una persona que pretende ejercer una gran influencia sobre los hombres. Es un impostor; cae en la apostasía, y su caída trae los funestos resultados descritos aquí. Puede tratarse del anticristo del fin, quien después de haber tenido la pretensión de ser un gran maestro en medio de Israel, se presentará como investido de una autoridad divina (2 Tesalonicenses 2:4), antes de conocer su caída fatal.

El nombre de la estrella es “Ajenjo”, un nombre que sugiere impiedad, infidelidad o idolatría. En el lenguaje de los profetas del Antiguo Testamento, el ajenjo era sinónimo de veneno (Jeremías 9:15; 23:15; Lamentaciones 3:19).

Con ese contacto, la tercera parte de los ríos4  y las fuentes de las aguas se vuelven amargas. Siempre se trata del territorio del imperio romano. Esas aguas son incluso envenenadas, porque por ese medio “muchos hombres murieron”. Se puede pensar que Dios da permiso a un conductor para difundir falsas enseñanzas, las cuales traen amargura y muerte al espíritu de los hombres en la tercera parte de la tierra.

Aquí no hay, como en Mara, madera elegida por Dios para endulzar las aguas (Éxodo 15:25). Eliseo tampoco estará presente para echar sal y decir, de parte de Dios, a los hombres de la ciudad maldita de Jericó: “Yo sané estas aguas, y no habrá más en ellas muerte ni enfermedad” (2 Reyes 2:21).

La cuarta trompeta: cap. 8:12

Es el turno para que el sol, la luna y las estrellas sean afectados. La tercera parte de estos astros es herida. El sol es el símbolo de la más alta autoridad; la luna, que no tiene luz propia, representa una autoridad dependiente o derivada, mientras las estrellas son la imagen de una autoridad subordinada. Estos acontecimientos recuerdan los que produjo la apertura del sexto sello (cap. 6:12-14), y son claramente anunciados por Cristo mismo (Lucas 21:25-28).

El significado simbólico del efecto producido por esta trompeta de juicio es que toda autoridad, en el imperio romano restablecido sobre sus bases, será herido por la mano de alguien situado en una posición más elevada. El resultado será la oscuridad moral más desastrosa.

Estas cuatro trompetas de juicio introducen de manera simbólica hechos cada vez más graves. Sucesivamente ponen en evidencia la desaparición de la prosperidad, la cual huye de la tierra. Luego es el turno para que un gran poder sea destruido en las convulsiones dramáticas de una revolución que se extiende a las otras naciones. Enseguida, un gran conductor cae y se convierte en motivo de amargura, mientras la autoridad es fuertemente atacada y rechazada. Por último, todo el territorio del imperio romano se halla sumergido en las espesas tinieblas morales.

Las tres últimas trompetas de desgracia: cap. 8:13

Se diferencian de las cuatro primeras mediante el anuncio hecho por un águila volando en medio del cielo: “¡Ay, ay, ay, de los que moran en la tierra, a causa de los otros toques de trompeta que están para sonar los tres ángeles”! (v. 13).

Recordemos que los juicios introducidos por las cuatro primeras trompetas solo han afectado al hombre en sus recursos y en su medio ambiente, representado por los árboles, los ríos, el sol, la luna y las estrellas (en su organización política). Ahora las tres últimas trompetas anuncian que el hombre mismo será herido.

El águila, esa ave de rapiña temible que acecha su presa con la rapidez del relámpago (Job 39:29-30), es escogida como el mensajero de las calamidades inminentes, más terribles todavía que las precedentes (cap. 19:17-18; Mateo 24:28).

“Los que moran en la tierra”5  son los que, como Caín, salieron intencionalmente de la presencia de Dios para construir un mundo sin él. Habiendo escogido identificarse con la bestia romana más bien que con el Cordero, deben compartir su juicio, como los egipcios sufrieron la misma suerte que el Faraón y sus dioses.

  • 1Un acto similar es descrito por el profeta Ezequiel (Ezequiel 10:2).
  • 2Sobre este tema, leer también los siguientes pasajes: Salmo 46:2; Isaías 4:4; Zacarías 4:7.
  • 3El mar es una imagen común de las naciones en su carácter de inestabilidad y anarquía.
  • 4Los ríos sugieren la idea de los medios de comunicación entre los hombres.
  • 5Notar el contraste con “los que moran en el cielo” (cap. 13:6).

La quinta y la sexta trompeta

La quinta trompeta: cap. 9:1-12

Esta proclama un juicio particular sobre el Israel apóstata. En efecto, aquí ya no se trata de la “tercera parte” (las naciones de occidente). Los que no tienen “el sello de Dios en sus frentes” son seducidos y se someten al anticristo. Estos no forman parte de los 144.000 que son divinamente protegidos para cumplir su misión.

Los acontecimientos anunciados aquí se desarrollan durante la segunda media semana de la gran tribulación, mientras las tinieblas morales más terribles invaden la tierra. Es el tiempo en que toda seducción de “injusticia” se manifiesta en medio de los apóstatas (2 Tesalonicenses 2:3, 12).

Más adelante se encuentra un mensaje similar al proclamado por el águila (cap. 8:13): “¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! Porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo” (cap. 12:12).

La “estrella que cayó del cielo a la tierra” representa un hombre que, por su posición, debería haber sido un instrumento para expandir la luz y mantener el orden en la tierra. Trátese o no del anticristo, claramente es un conductor apóstata. Recibe “la llave del pozo del abismo”1  y enseguida lo abre. Es un lugar donde los instrumentos del mal –en particular los ángeles caídos, y Satanás mismo durante el milenio– son retenidos en “prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio” (2 Pedro 2:4). Pero no es el lago de fuego, donde serán eternamente atormentados.

Cuando este lugar es abierto, no hay más consideración. En primer lugar, del pozo sube humo “como humo de un gran horno”. El aire y el sol (es decir, el estado ordinario de la tierra) se oscurecen. De este humo brotan inmediatamente instrumentos directos y numerosos del poder satánico.

Las langostas «morales» que aparecen no son comparables a las que, en la naturaleza, destruyen toda la vegetación a su paso, como antiguamente la octava plaga en Egipto (Éxodo 10:12-15). Aquí estas langostas representan los poderes demoniacos. Bajo las órdenes de Satanás, son instrumentos directos de su poder en el ámbito de los poderes ocultos. Su descripción detallada y aterradora es muy digna de atención:
1. Tienen el poder de los escorpiones: poseen un aguijón semejante al de los escorpiones de la tierra para trasmitir el veneno de las falsas doctrinas. Los sufrimientos que producen serán esencialmente morales. No atacan a las circunstancias de la vida humana (hierba, verdura, árboles), sino a los hombres mismos, para herirlos y torturarlos durante un tiempo que Dios ha limitado a “cinco meses”2  (el periodo de vida normal de una langosta en la naturaleza). Esas langostas no debían matar a los hombres, pero les infligían un tormento peor que la muerte: el dolor y la angustia del corazón. Sin embargo, estos aún no son los tormentos eternos, de los cuales se hablará más adelante (cap. 14:10). En medio de tal angustia, los hombres desearán la muerte, pero no la hallarán (v. 6; Job 3:21-22).
2. Semejantes “a caballos preparados para la guerra”, prosiguen con energía y agresividad su espantosa labor: torturar. Las malas enseñanzas difundidas solo dejan tras sí angustia moral.
3. Las coronas sobre sus cabezas, “como coronas de oro”, probablemente muestran la seducción que ejercen: brillan y dan a los hombres la ilusión de poseer una verdadera dignidad. El anticristo se presentará personalmente a la vez como rey (Daniel 11:36) y como Dios (2 Tesalonicenses 2:4).
4. Sus caras, “como caras humanas”, ponen en evidencia su carácter altamente inteligente y su aparente poder.
5. Sus cabellos, “como cabello de mujer”, sugieren que su enseñanza se recomienda por su dulzura y su sumisión exterior a los demás. Su estado real no es más que debilidad; de hecho, están dominadas por Satanás.
6. “Sus dientes eran como de leones”: cualquiera que sea su impacto sobre los pensamientos de los hombres, ellas muestran que están listas para apoderarse de ellos con ferocidad.
7. Sus “corazas como corazas de hierro” forman un contraste con la coraza de justicia del creyente (Efesios 6:14). Es tal vez la imagen de una conciencia endurecida, donde no subsiste ningún temor de Dios.
8. “El ruido de sus alas… como el estruendo de muchos carros de caballos corriendo a la batalla” evoca tal vez la increíble prontitud con la cual se apoderan de los pensamientos de los hombres.
9. “Tenían colas como de escorpiones, y también aguijones”. La descripción empieza y termina por la analogía con el escorpión (v. 3, 10). Su poder está en su cola, alusión probable a la actividad de los falsos profetas. En Israel, el magistrado era comparado a la cabeza, y los que enseñaban la mentira eran comparados a la cola (Isaías 9:13-14). El espíritu de error, inoculado por el veneno de esos escorpiones espirituales, envolverá a sus víctimas (los que no están sellados) como en una red de ceguera moral3 . ¡Es un mal peor que la muerte!
10. El nombre de su rey: ángel del abismo (Apolión en griego). En la naturaleza las langostas no tienen rey (Proverbios 30:27), pero estas tiene uno. Ellas forman una compañía indivisible, puesta bajo la dirección de un jefe único que reina sobre las tinieblas satánicas. Es el ángel del abismo cuyo nombre, dado en hebreo o en griego, significa “Destrucción” o “Destructor”, para caracterizar los resultados de su obra.

Solo una palabra conviene para describir ese terrible estado de cosas: “Ay” (v. 12), expresión de gran lamento unido a una terrible maldición. Ese primer “ay”, que sale de la boca de Dios, cae sobre un pueblo que había sido objeto de un amor eterno por su parte; pero aquí se trata de la suerte de los que no han sido sellados (cap. 7:4-8).

La sexta trompeta: cap. 9:13-21

De los cuatro cuernos del altar de oro sale una voz. La ausencia de sangre sobre los cuernos muestra que Dios actúa en vista de un juicio general. Este altar, puesto delante de Dios, cuya gloria ha sido ultrajada, evoca la intercesión de Cristo a favor de los suyos. Ahora se da una respuesta a la petición de las almas que están bajo el altar (cap. 6:9). Es el tiempo de la venganza (Romanos 12:19). Los cuernos hablan de fuerza, y su número (cuatro) muestra que toda la tierra debe ser herida.

La voz ordena al sexto ángel, quien acaba de tocar la trompeta, desatar los cuatro ángeles que están atados junto al gran río Éufrates. Esos cuatro ángeles atados estaban preparados para “la hora, día, mes y año”, es decir, para una intervención en un momento muy preciso. De hecho, estos ángeles están bajo la dirección de Satanás y ejercen su influencia demoniaca para sostener al rey del norte, el asirio, quien promueve una poderosa coalición dirigida contra Israel. Pero todos los juicios son ordenados desde el cielo: el mal no puede, pues, desencadenarse sino en el momento determinado por Dios.

Teniendo a Nínive como capital, el importante imperio de Asiria incluía antiguamente a Irak, Siria, el Líbano, Jordania y una parte de Irán y de Turquía. En un momento dado, las diez tribus de Israel también estuvieron bajo su dominio. Siria no debe ser confundida con Rusia, que es el rey del norte y al cual se unen los príncipe de Ros, Mesec y Tubal, que vienen de “las partes lejanas del norte” (Ezequiel 38:15; 39:2, V. M.).

Tras la orden, y de ahora en adelante, un gran número de jinetes, doscientos millones4 , están listos para el combate. Han sido preparados para ejecutar ese juicio en el tiempo conveniente.

Este “ay” se parece al anterior, solo que el primero concernía a los que, en Israel, no habían sido sellados, mientras aquí el juicio cae sobre “la tercera parte de los hombres”, expresión utilizada para referirse al campo del imperio romano (cap. 12:4), el de la cristiandad profesante. Además aquí los hombres no son solamente atormentados, sino también matados.

La referencia al Éufrates muestra que el juicio viene del oriente. De nuevo se trata del momento en que la sexta copa es derramada. Parece que el juicio introducido por esta sexta copa explica quiénes son estos jinetes (v. 17).

El Éufrates, uno de los ríos que salían de Edén, marcaba el límite oriental de la tierra de Israel (Josué 1:4), aunque el pueblo no había habitado mucho tiempo al este del Jordán5 . De hecho, el río Éufrates servía de frontera natural entre el oeste y el este, es decir, entre el imperio romano y los reinos del oriente. La marea creciente de esas naciones se ha mantenido largo tiempo. Entonces no será más así y una gran invasión seguirá. Como el país de Israel es el más cercano, será el primero en sufrir, pero el objetivo de esas hordas invasoras será el imperio romano reconstruido. La “tercera parte” corresponde a la confederación europea que ya está conformada. Es el último juicio parcial, todavía habrá un plazo: el arco iris es mencionado (cap. 10:1).

Esta invasión es conducida por el rey del norte. Aquí se ve el comienzo de la ofensiva, y la sexta copa describe la manera como todo debe terminar. En ese momento los reyes situados del lado del sol naciente están concernidos. En el momento de la sexta copa, serán reunidos en vista del gran día de Dios, el Todopoderoso.

Como en los juicios precedentes (las langostas de la quinta trompeta), la descripción de los caballos y de sus jinetes es aterradora:
•  Los jinetes tienen corazas de fuego, de jacinto6  y de azufre (v. 17, V. M.).
•  Los caballos tienen cabezas semejantes a leones, y sus bocas echaban fuego, humo y azufre. Además, “el poder de los caballos estaba en su boca y en sus colas” (v. 19). Así, su fuerza seductora se presenta bajo la forma de una elocuencia persuasiva. Detrás de ella aparece el poder de Satanás, simbolizado por las colas, “semejantes a serpientes, tenían cabezas”, por medio de las cuales los caballos (imagen de las autoridades) causaban daño, con astucia y traición.
•  Sus armas son infernales: fuego, humo y azufre. El fuego y el azufre son el poder del juicio, de la muerte y del infierno en las manos de Satanás para perseguir a los hombres. La tercera parte de los hombres es alcanzada por esas tres plagas. Tal vez no se trata de la muerte física sino, ante todo, de esta miseria moral extrema que resulta de la apostasía.

Aparentemente cierto número de hombres escapa a esta terrible seducción (v. 20-21); pero ni siquiera estos desastres sin precedentes los conducen a dejar de adorar a los demonios y a los ídolos. De hecho, “Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira” (2 Tesalonicenses 2:11). Satanás ya entró en ellos, porque “amaron más las tinieblas que la luz” (Juan 3:19). Esos hombres son presa del ocultismo, del espiritismo, de la hechicería y de la magia. ¡Qué terrible juicio!

Actualmente la idolatría, bajo diversas formas, ha tomado un lugar creciente en el mundo, e incluso en la cristiandad.

  • 1El abismo es mencionado siete veces en el Apocalipsis (cap. 9:1-2, 11; 11:7; 17:8; 20:1, 3). Es el mismo citado en Lucas 8:31: “Y le rogaban (los demonios) que no los mandase ir al abismo”.
  • 2En las Escrituras, el año es la medida de tiempo de la salvación; el mes es el instrumento de medida del juicio; el día es el tiempo del testimonio. El tormento dura aquí cinco meses, es decir, 150 días, precisamente la duración del diluvio (Génesis 8:3).
  • 3El entendimiento de los hombres se oscurece (Efesios 4:18) y se corrompe a la vez (1 Timoteo 6:5; 2 Timoteo 3:8).
  • 4No se debe confundir la cifra indicada aquí con la expresión “millones de millones” usada para designar la innumerable multitud de ángeles (cap. 5:11).
  • 5 Las dos tribus y media (Rubén, Gad y Manasés) tuvieron su heredad más allá del Jordán (Josué 13:32). Allí residieron desde el año 1444 a. C. (Josué 22:1-6) hasta el 884 a. C. (2 Reyes 10:32-33).
  • 6El jacinto es una de las piedras preciosas en la Escritura, mencionada más adelante como el undécimo fundamento de la santa ciudad (cap. 21:20). Es de color rojo, como la sangre, y posee la particularidad de perder su color bajo la acción del fuego.

El intervalo antes de la séptima trompeta

El curso de los acontecimientos generales es interrumpido por segunda vez, para hacer un paréntesis y relatar un episodio particular que sobreviene en Judea.

Otro ángel poderoso, Cristo: cap. 10:1-3

Este capítulo empieza proclamando la aparición de un ángel poderoso. ¿Quién es este ángel? Bajo una forma velada, probablemente se trata de Cristo mismo, lo que confirma la expresión: “descender del cielo” (v. 1). Parece que el Señor se presenta bajo forma de un ángel cuando se abre el último sello (cap. 7:2), luego en el ejercicio de sus oficios sacerdotales (cap. 8:3). Aquí, antes de la séptima trompeta, aparece nuevamente bajo una forma angelical. Su dignidad real se manifiesta acompañada de señales de la gracia. La nube en la cual está envuelto ya era la expresión de la gloria en medio de Israel y recordaba los cuidados en el desierto (Éxodo 13:21-22). Era la señal de su presencia en medio de su pueblo. Más tarde llenó el templo (1 Reyes 8:10). Pero ahora la presencia de Dios es visible en su Hijo, bajo los rasgos del Hijo del Hombre.

El arco iris sobre su cabeza recuerda el pacto de Dios con la tierra (Génesis 9:13). Su rostro es “como el sol”, señal de su autoridad suprema (cap. 1:16). Sus pies son “como columnas de fuego”; pone su pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra, para afirmar sus derechos sobre todas las cosas (1 Corintios 15:26-28).

Su voz es semejante a la de un león que ruge (cap. 5:5).

Los siete truenos emiten su sonido, la voz misma de Dios, como para aprobar lo que acaba de ser pronunciado. No tratemos de conocer las cosas escondidas (Deuteronomio 29:29). Es también la única porción del libro del Apocalipsis que debe ser sellada, al menos por un tiempo; por lo demás, se le dice a Juan: “No selles las palabras de la profecía de este libro” (cap. 22:10).

“Ángel” o “Hijo del Hombre” son títulos, y no significa que quien los lleva sea un ser creado. A menudo el Antiguo Testamento menciona el “Ángel de Jehová”. Son prefiguraciones de Cristo, llamadas teofanías o cristofanías. Cristo también lleva el título particular de “Ángel de su faz” (Isaías 63:9).

El fin del misterio de Dios: cap. 10:5-7

Rápidamente se acerca la hora en la cual todos los reinos de la tierra formarán el reino de Cristo. Pero, por el momento, teniendo en la mano un “librito abierto”, Cristo levanta la mano derecha hacia el cielo y jura “por el que vive por los siglos de los siglos” (v. 6) que no habrá más plazo.

Qué gozo para los mártires que clamaban: ¿“Hasta cuándo”? (cap. 6:9-11). El día del hombre se acaba. Cuando el séptimo ángel toque la trompeta, el “misterio de Dios” se terminará, como lo anunció “a sus siervos los profetas”.

¡Cuán insondable es este misterio! Que sorprendente, en efecto, es ver el bien pisoteado y a los malos prosperar. Hasta entonces, el mal triunfa en apariencia, y los cielos guardan silencio (Job 24:12; Salmo 83; Jeremías 12:1; Habacuc 1:13). Satanás, el “dios de este siglo”, seduce a las naciones. La ceguera de Israel, hasta que la plenitud de los gentiles haya entrado (Romanos 11:25), también era un misterio. Lo mismo sucedía con el “misterio de la iniquidad” (2 Tesalonicenses 2:7) y con todo lo que había parecido oscuro en los caminos soberanos de Dios. Todo se aclarará cuando la gloria del Señor sea manifestada.

Viene, pues, el tiempo en que ese “misterio de Dios” se acabará. Es el único misterio cuya revelación todavía no es completa en la época actual. Las buenas noticias de los profetas concernientes a la bendición de Israel y al establecimiento del reino de Cristo al fin se cumplirán, en un reino de justicia y de paz.

El librito abierto, dulzura y amargura: cap. 10:8-11

¿Qué significa el librito que el ángel tiene en su mano? No es un libro sellado, sino abierto. Su contenido es revelado en el siguiente capítulo: se trata de lo que hablan los profetas del Antiguo Testamento –como también el Señor (Lucas 19:41-44)– respecto a Israel. Todo se desarrolla durante la gran tribulación, y termina con la aparición gloriosa del Señor en los albores de su reino. La misma voz que prohibió a Juan revelar las palabras de los siete truenos (v. 4), ahora le ordena tomar el librito de la mano del Ángel (v. 8), comerlo (v. 9) y apropiarse de él ávidamente, de manera que se convierta en una parte de él mismo. Uno hubiera podido pensar que Juan, con su gran conocimiento e inteligencia, sería un instrumento del cual Dios se serviría inmediatamente. Al contrario, a fin de capacitarlo para hablar como oráculo de Dios, primero debe gustar la verdad divina para sí mismo, antes de declarar lo que ha visto. Entonces su mensaje saldrá de su corazón (Ezequiel 2:8-10).

En la boca de Juan el libro es dulce como la miel (Salmo 119:103; Ezequiel 3:3). A menudo la miel es símbolo de los afectos naturales, que no siempre son controlados por el Espíritu de Dios. Pero David, para resaltar el valor de la Palabra de Dios, la compara a la miel (Salmo 19:10). El Señor comió un poco de un panal de miel después de su resurrección: esto muestra bien que la miel no es mala en sí.

Pero enseguida ese libro llena de amargura el vientre del apóstol. Antes de que el juicio se ejecute, Dios ha medido cada detalle, como también todas las consecuencias sobre la creación. Él quiere que su profeta también experimente algo de la solemnidad de sus profecías. Juan puede experimentar el gozo realizando que, mediante el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento, el Señor acabará la obra que someterá todas las cosas bajo sus pies. Pero de ello también resulta la amargura, porque las consecuencias terribles y eternas tocarán a todos los que no se hayan sometido al Dios santo, aceptando su gracia soberana. Por último, a Juan se le ordena profetizar otra vez “sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes” (v. 11). Es una tarea que tampoco dejará de producir amargura en el profeta, porque la mayoría de los hombres no creerá. De la misma manera, el creyente que conoce algo de la verdad divina tiene la obligación de transmitirla a los demás. El que rehúya anunciar todo el consejo de Dios (Hechos 20:27) será tenido por responsable ante él (Ezequiel 33:7-9).

El templo: cap. 11:1-2

Nuevamente somos transportados a Jerusalén: la mención del templo de Dios, del altar, del patio y de la ciudad santa muestra claramente que los acontecimientos anunciados en esta porción del Apocalipsis están relacionados con el pueblo de Israel. Sería absolutamente erróneo pensar que aquí se trata de la Asamblea y atribuirle ese templo.

Después del arrebatamiento de la Iglesia, el pueblo judío, de regreso en su tierra, construirá en Jerusalén un nuevo templo donde el servicio sacerdotal será retomado según las ordenanzas levíticas (Isaías 66:1-4). El anticristo, la bestia que sube de la tierra (cap. 13:11), quiere hacerse adorar como Dios (2 Tesalonicenses 2:3-4). El Israel apóstata (Juan 5:43) le recibirá y se asociará a las naciones, especialmente al imperio romano, mediante una alianza corrompida (Isaías 28:14-15).

Pero en medio de esta masa mancillada que seguirá al anticristo y aceptará al hombre de pecado como su Mesías, los fieles serán manifestados. De ahí la orden dada a Juan de medir con una caña el templo “de Dios” y el altar (v. 1), donde Dios reconoce que hay verdaderos adoradores para él.

Para el hombre de Dios, realizar tales medidas es conocer lo que Dios se ha reservado y que tiene su aprobación (cap. 21:15; Zacarías 2:1-4; Ezequiel 40 y 41). Simbólicamente el templo representa el lugar donde Dios mora, y el altar representa el medio de acercarse a él sobre la base de un sacrificio. Durante este periodo de juicio, ¿no hallará Dios su gozo de ver a su pueblo acercarse a él para adorar?

En cambio, el patio no debía medirse, porque ha sido entregado a los gentiles. Estos hollarán la santa ciudad durante cuarenta y dos meses (v. 2). Es claro que durante este periodo final del tiempo de los gentiles, Dios se reservará un residuo fiel, mientras la mayor parte de la nación judía será entregada a la violencia de las naciones, que pisotearán a Israel. El mundo manifestará un salvajismo pagano y una corrupción desvergonzada. Como perros o cerdos, pisotearán lo que es santo para destruir al pueblo de Dios (Mateo 7:6; 2 Pedro 2:22).

La alusión a los cuarenta y dos meses (tres años y medio) relaciona inmediatamente la revelación confiada a Juan y la dada a Daniel quien menciona un periodo de setenta semanas, al final de las cuales la justicia eterna será establecida bajo el reinado de Cristo (Daniel 9:24-27).

Las setenta semanas debutan con la orden de reconstruir Jerusalén durante el reino de Ciro. Daniel precisa que después de siete semanas y sesenta y dos semanas “se quitará la vida al Mesías, mas no por sí”.

Cada día de esas semanas representa un año, y las 69 primeras semanas de años (es decir, 483 años) se terminaron en la cruz de Cristo. Una sola semana de siete años queda, pues, por cumplirse. Al comienzo de esta, Daniel anuncia que el jefe del imperio romano cerrará una alianza con los judíos por un periodo de siete años, y que en medio de la semana él hará cesar el sacrificio continuo para introducir un ídolo abominable en el templo. Entonces, “a los santos del Altísimo quebrantará”, y pensará cambiar los tiempos y la ley, que serán entregados en su mano hasta un tiempo, tiempos y medio tiempo, es decir, en otros términos, durante tres años y medio o 1.260 días (v. 3; Daniel 7:25; Santiago 5:17). Entonces la oposición de las naciones al pueblo judío alcanzará su efervescencia.

Los dos testigos asesinados: cap. 11:3-10

Durante este periodo terrible, la gran tribulación, pero de duración limitada porque es acortado por Dios (Mateo 24:22), los judíos fieles y piadosos huirán de Jerusalén (Mateo 24:16). Sin embargo, un testimonio será dejado en la santa ciudad, confiado a dos testigos. El número “dos” es utilizado simbólicamente para establecer el valor, a pesar de su debilidad (Deuteronomio 19:15).

Dos figuras (los candeleros y los olivos) son empleadas para describir el carácter de estos dos testigos y de su mensaje (Zacarías 4:14). Como candeleros, rinden testimonio delante de los hombres, vestidos de cilicio, en medio del dolor y el oprobio. Como olivos, están ungidos del Espíritu Santo. Su mensaje recuerda los derechos de Cristo sobre la tierra, en relación con sus dos dignidades (la realeza y el sacerdocio). A semejanza de Elías en Israel, tienen el poder de cerrar el cielo, a fin de que no llueva durante los días de su profecía (1 Reyes 17:1) y, como Moisés en Egipto, pueden herir la tierra con toda clase de plagas. Esos dos testigos están delante del Señor de la tierra, y nadie puede hacerles daño hasta que hayan acabado su servicio1 .

Por primera vez este libro se refiere a la bestia romana (v. 7), cuyo símbolo mismo muestra que ella está desprovista de toda conciencia. “Sube del abismo” (cap. 17:8): se trata del imperio romano restaurado. Además es presentada bajo el aspecto del pequeño cuerno visto por Daniel. Dominando sobre las naciones, se volverá también contra esos judíos fieles en Judea y matará a los dos testigos (Daniel 7:8, 21). El carácter innoble de los apóstatas cegados se manifestará en particular por la manera en que tratarán los cuerpos de esos siervos de Dios, expuestos “donde también nuestro Señor fue crucificado” (v. 8), es decir, en Jerusalén. La santa ciudad (v. 2) es ahora llamada “Sodoma”, debido a la corrupción indignante de los que la dominan, y “Egipto”, a causa de su independencia orgullosa frente a Dios. Dominados por un gozo malsano debido a la muerte de estos dos testigos, los malvados de todas las naciones de la tierra no permitirán que sean sepultados, para seguir deleitándose con este espectáculo. Sus cuerpos serán vistos por “los de los pueblos, tribus, lenguas y naciones”; la tecnología y los medios modernos de comunicación permitirán la realización literal de esta profecía. Pero los malvados están lejos de pensar que por ese medio preparan la demostración resplandeciente de su derrota. “Los moradores de la tierra”2  se alegrarán y se enviarán regalos. Esos son los apóstatas (cristianos de nombre o judíos infieles) enteramente cegados y endurecidos. El apóstol Pablo precisa su carácter y su destino (Filipenses 3:18-19). Ellos pretenden poseer la tierra, olvidando que Dios no es solamente el “Dios de los cielos”, sino también “Dios de la tierra” (v. 4).

La resurrección de los dos testigos: cap.11:11-13

El poder de Dios se muestra rápidamente a través de su resurrección y su arrebatamiento al cielo. “Después de tres días y medio entró en ellos el espíritu de vida enviado por Dios” (v. 11). Ellos se pusieron de pie, y una gran voz proveniente del cielo les ordenó: “Subid acá”. Sus enemigos apóstatas, semejantes a los que hoy se burlan de la resurrección del cuerpo y ridiculizan la esperanza bienaventurada del arrebatamiento de los santos, contemplarán ese doble milagro. Un gran temor cae sobre los que los ven subir al cielo en la nube3 . Así esos dos testigos tendrán parte en la primera resurrección (cap. 20:4).

El terror aumenta cuando la ciudad es sacudida “en aquella hora” por un gran terremoto. Este no es un acto simbólico, sino una alteración de la naturaleza que provoca la destrucción de la décima parte de la ciudad y la muerte de siete mil personas.

Este acontecimiento marca el fin del segundo ay. Entonces los que escaparon a esta visitación en juicio dan gloria al Dios de los cielos, pero solamente bajo el efecto del miedo. Habiendo rechazado la advertencia dada por Dios, no hay más arrepentimiento posible: “He aquí, el tercer ay viene pronto” (v. 14).

  • 1Se ha escrito mucho acerca de estos dos testigos que aparecerán en Jerusalén. Es claro que la escena es futura y que se desarrolla en esta ciudad. Algunos los relacionan con Enoc y Elías; otros piensan que se trata de Moisés y Elías, vueltos en persona a la tierra. Pero en las Escrituras no se anuncia ninguna segunda venida de Moisés. Algo se encuentra sobre el trabajo de Elías en el futuro (Malaquías 4:5-6). Pero las palabras del Señor (Mateo 11:14; 17:12) respecto a Juan el Bautista parecen mostrar que un retorno físico de Elías, raptado sin pasar por la muerte, no debe ser considerado.
  • 2Esta expresión se halla siete veces en el Apocalipsis: cap. 3:10; 6:10; 8:13: 11:10; 13:8; 14:6; 17:8.
  • 3Es probablemente la misma nube en la cual el ángel poderoso, figura de Cristo, estaba envuelto antes (cap. 10:1).

La séptima trompeta

El sonido de la séptima trompeta anuncia el tercer y último ay. Es la ocasión para que nosotros seamos transportados al cielo y escuchemos grandes voces anunciar buenas noticias, la introducción del milenio en la tierra: “Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (v. 15, Daniel 7:14). Ese gran día llegará al fin, cuando el gobierno de este mundo esté en las manos del Señor Jesús (Isaías 2:11).

El cielo entero se regocija y los veinticuatro ancianos (que simbolizan a los santos celestiales) adoran dando gracias a Dios (v. 16; 19:4). Aparecen por cuarta vez (cap. 4:10; 5:8; 7:11) y se postran como antes, exponiendo sus motivos para hacerlo: “Porque has tomado tu gran poder, y has reinado” (v. 17).

La introducción del reino de Cristo trae la bendición al pueblo de Dios, pero también anuncia un “ay” (v. 14) para los que moran en la tierra, los que han rechazado a Cristo y su mensaje para unir sus deseos y sus afectos a las cosas de la tierra.

Esos últimos juicios antes del reino serán detallados en la siguiente sección del libro (cap. 16). Las siete copas se superponen a la séptima trompeta, en el momento del tercer ay.

Los ancianos anuncian entonces un último mensaje: la ira de las naciones contra Cristo y los suyos (Salmos 2 y 83; Joel 3:9-13; Zacarías 14:2-4) se encontrará con la ira de Dios (v. 18; Romanos 3:5-6; Hechos 17:31). Esto no es más un “principio de dolores” para el mundo, sino el día de la ira de Dios y del Cordero.

Ese será “el tiempo de juzgar a los muertos”. Esta declaración concierne solamente a los incrédulos (Juan 5:29). El juicio de los vivos tiene lugar antes del milenio (Mateo 25:31-41). Al contrario, la resurrección de los muertos que no tienen la vida de Dios y su juicio delante del gran trono blanco solo tendrán lugar al final del reino de Cristo (cap. 20:5, 12). La profecía dada aquí es general, para presentar el gobierno de Dios en su conjunto.

Es también el tiempo de las recompensas. Los siervos y profetas de Dios, los santos y todos los que, a través de las edades, han mostrado su temor a Dios, recibirán su recompensa, mientras los que han rechazado la gracia de Dios sufrirán el castigo de una destrucción eterna (2 Tesalonicenses 1:9).

Conclusión

El sonido de la séptima trompeta, anunciando la venida del tercer ay, concluye esta parte del libro (cap. 6 a 11:18), por la venida del reino del mundo de Dios y de su Cristo.

Las siguientes profecías son introducidas por la visión del templo de Dios abierto1  y del arca de su pacto. Israel y el aspecto religioso de los acontecimientos que le conciernen estarán más particularmente en evidencia.

  • 1El Apocalipsis es el libro de las cosas que están abiertas, en siete grandes ocasiones: 1. Una puerta es abierta en el cielo (cap. 4:1). 2. Los sellos son abiertos (cap. 6:1; 8:1). 3. El pozo del abismo es abierto (cap. 9:2). 4. El templo de Dios es abierto (cap. 11:19). 5. El templo del tabernáculo del testimonio es abierto (cap. 15:5). 6. El cielo es abierto (cap. 19:11). 7. Los libros de los juicios son abiertos (cap. 20:12)