Apocalipsis

Comentario bíblico detallado

La escena celestial - Cap. 4 y 5

Cristo Creador y los santos como reyes

La puerta abierta y la visión del trono: cap. 4:1-3

La escena cambia bruscamente. Según la división del libro indicada por el Señor al apóstol (cap. 1:19), a partir de ahora se trata de “las cosas que sucederán después de estas”.

Después del desarrollo de la historia de la Iglesia en la tierra, Dios prosigue sus propósitos. Nosotros somos transportados al cielo, al tercer cielo (Hebreos 9:24; 2 Corintios 12:2). Los capítulos 4 y 5 corresponden al periodo que sigue al arrebatamiento de la verdadera Iglesia; un periodo que precede a los juicios que la iglesia apóstata, que quedará en la tierra, atravesará durante la gran tribulación (cap. 3:10). La Asamblea no es más reconocida por el Señor, y por ello “la iglesia del Señor” no se menciona más después del capítulo 3, para reaparecer como la “esposa del Cordero” justo antes de la aparición de Cristo en la tierra para reinar (cap. 19:7). Se puede notar que la última mención de los veinticuatro ancianos, de los cuales se va a tratar (y por otras razones, la de los cuatro animales), interviene justo antes de que la esposa sea introducida (cap. 19:4).

Esta puerta abierta, esta voz que invita: “Sube acá”, y la presencia en espíritu de Juan en la gloria, muestran de manera simbólica el cumplimiento de la promesa de Cristo (Juan 14:3; 1 Tesalonicenses 4:15-17). La feliz esperanza de la Iglesia se cumple repentinamente. Su arrebatamiento de la tierra será tan súbito como su comienzo (Hechos 2:1-2).

Como la visión en el curso de la cual Juan contempla al Hijo del Hombre (cap. 1:10), la voz es como la de una trompeta1 . Majestuosa, esta visión de Juan se concentra ahora en un trono ubicado en el cielo (Salmo 103:19), sede del gobierno universal divino, en el mismo momento en que, en la tierra, los tronos humanos comienzan a tambalear y a desmoronarse. Juan contempla un maravilloso espectáculo ante el cual exclama: “He aquí”, expresión que no se vuelve a hallar en escenas similares (Ezequiel 1:1). El día del hombre se acaba con los derrocamientos anunciados, pero un trono subsiste, al cual nada puede hacer tambalear. Aquí su carácter no es el de la gracia (Hebreos 4:16), ni el del gran trono blanco, todavía futuro (cap. 20:11). Es la sede del gobierno del mundo.

Los ojos del que está sentado en el trono (Dios en su carácter de creador) recorren la tierra; él se ríe de la sublevación del hombre y de su locura (Salmo 2:4). Aquí él es semejante al jaspe y a la cornalina. El Señor, en las glorias personales de su Ser, a menudo es representado por esas piedras preciosas. En particular, el jaspe (tal vez se trata del diamante)2  (cap. 21:11, 18-19) representa su gloria manifestada. Es también la última piedra ubicada en el pectoral del sumo sacerdote (Éxodo 28:17-20). El trabajo redentor de Cristo es simbolizado por otra piedra, roja, la cornalina (o rubí), la primera piedra del pectoral. Juntas, estas dos piedras recuerdan “el alfa y la omega”, el “principio y el fin” (el cumplimiento) de la gloria divina. Ellas también serán mencionadas en el libro (cap. 21:19) en relación con los fundamentos de la santa ciudad.

Del trono salen relámpagos y truenos, emblemas del poder y del juicio divinos. A menudo mencionados en el curso de este libro (cap. 8:5; 11:19; 16:18), resaltan el carácter repentino e inesperado de los juicios (Mateo 24:27; Salmo 18:13-14; Ezequiel 1:13). En cuanto a las voces, son llamados poderosos y solemnes de Dios (cap. 1:15)3 .

El arco iris, señal del pacto entre Dios y el hombre (Génesis 9:13), es comparado a una esmeralda. Esta piedra verde es del color del follaje y de la hierba. El arco indica que si los juicios van a desatarse sobre la tierra, solo serán parciales aún (cap. 10:1; Santiago 2:13; Ezequiel 1:28). La naturaleza será libertada en virtud de la alianza de Dios con Noé (Romanos 8:21). La gracia no faltará: se mantiene en reserva para Israel. Los juicios definitivos solo intervendrán más tarde (2 Pedro 3:7).

Los veinticuatro ancianos: cap. 4:4-5

¿Quiénes son esos veinticuatro ancianos sentados sobre veinticuatro tronos alrededor del trono central? No son ángeles, los cuales nunca son representados sentados sobre tronos, ni coronados. Los ángeles no cantan –como lo hacen los ancianos– el cántico de la redención. Solo hay un significado posible: esos ancianos representan a los santos glorificados.

Están vestidos de blanco, la vestimenta característica de los redimidos, una señal de pureza y de santidad (cap. 3:5, 18; 6:11; 7:9)4 . Son reyes: tienen coronas de oro. Naturalmente pensamos en las coronas prometidas a los creyentes pertenecientes a la Iglesia (cap. 2:10; 3:11; 2 Timoteo 4:8; Santiago 1:12; 1 Pedro 5:4). Si han sido coronados es porque el tiempo de su servicio ha terminado y ellos han recibido su recompensa. Su dignidad real está asociada a la justicia divina. Ellos reinarán sobre la tierra (cap. 3:21; 5:10; 1 Corintios 6:2). Esta compañía celestial de reyes y sacerdotes rodea al que está sentado en el trono. Es mencionada de esta manera en doce ocasiones (cap. 4:4, 10; 5:5-6, 8, 11, 14; 7:11, 13; 11:16; 14:3; 19:4).

¿Por qué son veinticuatro? Esta cifra recuerda las disposiciones tomadas por David, designando las clases de sacerdotes llamados a sucederse para asegurar el servicio en el templo (1 Crónicas 24:4, 7-18). Dos veces doce: esa cifra sugiere que podría tratarse del conjunto de santos del Antiguo y del Nuevo Testamento hasta la venida de Cristo.

Delante del trono se hallan siete lámparas de fuego, una plenitud del Espíritu (cap. 1:4), imagen de los pensamientos y de los caminos perfectos de Dios en gobierno. Esas lámparas están en el cielo, no están más en la tierra, porque el Espíritu Santo, el que “lo detiene”, lo ha dejado para abandonarlo a las tinieblas morales del “misterio de la iniquidad” (2 Tesalonicenses 2:7). Tampoco es, como ahora para la Iglesia, el Espíritu Santo en sus caracteres de “poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).

Este conjunto describe el trono de Dios bajo su aspecto judicial.

Los cuatro seres vivientes y la adoración: cap. 4:6-11

El mar de vidrio recuerda el mar de fundición en el templo de Salomón (2 Crónicas 4:2, 6), donde los sacerdotes debían lavarse. Pero aquí este mar es de vidrio, su pureza es inmutable. En contraste con la declaración del profeta en otro tiempo, donde el mar continuamente en movimiento es un símbolo de agitación (Isaías 57:20), aquí todo es calma y claridad. No se necesita más agua para la purificación de los santos. Lavados en la sangre del Cordero, ahora pueden andar en la calle de la santa ciudad sin riesgo de mancharse (cap. 21:21).

Junto al trono y alrededor de este había cuatro “seres vivientes” (o animales). Estos no representan a la Iglesia o a una clase particular de santos. Son símbolo de los atributos del juicio y del gobierno divino, y como tales participan a la vez del carácter de los querubines, de los serafines y de los ángeles.

Traen a la memoria los querubines del Antiguo Testamento ubicados en la entrada del huerto del Edén, cerrado a Adán (Génesis 3:24), y a los de las grandes visiones de Ezequiel (Ezequiel 1:5; 10:20-22). Ejercen el poder judicial en el gobierno de Dios hacia el mundo y hacia los hombres.

Pero, al igual que los serafines (Isaías 6:2), tienen seis alas. Con dos se cubren el rostro, no pudiendo mirar la santidad divina en Cristo. Con dos se cubren los pies, no atreviéndose a estar delante de él; y con dos vuelan, para proclamar por doquier su santidad absoluta. Así repiten constantemente delante de Dios: “Santo, santo, santo”, como la expresión de la naturaleza misma de su Ser. Adoran al “Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir” (v. 8).

Los cuatro “seres vivientes” tienen la responsabilidad de ejecutar los juicios divinos. Según su semejanza a un león, a un becerro, a un hombre o a un águila, ellos representan la fuerza del juicio, su firmeza y su paciencia, su inteligencia o su rapidez de acción.

También poseen ciertos caracteres que son, por cierto, los de los ángeles (Ezequiel 1:5, 10-12, 14; Isaías 6:2). Están “llenos de ojos”: primero “delante y detrás” (v. 6), luego “alrededor y por dentro” (v. 8). De esta manera su conocimiento y su discernimiento, tanto del pasado como del futuro, son perfectos. También tienen una percepción interior perfecta sobre lo que normalmente está escondido, excepto para Dios (2 Crónicas 16:9; Jeremías 23:24; Proverbios 15:3; Zacarías 4:10). Las facultades de los seres vivientes sobrepasan, pues, las de los querubines que obran en el carro del gobierno divino de la visión de Ezequiel.

En esta escena (cap. 4) los ángeles no son designados por nombre, mientras los seres vivientes y los ancianos son claramente distinguidos los unos de los otros. En la siguiente escena (cap. 5), al contrario, los seres vivientes están estrechamente asociados a los ancianos. Juntos se postran y cantan el mismo cántico; pero son claramente distinguidos de los ángeles. En la historia del mundo, hasta el arrebatamiento de la Iglesia, los ángeles han cumplido el rol de los seres vivientes como instrumentos del gobierno divino. No será así en el mundo futuro (Hebreos 2:5). Los santos celestiales (simbolizados por los ancianos) reinarán con Cristo para ejercer el juicio (confiado hasta ese momento a los seres vivientes). Es un verdadero cambio de dinastía.

Los veinticuatro ancianos poseen la sabiduría y el discernimiento espirituales. Tienen una comprensión profunda de las cosas. Echan sus coronas delante del trono. No las guardan para sí mismos, como muy a menudo lo hacen los hombres de este mundo. Toda la gloria vuelve a Cristo. Solo él es digno de ser alabado como Creador (v. 11) y Redentor (cap. 5:9). ¿Tendremos nosotros coronas para echar a sus pies?

Mientras los ancianos permanecían aparentemente inmutables ante las aterradoras señales de poder que salían del trono, ahora caen sobre sus rostros y “se postran delante del que está sentado en el trono” (v. 10), en cuanto los seres vivientes le rinden homenaje.

En este capítulo 4 Dios mismo (Romanos 11:36) es el autor de la obra creadora: “por tu voluntad” (v. 11; Santiago 1:18; Juan 1:13). En contraste, en el capítulo 5, la obra de la redención es presentada como la consecuencia de la victoria del León de la tribu de Judá (v. 5).

  • 1Ver Apocalipsis 8:2; Isaías 18:3; Jeremías 6:17; Ezequiel 33:3-4; Joel 2:1.
  • 2El jaspe deja pasar la luz, pero solo pone en relieve las formas visibles; en el capítulo 21, al contrario, esta piedra representa todas las glorias de Dios.
  • 3 Leer sobre este tema: Job 37:2; Salmo 29:3-9; Salmo 46:6; Salmo 68:33; Ezequiel 1:24.
  • 4Se notará que la palabra empleada en el capítulo 15:6 concerniente a la manera como los ángeles están vestidos, se traduce por “resplandeciente” y no por blanco.

Cristo, Redentor, y los santos como sacerdotes

¿Quién es digno de abrir el libro?: cap. 5:1-3

“En la mano derecha del que estaba sentado en el trono”, Juan vio un libro en forma de rollo, “escrito por dentro y por fuera”, sellado con siete sellos. Es, pues, imposible agregar o quitar cualquier cosa de él (Ezequiel 2:9). Este libro contiene los propósitos de Dios y sus caminos en juicio hacia este mundo, en vista de introducir a Cristo, el gran vencedor, en su reino. Al principio del capítulo 6, los sellos son sucesivamente abiertos y, cuando todos son rotos, se conoce el contenido detallado del libro. El mundo tendrá que atravesar esos juicios antes de la manifestación gloriosa del Rey de reyes.

Un ángel poderoso lanza una pregunta que parece un desafío: “¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?”. La incapacidad universal para abrir y, aún más, para mirar el libro, es reconocida por todas las criaturas (v. 2-5). “Lloraba yo mucho, porque no se había hallado a ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo”. Es la única ocasión en este libro donde se ve a Juan llorar “mucho”. Aunque sinceras, sus lágrimas muestran un conocimiento imperfecto de los caminos de Dios; pronto ellas serán enjugadas1 .

La respuesta: cap. 5:4-5

Después de una solemne pausa, Juan escucha la respuesta a la pregunta hecha por el ángel. El que viene a exhortarlo y a consolarlo no es un ángel, sino un anciano, un hombre entre los que representan a los creyentes resucitados y glorificados. Uno de ellos le dice: “No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos”. En la cruz obtuvo la victoria. Su resurrección y su ascensión a la gloria hacen parte de este triunfo. El Señor Jesús es ese León de la tribu real de Judá (Génesis 49:8-12; Hebreos 7:14). También es la raíz de David (cap. 22:16; Isaías 11:1). Ahora todo su poder será revelado mediante la ejecución de los juicios (Salmo 9:16; Juan 5:22; Hechos 17:31).

Solo el Señor Jesús puede abrir el libro para anunciar esos juicios, precisamente en el lugar donde él mismo había cerrado el libro del profeta Isaías en el tiempo de la gracia (Lucas 4:20). El contraste parece evidente con el libro sellado, del cual habla el profeta Daniel (Daniel 12:4-9).

La contemplación del Cordero: cap. 5:6-7

Aquí las personas divinas son claramente distintas. Está el que tiene el libro (v. 1), Dios y el que lo toma (v. 7), Cristo. Juan acaba de oír hablar de un león; por eso, qué sorpresa al ver ahora un Cordero, único digno de tomar el libro de la mano divina y de abrirlo. Cuando entró en el mundo para hacer la voluntad de Dios, su objetivo era cumplir sus propósitos escritos en el rollo del libro (Salmo 40:7; Hebreos 10:7).

Juan puede contemplar ese Cordero “como inmolado”2 . Cristo no reviste las señales esperadas de la gloria mesiánica del gran vencedor, pero se presenta como el que fue ofrecido en sacrificio (Isaías 12:6; Juan 1:36). En su sumisión hasta la muerte, el Cordero ganó la victoria sobre el hombre fuerte. De ahora en adelante vencerá a todos sus enemigos bajo su carácter de león de la tribu de Judá.

Tres puntos maravillosos aclaran ese cuadro:
1. El Cordero está “en medio”, en el centro de los pensamientos de Dios, como en el centro del gobierno de Dios y del cielo mismo. También es el centro de los afectos de sus redimidos. En otro tiempo, centro del menosprecio del hombre, fue crucificado, “en medio”, entre dos malhechores (Juan 19:18). Hoy Jesús está “en medio” de dos o tres reunidos en su nombre (Mateo 18:20). Sea en el pasado, en el presente o en el futuro, siempre está “en medio”, es decir, en el lugar de honor, “la preeminencia” (Colosenses 1:18).
2. Es visto como un Cordero que “estaba” sentado a la diestra de Dios (Salmo 110:1). Cuando llegue el momento en que “sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies”, él se levantará para actuar, pero tendrá compasión de Sion (Salmo 102:13).
3. Este Cordero tiene “siete cuernos”: es la plenitud de su poder. Tiene “siete ojos”, que son los siete Espíritus de Dios: es la plenitud del conocimiento (cap. 1:4; 4:5; Zacarías 4:10) y del discernimiento divino perfecto.

En él se manifiestan la omnipotencia (representada por los cuernos), la omnisciencia (representada por los ojos) y la omnipresencia (sobre toda la tierra), caracteres con los cuales gobernará con justicia (2 Crónicas 16:9; Salmo 33:13-15; Zacarías 3:9).

Adoración y alabanza celestiales: cap. 5:8-10

Una majestuosa escena de adoración sigue inmediatamente. Los cuatro seres vivientes se unen a los veinticuatro ancianos para comenzar la alabanza universal. Los seres vivientes se distinguen claramente de los redimidos, porque no tienen tronos ni están sentados. No descansan y tampoco tienen coronas.

La alabanza está dirigida a Cristo, el Salvador y el Cordero, en tres esferas concéntricas: la de los redimidos, la de los ángeles y la de todas las criaturas, incluso de la creación.

1. Los redimidos celestiales y el cántico nuevo: los ancianos son los únicos que tienen arpas y copas de oro llenas de incienso, lo que demuestra su ministerio sacerdotal. Las arpas3  también serán los instrumentos de la alabanza en el milenio (Salmo 33:2; 43:4; 98:5). Ellas expresan los santos afectos de los redimidos por Cristo, y su maravillosa música es Cristo mismo. La adoración hace parte de nuestro glorioso porvenir. Una alabanza perpetua, un agradecimiento profundo tendrán por coronamiento un servicio perfecto en la eternidad donde el cántico nuevo será cantado.

Las copas de oro, alusión al incensario del sumo sacerdote en Israel, contienen las oraciones de intercesión, un verdadero perfume para Dios (cap. 8:3; Salmo 141:2). Los redimidos, entonces glorificados, no oran por ellos mismos, porque no tienen más necesidades personales; interceden por los santos que aún son perseguidos en la tierra.

Antiguamente fue compuesto un cántico dirigido a Dios en su gloria de Creador (Job 38:7). A partir de ahora, el cántico nuevo exaltará el amor redentor4 . La fuente y el tema de este cántico se halla en la liberación que Dios concedió a su Hijo resucitándolo: “Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios” (Salmo 40:3; 21:5). ¡Es la respuesta apropiada a la más poderosa liberación que Dios jamás haya operado! Toda alabanza, en la tierra como en el cielo, emana de la obra de la cruz. Ahora la redención está cumplida y los santos glorificados. Ellos están ocupados en esta obra de la cruz, y el cántico nuevo resuena (v. 9-10)5 .

Solo los redimidos celestiales “cantan” el amor de Cristo; no proclaman solo su grandeza, como los ángeles o las otras criaturas (v. 12-13). Se dirigen directamente a su Salvador, Jesucristo, y emplean el “tú” en su adoración, a diferencia de los términos “él” y “nosotros”, empleados por el residuo para adorar a su Mesías (Isaías 53:4-6).

Primero proclaman su dignidad: “digno”, luego su obra: “inmolado”, y por último el objetivo de esta: “para Dios”.

Se eclipsan a sí mismos, y se llaman de una manera impersonal (“los has hecho”, v. 10, V. M., y no “nos has hecho”, como dice en la RV).

2. Los ángeles. La esfera de la alabanza se amplía y una compañía innumerable de ángeles se une a los redimidos para exaltar al Cordero. Son millones de millones (un número inmenso), millares de millares, que forman un segundo círculo. Esos millones de ángeles constituyen “la asamblea general” (Hebreos 12:22-23, V. M.) que rodea al trono, a los seres vivientes y a los ancianos6 . Proclaman siete caracteres del Cordero, que presentan ahora las glorias personales y oficiales de Cristo, veladas en el pasado:
•  El poder (2 Corintios 13:4).
•  La riqueza (2 Corintios 8:9).
•  La sabiduría (1 Corintios 1:24).
•  La fuerza (Salmo 68:4).
•  El honor (Filipenses 2:9).
•  La gloria (Hebreos 12:2).
•  La bendición (Gálatas 3:14).

Aquí la alabanza expresada conduce al tiempo de la eternidad, cuando Dios será “todo en todos”. Es una alabanza sin fin, un coro de aleluyas que sube de la creación redimida. A diferencia del cántico nuevo, los ángeles no mencionan la redención.

3. Por último, “todo lo creado… todas las cosas” creadas (v. 13), forman el tercer y último círculo para producir el eco de esta alabanza universal. Proclaman el señorío de Dios y del Cordero. Entonces, toda voz disonante se silenciará para siempre en el universo liberado (Romanos 8:22:23). Por primera vez, desde la caída de Adán, todos se unen armoniosamente para alabar al Cordero.

Los seres celestiales (“en el cielo”), terrenales (“sobre la tierra”) e infernales (“debajo de la tierra”) están incluidos en esta esfera exterior. No obstante, para los seres infernales, no hay reconciliación (Colosenses 1:20). Pero Dios hace que toda rodilla se doble delante de su Hijo (Filipenses 2:10). La mención del mar da a entender que esta tercera y última esfera desaparecerá cuando Dios introduzca el nuevo cielo y la nueva tierra, allá donde “el mar” no existirá más (cap. 21:1). En contraste, las dos primeras esferas subsisten por los siglos de los siglos.

Al final de esta escena gloriosa, los cuatro seres vivientes confirman mediante su “Amén” la alabanza ofrecida al Cordero de Dios, mientras los ancianos, por tercera vez, se postran y adoran.

Alabanzas terrenales y alabanza celestial

Los dos salmos que presentan la ofrenda de Cristo como sacrificio por el pecado (Salmo 22) y por el delito (Salmo 69), terminan con la visión de las esferas sucesivas de la alabanza terrenal venidera.

El siguiente cuadro muestra esta analogía:

Alabanza celestial

Alabanza terrenal

Apocalipsis 5:8-14

Salmo 22:22-31

Salmo 69:30-36

Los santos celestiales cantan el cántico

Cristo y el residuo "simiente" de la asamblea

Cristo

Los ángeles

"El Israel de Dios" gran congregación

Los oprimidos de la tierra

Todas las criaturas (y la creación)

Las naciones

Los cielos y la tierra

  • 1Las reacciones emocionales de Juan frente a estas escenas sobrenaturales son interesantes: • Ante la visión de Cristo, el Hijo del Hombre (cap. 1:17), cae como muerto. • Aquí llora (cap. 5:4). • Más tarde se asombra grandemente al ver a la mujer sentada sobre la bestia escarlata (cap. 17:6). • Por último se postra a los pies de un ángel para adorarle (cap. 19:10). En cada caso hay un reproche celestial (por medio de un anciano o de un ángel), cuando sus emociones naturales vienen a turbar su juicio espiritual.
  • 2“Ha sido degollado”, así se podría traducir. La misma palabra es empleada en Isaías 53:7.
  • 3 O tal vez “liras”.
  • 4El cántico nuevo es mencionado siete veces en el Antiguo Testamento: Salmo 33:3; 40:3; 96:1; 98:1; 144:9; 149:1; Isaías 42:10. En los salmos indica una nueva liberación. No solo es nuevo en el tiempo, sino que su carácter es diferente de todo lo que había sido formulado antes. El cántico nuevo es cantado dos veces en el Apocalipsis (v. 9; 14:3); en ambos casos, es para la gloria del Cristo libertador, del Redentor resucitado y glorificado. La primera vez es cantado en el cielo, la segunda en la tierra, pero “delante del trono” celestial.
  • 5La primera esfera de adoradores está formada por: • Los santos del Antiguo Testamento: “los espíritus de los justos hechos perfectos” (Hebreos 12:23). • Los creyentes de la Iglesia: “la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos”. Podemos pensar que los redimidos que han recibido el evangelio del reino y que, muertos y resucitados, son llamados a reinar (cap. 20:4), también tendrán parte en la alabanza celestial.
  • 6En el Antiguo Testamento (y hasta el capítulo 4 del Apocalipsis) los ángeles son agentes providenciales en las manos de Dios, sus ministros, llama de fuego (Salmo 104:4; Hebreos 1:7). A partir de ahora (cap. 5) el mundo habitado está sujeto al hombre, al Hijo del Hombre y a los redimidos (1 Corintios 6:2). Los ángeles forman la segunda esfera de la alabanza y no son más representados por los cuatro seres vivientes simbólicos, los cuales de ahora en adelante están asociados a los ancianos (figura de los redimidos).