Prólogo del libro - Cap. 1:1-8
La palabra “Apocalipsis” significa “Revelación”1 . Este libro es, pues, una revelación divina concerniente a los acontecimientos futuros, muchos de los cuales serán juicios que alcanzarán al mundo. Pero, por encima de todo, el Apocalipsis habla de Jesucristo, de su persona y de sus glorias.
- 1Así es como esta palabra original griega es traducida en la Biblia en inglés o en alemán. El lenguaje corriente ha deformado el sentido de esta palabra para designar un cataclismo o una desgracia catastrófica.
El autor y los destinatarios de la Revelación
Es la revelación que Dios mismo ha dado de Jesucristo. Cristo se presenta aquí como el Siervo del Eterno, el Hijo del Hombre, el Mesías rechazado y el Cordero, y más tarde como el Jefe sobre todas las cosas. Esta revelación es notificada de forma indirecta, por el ángel del Señor (un mensajero) a Juan su siervo, a los santos en la tierra, llamados aquí siervos del Señor, para revelarles “las cosas que deben suceder pronto”1 (v. 1). Estas cosas conciernen a la Iglesia en el mundo y al mundo mismo.
La cadena de la revelación es, pues: Dios el Padre, Dios el Hijo, la mediación de un ángel, Juan y los cristianos. Al mismo tiempo, estas cosas nos son comunicadas por el Espíritu de verdad (Juan 16:13). Aunque estas “cosas” nos conducen hasta el retorno de Cristo e incluso hasta el estado eterno, “deben suceder pronto” (como en el cap. 22:7, 12, 20), sin tardar, contrariamente a la afirmación de la casa de Israel en el tiempo de Ezequiel (Ezequiel 12:27) o a las pretensiones de los burladores del fin (2 Pedro 3:4, 9).
El carácter del mensaje del Apocalipsis es triple:
1. Es el “testimonio de la palabra de Dios”. Este libro es, pues, una parte integrante de la revelación inspirada, tiene la autoridad divina.
2. Es el “testimonio de Jesucristo”, identificado más adelante con “el espíritu de la profecía” (cap. 19:10). Todas las revelaciones del libro tienen un vínculo con Cristo y sus glorias. Además, el apóstol no es solamente el siervo de Jesucristo, sino también su profeta.
3. Es una exposición completa de “todas las cosas” vistas por Juan. A lo largo del libro se notará la repetición de la expresión “vi”, la cual introduce una sucesión de revelaciones (cap. 19:11, 17, 19; 20:1, 4, 11-12; 21:1-2). Las visones de Juan generalmente están descritas en forma de señales2
o símbolos.
Una bienaventuranza
Debido a la inminencia de los acontecimientos futuros, una bienaventuranza (o una felicidad) es prometida al que lee, a los que oyen y guardan las palabras de esta profecía. Es necesario acostumbrarnos a leer la Palabra, a escucharla atentamente cuando nos es presentada, y luego guardarla, es decir, someternos a ella, de manera que tenga una influencia poderosa en nuestras almas. En el sombrío cuadro del futuro del mundo, la promesa del retorno del Señor y sus glorias es un gran rasgo de luz que debe iluminar nuestro andar y desligarnos moralmente de la tierra.
Hemos subrayado la similitud entre las bienaventuranzas del Apocalipsis y las del reino mencionadas por el Señor Jesús en el sermón del monte. La felicidad prometida a los “pobres en espíritu” (Mateo 5:3; Lucas 11:28) es similar a la presentada aquí. La limitación de nuestras capacidades intelectuales no es un obstáculo para comprender el mensaje divino, puesto que esas facultades naturales nunca dan solas la clave de las Escrituras. Se requiere la acción del Espíritu Santo en un corazón humilde y sumiso.
Saludo de parte de las personas divinas
Juan anuncia la gracia y la paz a las siete asambleas de Asia, de parte de las tres Personas de la Divinidad:
1. Dios, Jehová, el “que es y que era y que ha de venir”. El que se reveló a Moisés en la zarza como “YO SOY EL QUE SOY” (Éxodo 3:14), se presenta aquí en la naturaleza esencial de su Ser, en su existencia eterna, presente, pero también unido al pasado (el “que era”). El que se reveló a los hombres de fe del Antiguo Testamento está listo para venir a cumplir lo que fue anunciado a su respecto (Mateo 11:3).
2. El Espíritu Santo presentado como el agente directo del poder en la séptuple perfección atribuida por el profeta Isaías a la persona, al gobierno y al reino del Mesías (Isaías 11:2). Aquí los siete Espíritus (una plenitud) están delante de trono de Dios, listos para intervenir en el gobierno de la tierra. Sin embargo, la unidad del Espíritu, que es uno (Efesios 4:4), permanece eternamente.
3. Por último, Jesucristo, el Hombre que en el pasado fue el testigo fiel, quien resucitó de entre los muertos, “el primogénito de los muertos” (Colosenses 1:18), y quien mañana será el “Soberano de los reyes de la tierra”, en el ejercicio de su gobierno.
La alabanza de los santos
Cuando el nombre del Señor Jesús es pronunciado, el corazón de los santos desborda para recordar inmediatamente lo que Cristo hizo por ellos: son los objetos de su amor y han sido lavados con su sangre. Es la primera expresión de la alabanza de los rescatados, seguida inmediatamente por la declaración de los resultados de la obra de Cristo en gloria: “Nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre”. ¡Qué felicidad estar sumisos y asociados a él, a fin de ejercer esta función de sacerdotes para su Dios y Padre, desde ahora y para siempre! Más tarde ellos serán reyes y reinarán con él (cap. 5:10).
Cristo con las nubes
Esta solemne declaración resume el tema de todo el libro. Las “nubes” son los instrumentos de su poder (Mateo 26:64): “El que pone las nubes por su carroza, el que anda sobre las alas del viento; el que hace a los vientos sus mensajeros” (Salmo 104:3-4). Ya Daniel había visto al Hijo del Hombre venir “con las nubes del cielo” (Daniel 7:13). En el versículo 1 del capítulo 10 Cristo será visto como envuelto en una nube, símbolo de su gloria divina.
Cuando Cristo venga en gracia para tomarnos con él, seremos llevados con los santos resucitados “en las nubes para recibir al Señor en el aire” (1 Tesalonicenses 4:17), por encima y fuera de la tierra. Entonces el mundo no le verá. En cambio, algunos años más tarde, cuando Cristo descienda en gloria para tomar su reino, “todo ojo le verá”. Los creyentes del residuo reconocerán “a quien traspasaron” (Zacarías 12:10), y serán conscientes del crimen cometido por la nación judía al haber dado muerte a su Mesías. Ante su tristeza y arrepentimiento, Dios responderá con el perdón, basado en el valor de la sangre del nuevo pacto. Pero todas las tribus de la tierra, todos los hombres vivos, comprenderán entonces que su causa está perdida frente al justo juicio que les espera.
La Iglesia había sellado la alabanza a su Redentor mediante un glorioso “Amén” (v. 6). Ahora se asocia a la justa sentencia pronunciada contra los rebeldes mediante otro “Amén” (v. 7). La yuxtaposición de estos dos “Amén” (en verdad, sí, así sea) a la gracia de Dios y a su juicio es de una solemnidad extrema.
Los siete atributos de Cristo
La introducción del libro (v. 1-8) concluye con la revelación de cuatro títulos de gloria de Cristo, agregados a los tres mencionados en el saludo (v. 5), para completar la plenitud de los atributos de nuestro Salvador