Pregunta 3 ¿Qué hacemos cuando partimos el pan?
La respuesta a esta pregunta nos lleva a considerar el desarrollo de una reunión en la que los creyentes se reúnen para partir el pan
No hay liturgia
En primer lugar, recordemos que la Biblia no nos da ninguna indicación directa y explícita sobre cómo debe desarrollarse dicha reunión. Podemos alegrarnos por ello. Dios no quiere encerrarnos en un reglamento, sino que nos da la libertad del Espíritu. La Biblia no presenta ninguna liturgia (forma de culto cristiano oficialmente fijada), ni debemos establecer una, como tampoco procedimientos formales no escritos. Donde el Espíritu del Señor actúa, hay libertad. Nadie nos ordena comenzar la reunión con un canto, una oración o la lectura de un texto bíblico. Nadie nos dice cómo terminar una reunión. Nadie dice qué hermanos participarán activamente con una oración, sugiriendo un himno o leyendo un texto bíblico. Nadie nos ordena si empezamos a adorar al Padre o al Hijo. En todas estas consideraciones debemos ser muy cuidadosos. El Espíritu nos da plena libertad, y podemos agradecer a Dios por ello. Ni siquiera la oración que el Señor pronunció ante sus discípulos durante la institución de la Cena del Señor nos fue transmitida. La Palabra simplemente dice que el Señor dio gracias, pero no sabemos lo que dijo. Si fuera de otro modo, tal vez correríamos el peligro de repetir su oración sin pensar.
Un culto
La reunión para partir el pan no tiene una forma oficialmente definida, pero sí un carácter que deseamos reflejar: el culto. Nos reunimos para adorar a Dios juntos y ofrecerle algo. En la cristiandad, el culto no suele entenderse así. Uno dice que va al culto pensando en la predicación que escuchará. Pero eso no es correcto. Escuchar un sermón no es un servicio divino, es decir, no es el culto (adoración). Por supuesto, la predicación de la Palabra tiene su lugar en la vida de una asamblea local (1 Corintios 14), pero ese no es nuestro tema aquí. La Biblia no dice que debamos asociar el partimiento del pan con una predicación. El acto de partir el pan en sí mismo es la verdadera proclamación (proclamamos la muerte del Señor), no las palabras que pronunciamos al hacerlo.
El culto, en el verdadero sentido, significa que llevamos algo a Dios. Esto es precisamente lo que hacemos cuando nos reunimos para partir el pan. Según 1 Pedro 2:5, ofrecemos sacrificios espirituales, agradables a Dios; contemplamos la obra del Señor Jesús en la cruz del Gólgota. Junto con el Padre nos alegramos por lo que el Hijo hizo allí. Ofrecemos a Dios “sacrificio de alabanza” (Hebreos 13:15). En Juan 4 leemos que el Padre busca adoradores que le adoren en espíritu y en verdad (Juan 4:23). Estos adoradores son los que lo veneran y adoran. Cuando nos reunimos para partir el pan, el Señor Jesús está ante nosotros en nuestros himnos, en los pasajes de la Palabra que leemos y en las oraciones que hacemos. Nuestros pensamientos se dirigen hacia él y su obra, y nos llevan a adorarlo. Así rendimos culto a Dios, pero no asistimos a un sermón.
En nuestra sociedad egocéntrica, lo que impera en el pensamiento del hombre es: «¿Qué gano si hago esto?». Por desgracia, para nosotros los creyentes, también existe el peligro de dejarnos llevar por este pensamiento. Pero si queremos rendir un verdadero culto a Dios, no nos preguntaremos qué obtendremos con ello. En cambio, nuestro deseo será llevar al Padre lo que su corazón anhela. Después de un verdadero culto, Dios nunca nos deja volver a casa vacíos; es algo que hemos experimentado a menudo, pero ese es otro tema. La reunión de adoración no es para nuestro propio beneficio, sino para rendir un culto que glorifique a Dios.
Acciones de gracias
La reunión para partir el pan también tiene el carácter de acción de gracias. En Lucas 22:19 dice que el Señor Jesús, después de tomar el pan, dio gracias, lo cual está confirmado en 1 Corintios 11:24. No nos reunimos para dirigir a Dios nuestras oraciones y peticiones. Eso también tiene su lugar en la vida de una asamblea local, pero no es el objetivo del culto. No le pedimos nada al Señor, pero le damos gracias y lo alabamos. Exaltamos su glorioso nombre y le ofrecemos nuestra adoración. Lo expresamos con palabras en una oración, en himnos cantados juntos o en pasajes de la Biblia que se leen en voz alta. Pero también sentimos el agradecimiento, la alabanza y la adoración en nuestros corazones.
Lo importante es dar gracias, como subraya 1 Corintios 10:16: “La copa de bendición que bendecimos”. Este versículo dice que para nosotros es una copa de acción de gracias y de gozo, por la que damos gracias. Aquí “bendecir” significa «alabar» o «dar gracias».
En su evangelio Mateo nos habla de un himno que el Señor entonó con sus discípulos antes de salir del aposento alto (Mateo 26:26-30). La acción de gracias no se limita solo a las oraciones, también incluye los himnos que cantamos juntos. Los himnos cristianos de alabanza y acción de gracias surgen de nuestros corazones para la gloria de nuestro Salvador.
El punto culminante de la adoración es sin duda el acto de partir el pan. El Señor Jesús dio gracias dos veces, una por el pan y otra por la copa. Así lo dicen los evangelios y lo confirma 1 Corintios 11. Es correcto que nosotros hagamos lo mismo. Esto significa que un mismo hermano da gracias primero por el pan y luego por la copa. El Nuevo Testamento no nos da instrucciones explícitas al respecto, por lo tanto, no podemos establecer ninguna regla; sin embargo, es bueno seguir este sencillo orden. Todos los textos bíblicos que hablan de la Cena del Señor nos presentan el pan y la copa como una unidad inseparable. Ambos hablan de la muerte del Señor, la cual proclamamos.
En su memoria
“Haced esto en memoria de mí” (Lucas 22:19). Estas fueron las palabras del Señor a sus discípulos. Jesús mismo, aquel que se ofreció voluntariamente en sacrificio como Cordero de Dios dispuesto a morir, ocupa así el centro de nuestros pensamientos. No pensamos tanto en nuestra salvación y en nuestras bendiciones, aunque no las descartamos. Pero nuestras bendiciones no son el punto principal. Nuestros pensamientos se dirigen hacia él.
En este punto vemos una clara diferencia con la celebración de la pascua en las figuras y en las aplicaciones que hacemos. Durante la celebración anual de la pascua el pueblo de Israel recordaba su liberación de Egipto. Cuando nos reunimos para celebrar la Cena del Señor, no recordamos tanto nuestra salvación, sino al mismo Salvador, crucificado entre dos malhechores en el Gólgota, soportando terribles sufrimientos. Pensamos en lo que le hicimos, pero también recordamos su clamor a Dios en las tres horas de tinieblas, y que no recibió respuesta, porque el Dios santo tuvo que castigarlo por los pecados que no había cometido. Su muerte está ante nuestros ojos, muerte por la cual Dios fue perfectamente glorificado y por la que nosotros, enemigos de Dios, nos hemos convertido en sus hijos. Esta escena, ¿no deja una profunda impresión en nosotros?
Anunciar su muerte
“Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis” (1 Corintios 11:26). Este es el acto central de nuestra reunión para partir el pan. Pensamos en él y anunciamos su muerte.
¿Qué anunciamos? ¡Su muerte! No nos reunimos para proclamar su vida, ni su resurrección, ni su ascensión, ni su regreso, ni los resultados gloriosos de su obra. Todo esto tiene su lugar y no puede separarse de su muerte. Pero el punto central de una reunión para partir el pan es y sigue siendo la cruz. Anunciamos su muerte en la cruz, y esto es lo que da su verdadero carácter a dicha reunión.
Si durante gran parte de nuestro tiempo nos ocupamos de su venida a la tierra y de toda su vida consagrada a Dios, y su muerte aparece como una especie de complemento, no hemos captado el verdadero sentido del culto.
Lo mismo ocurre si nos ocupamos principalmente de los resultados de su obra, de nuestra salvación y de nuestras bendiciones. Debemos admitir lo difícil que es para nosotros pensar realmente en su muerte. A menudo nos parecemos a los discípulos, a quienes el Señor tuvo que preguntar: “¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?” (Mateo 26:40).
Repetimos: no establecemos ninguna regla. El desarrollo de dicha reunión no está «regulado» de ninguna manera, pero tenemos en cuenta el carácter de estos momentos, como nos lo enseña la Biblia.
¿Quién proclama la muerte del Señor? Solo los creyentes que comen realmente el pan y beben la copa. No anunciamos la muerte del Señor solo con nuestra presencia en el culto, sino con la participación activa en la Cena del Señor. Sin duda, los niños reciben una gran bendición asistiendo regularmente a las reuniones de la asamblea local para el partimiento del pan. Animamos a los padres para que lleven a sus hijos a esta reunión lo antes posible. Pero llegará el momento en que los mismos jóvenes tendrán que tomar la decisión de responder a la invitación del Señor y anunciar su muerte en memoria de él. ¿No es lo que el Señor espera?
Comer y beber
Con respecto al pan encontramos dos afirmaciones: la primera es que el pan se parte, la segunda es que se come (1 Corintios 10:16; 11:26). En cuanto a la copa solo se nos dice que bebemos de ella. ¿Cuál es la diferencia entre partir y comer el pan? El Señor Jesús tomó el pan, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciéndoles que comieran de él. Después les dio la copa para que bebieran de ella. No es partiendo el pan, sino comiéndolo, y bebiendo de la copa, que anunciamos la muerte del Señor.
1 Corintios 10:16 precisa: “El pan que partimos”. Aunque es un hermano el que da las gracias y luego parte el pan, la Palabra de Dios subraya que somos nosotros los que lo hacemos. El hermano que toma la palabra lo hace en representación de toda la asamblea. Un hermano realiza el acto de partir el pan, unido a una acción de gracias, luego cada uno toma y come un poco de pan. Seguidamente, después de que el mismo hermano haya dado las gracias por la copa, todos beben de ella.
Permítanme dar una indicación práctica al respecto. Se ordena claramente comer y beber. Aquí los corintios cayeron en un extremo, haciendo de la Cena del Señor una comida ordinaria para satisfacer su hambre y su sed. Pero a veces, ¿no caemos en el otro extremo, cuando realmente no comemos ni bebemos, sino solo tomamos una miga del pan y humedecemos los labios en la copa?
Luego viene el tema del orden en que se suceden los dos actos de comer y beber. Los evangelios y 1 Corintios 11 lo establecen así: el pan y la copa. Pero 1 Corintios 10 lo muestra de otra manera: primero se menciona la copa y luego el pan. ¿Cuál es, pues, el orden correcto? ¿Podemos variar caprichosamente el orden en que se suceden estos dos actos? Aquí no hay un «orden» o «prohibición» expresa, pero no dudo de que es según el pensamiento de Dios que nos ciñamos al orden histórico, es decir, primero el pan y luego la copa. Así lo hizo el mismo Señor Jesús, y el apóstol Pablo también menciona este orden, diciendo que él mismo lo recibió del Señor. ¿Por qué deberíamos desviarnos de esto? No hay ningún argumento plausible para ello. Si 1 Corintios 10 nos presenta un orden diferente, es porque este pasaje se refiere al principio que establece nuestra comunión con el Señor y entre nosotros; por ello es totalmente comprensible que la sangre se mencione primero. El desarrollo visible de esta reunión se encuentra en 1 Corintios 11, donde el orden es el mismo que en Lucas 22. Este es el orden que deseamos seguir.
¿Una comida festiva?
Algunos hijos de Dios se refieren a la reunión de adoración como una «celebración», o dicen que celebramos la Cena del Señor como una fiesta. Hay dos razones para ello:
a) En 1 Corintios 5:8 Pablo dice que debemos celebrar “la fiesta”. La referencia a la pascua, que precede a este versículo, ha llevado a algunos a referirse así a la Cena del Señor. Sin embargo, es importante recordar que aquí la palabra “fiesta” no se refiere directamente a la pascua, sino a la fiesta de los panes sin levadura; por lo tanto, en sentido espiritual, se refiere a toda nuestra vida. Siempre debemos vivir separados del mal y unidos a nuestro Señor, para su gloria y honra. En este pasaje no hay ninguna referencia directa a la Cena del Señor.
b) En el Antiguo Testamento varias veces leemos que los hijos de Israel «celebraban» la pascua. Si la pascua se sacrificaba cada año como recuerdo de la salida de Egipto, lo era según un orden explícito de Dios, y en relación con una fiesta solemne. Sin embargo, esto no nos permite aplicar el término “fiesta” directamente al Nuevo Testamento, ni utilizarlo para la Cena del Señor.
En el Nuevo Testamento no encontramos la expresión “fiesta” para designar la Cena del Señor. Es bueno ceñirse a las expresiones que nos da la Palabra de Dios, sin detenerse demasiado en ellas.
Resumen
La reunión de culto no se basa en prescripciones, pero tiene un carácter que deseamos respetar. Nos reunimos para dar gracias y adorar a Dios. El centro de nuestros pensamientos es la obra del Señor Jesús en la cruz. No nos reunimos para pensar en nuestra salvación, sino en el Salvador. Al comer el pan y beber la copa, proclamamos su muerte. Ni su venida a la tierra, ni su vida consagrada, ni los resultados gloriosos de su obra, son el centro de atención, sino su muerte en la cruz.