El partimiento del pan

Etapas en la vida del cristiano

El partimiento del pan

Aparte del bautismo, el partimiento del pan es el segundo acto visible que conocemos como cristianos. Los creyentes se reúnen el primer día de la semana para comer el pan y beber la copa en memoria del Señor, según las enseñanzas del Nuevo Testamento. En la cristiandad, a menudo el partimiento del pan es llamado la Cena del Señor, expresión derivada de una palabra latina que designa la comida, por lo general una cena, como lo instituyó el Señor Jesús originalmente (Mateo 26:20), y como también lo hacían los primeros cristianos, probablemente al atardecer (Hechos 20:7, 11). El Nuevo Testamento designa este hecho como la “Cena del Señor” (1 Corintios 11:20) o “el partimiento del pan” (Hechos 2:42; 20:7). El tema de la “Mesa del Señor” (1 Corintios 10:21) se halla estrechamente unido a esto.

La Cena no es un medio para obtener la gracia

Para comenzar afirmamos que, contrario a una idea muy generalizada, comer el pan y beber la copa no confiere ninguna gracia, es decir, no es un sacramento. El acto mismo de partir el pan no tiene ningún efecto directo sobre la persona que participa en él; no se produce ningún cambio en la persona. Partir el pan no es algo místico o misterioso, no cambia nada en el interior de una persona. Por supuesto, este acto tiene un profundo significado espiritual, sobre el cual vamos a meditar, pero la Biblia no enseña que la persona que participa en él experimente un cambio.

Ideas tan erróneas pueden tener origen en las palabras del Señor Jesús en Juan 6:53-54, cuando dice a los judíos: “Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna”. Sin embargo, el contexto muestra claramente que este pasaje no se refiere, de ninguna manera, a la Cena del Señor (esta ni siquiera había sido instituida). El hecho de que el Señor mencione su carne y su sangre no es, en absoluto, una alusión al partimiento del pan. La declaración del Señor Jesús en Juan 6 significa simplemente que nosotros, los seres humanos, debemos aplicarnos personalmente la obra que él iba a efectuar poco después en la cruz (su sangre derramada, su vida entregada). Él dio su vida en la cruz para que todos los que crean en él sean salvos y tengan la vida eterna. “Comer” su “carne” y “beber” su “sangre” significa primeramente recibir la vida eterna por la fe en su obra, y luego alimentar esta nueva vida.

Asimismo, la afirmación del Señor Jesús en Mateo 26, cuando instituyó la Cena ante sus discípulos, podría ser malinterpretada: “Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mateo 26:27-28). Sin embargo, una lectura cuidadosa muestra claramente que no recibimos el perdón de los pecados por beber la copa, sino por lo que la copa representa: la sangre del Salvador. Solo la fe en la sangre de Cristo derramada en la cruz produce un cambio interior en el hombre y le concede el perdón de los pecados, la salvación, la paz y la seguridad eterna. Este pensamiento concuerda con la enseñanza del Nuevo Testamento.

El partimiento del pan en el Nuevo Testamento

Lo que vimos sobre el bautismo cristiano también se aplica al partimiento del pan. Los evangelios nos muestran la institución de la Cena. Los Hechos de los apóstoles nos muestran a los primeros cristianos reuniéndose para partir el pan, y en 1 Corintios hallamos la explicación doctrinal de este hecho:

  1. Los evangelios relatan la institución de la Cena por el Señor Jesús mismo. Los tres primeros evangelios hablan de ella, pero Lucas muestra de manera clara la diferencia entre la pascua y la Cena del Señor. El hecho de que el mismo Jesús instituyera la Cena para sus discípulos la noche en que fue entregado, y que los tres evangelios lo relaten, es prueba de que este tema requiere toda nuestra atención. No hay duda de que aquí Dios desea comunicarnos un hecho muy importante.
  2. Seguidamente el libro de los Hechos de los apóstoles nos muestra que los primeros cristianos se reunían para partir el pan. En el capítulo 2, el escritor inspirado muestra que los discípulos “perseveraban” en ello, y que lo hacían “cada día” (v. 42, 46). La costumbre de partir el pan el primer día de la semana probablemente se instauró más tarde (Hechos 20:7).
  3. En la primera epístola a los Corintios el apóstol Pablo –guiado por el Espíritu Santo– explica el profundo significado espiritual que hay detrás de este sencillo acto. Es notable que sea precisamente esta carta la que nos hable del partimiento del pan. En ella se habla del orden en el seno de la asamblea local, de nuestra vida colectiva como cristianos, tal y como Dios nos ha unido (1 Corintios 1:2). El partimiento del pan, a diferencia del bautismo, no es un acto relacionado con nuestra vida individual, sino que depende de nuestro andar en comunión con otros creyentes.

Antes de profundizar en el tema queremos citar algunos pasajes bíblicos que tienen un significado fundamental:

         “Tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama” (Lucas 22:19-20).

         “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hechos 2:42).

         “Por tanto, amados míos, huid de la idolatría. Como a sensatos os hablo; juzgad vosotros lo que digo. La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan.

         Mirad a Israel según la carne. Los que comen de los sacrificios, ¿no son partícipes del altar? ¿Qué digo, pues? ¿Que el ídolo es algo, o que sea algo lo que se sacrifica a los ídolos? Antes digo que lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios; y no quiero que vosotros os hagáis partícipes con los demonios. No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios. ¿O provocaremos a celos al Señor? ¿Somos más fuertes que él?” (1 Corintios 10:14-22).

         “Cuando, pues, os reunís vosotros, esto no es comer la cena del Señor. Porque al comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena; y uno tiene hambre, y otro se embriaga. Pues qué, ¿no tenéis casas en que comáis y bebáis? ¿O menospreciáis la iglesia de Dios, y avergonzáis a los que no tienen nada? ¿Qué os diré? ¿Os alabaré? En esto no os alabo.

         Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí. Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga.

         De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí. Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen” (1 Corintios 11:20-30).

Dos aspectos diferentes

Por supuesto, para explicar lo concerniente al partimiento del pan, el apóstol Pablo no utiliza un solo pasaje, sino dos, y con justa razón. Si comparamos los dos pasajes, vemos dos aspectos distintos de una misma cosa. 1 Corintios 10 nos habla de la Mesa del Señor, y 1 Corintios 11 presenta la Cena del Señor. Los dos pasajes hablan del partimiento del pan. Pero el Espíritu Santo nos muestra dos aspectos que debemos distinguir cuidadosamente, sin separarlos.

Ambos nos hablan de privilegios y bendiciones, pero también de responsabilidades. A menudo, en la Palabra de Dios, la mesa evoca la comunión. Una mesa reúne a varios comensales que comparten, por ejemplo, una comida. Esto es lo que nos presenta 1 Corintios 10. Aquí se trata de la comunión. Participando del partimiento del pan, tenemos comunión con nuestro Señor, pero también entre nosotros. Es una de las grandes bendiciones y privilegios que podemos disfrutar como cristianos. Gozamos de la comunión y la expresamos cuando nos reunimos en la Mesa del Señor para partir el pan.

En 1 Corintios 11 la Cena del Señor también presenta nuestras bendiciones, pero sobre todo nuestras bendiciones personales. Comer el pan y beber la copa es nuestra bendición personal en un camino común. Quien lo hace recuerda la muerte del Señor y la anuncia. Lo hace en memoria de Él.

Cuando Dios bendice a los suyos, también les presenta la responsabilidad que esto conlleva. Este principio se halla frecuentemente en la Biblia. Aquí también es este el caso. Los dos pasajes de 1 Corintios 10 y 11 nos presentan las bendiciones, pero también la responsabilidad, a la cual alude el título “Señor”. No es la mesa de Cristo y la cena de Cristo, sino la Mesa del Señor y la Cena del Señor. Cuando participamos del pan, no nos detenemos en los privilegios –por muy gloriosos que sean–, sino que también reconocemos la responsabilidad que esto conlleva.

Esta responsabilidad –como el privilegio– tiene dos aspectos. 1 Corintios 10 habla de la comunión y del hecho de que todos los creyentes juntos forman un solo cuerpo. Entonces surge la pregunta: ¿Con quién partimos el pan? La respuesta no se deja a la opinión de cada uno, porque se trata de una responsabilidad colectiva. 1 Corintios 11 presenta el aspecto personal, por lo cual la pregunta es: ¿Cómo puedo participar en la Cena del Señor? Las bendiciones personales están unidas a una responsabilidad personal. Por eso, en este capítulo, Pablo también nos exhorta: “Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa” (1 Corintios 11:28).

Debido a su importancia, resumimos brevemente estos pensamientos. El partimiento del pan tiene dos aspectos que no separamos, pero que distinguimos:

  • El aspecto colectivo según 1 Corintios 10: la Mesa del Señor. Juntos deseamos expresar lo que somos, es decir, un solo cuerpo. Lo hacemos partiendo el único pan y comiendo de él. Tenemos comunión unos con otros. Este privilegio conlleva una responsabilidad colectiva. Nos preguntamos: ¿Con quién podemos partir el pan?
  • El aspecto personal según 1 Corintios 11: la Cena del Señor. Todo verdadero creyente desea recordar la muerte del Señor Jesús junto con otros creyentes, y lo hace con gozo. Este privilegio personal conlleva una responsabilidad personal. Cada uno debe preguntarse: ¿Participo dignamente de la Cena del Señor?

     En los dos casos se trata del camino que recorremos juntos, en sentido estricto, camino en el cual hallamos bendiciones personales y bendiciones colectivas, pero también responsabilidades personales y responsabilidades colectivas.

El pan y la copa

La Cena del Señor consta de dos elementos, el pan y la copa. Así lo instituyó el Señor Jesús. Estos dos elementos también se encuentran en 1 Corintios 10 y 11. Son símbolos sencillos, pero tienen un significado profundo. El Señor Jesús mismo explica lo que significan:

  1. El pan: “Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado” (Lucas 22:19). Así, el pan habla del cuerpo del Señor Jesús, entregado a la muerte por nosotros. Murió en nuestro lugar. En esto debemos pensar cuando estamos en presencia del pan.
  2. La copa1 : “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama” (Lucas 22:20). La copa evoca la sangre del Señor Jesús derramada en la cruz del Calvario. Sangre de la expiación, sangre que nos lava de nuestros pecados y nos da la paz con Dios. En el Antiguo Testamento, el principio era: En la sangre está la vida (comp. Levítico 17:11), así que la copa también nos recuerda la muerte del Señor Jesús.

1 Corintios 10 y 11 confirman el significado de estos dos símbolos. Sin embargo, la enseñanza del capítulo 10 respecto a la Mesa del Señor tiene otro significado en relación con el pan. El pan no solo nos recuerda el cuerpo del Señor entregado, sino que también nos hace pensar en uno de los gloriosos resultados de la obra de la cruz, a saber, que todos los creyentes forman una maravillosa unidad representada por el pan. Los creyentes son “un cuerpo”, y Cristo es la cabeza glorificada. “Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo” (1 Corintios 10:17).

Notemos que el pan y la copa son símbolos. No se transforman cuando son ingeridos, y tampoco cambian al que come el pan y bebe la copa. Cuando el Señor dice: “Esto es mi cuerpo”, y: “Esto es mi sangre” (Mateo 26:26-28), el pan no se convierte en su cuerpo y el fruto de la vid no se convierte en su sangre, sino que el pan simboliza su cuerpo y la copa simboliza su sangre.

  • 1Tanto en Lucas 22 como en 1 Corintios 11, la sangre se relaciona con el nuevo pacto, lo cual no significa que se haga un nuevo pacto con los creyentes del tiempo de la gracia. Jeremías 31:31 muestra que el nuevo pacto se hará con la nación de Israel en el futuro. Dios no ha hecho un pacto con nosotros, pero los cristianos conocemos a Dios como Padre. La sangre de nuestro Salvador, derramada en la cruz, también es la base del nuevo pacto con Israel, aunque las bendiciones del nuevo pacto también son nuestras (Hebreos 8:10-12). De cierta manera, los efectos del nuevo pacto son anticipados para nosotros (2 Corintios 3:6). Por eso el Señor Jesús mencionó el nuevo pacto cuando instituyó la copa.

La Mesa del Señor

La expresión “Mesa del Señor” solo aparece en 1 Corintios 10. Por supuesto, no se trata de un mueble (aunque, por comodidad, el pan y la copa se ponen sobre una mesa), sino de principios unidos a los privilegios comunes que disfrutamos y que nos animan a asumir nuestra responsabilidad común.

Un ejemplo de la vida cotidiana nos ayuda a entenderlo mejor. En una familia que tiene varios hijos puede haber ciertas «reglas» que todos deben cumplir en la mesa. Por ejemplo, orar antes y después de la comida, leer un texto bíblico o tener una breve meditación, o también que los niños permanezcan sentados hasta que todos hayan terminado, etc. Estos principios siguen siendo válidos dondequiera que la familia coma, sea en la mesa de la cocina, en el comedor o en el jardín. Aunque haya visitas y la comida se tome en varias mesas a la vez, los principios siguen siendo los mismos. Si estos principios se aplican a la “Mesa del Señor”, siguen siendo válidos dondequiera que los creyentes se reúnan para tomar la Cena del Señor.

Volvamos al ejemplo y preguntémonos quién establece las reglas que se deben tener en cuenta en la mesa en una familia. Seguramente es el padre de familia, la cabeza del hogar. Ningún visitante se atrevería a rechazar estos principios e introducir otros. Entonces, ¿quién establece los principios en la “Mesa del Señor”? La respuesta es simple: ¡el Señor! No somos nosotros los que decidimos qué principios son válidos en su Mesa, sino el Señor mismo. ¿Y dónde encontramos esos principios? En su Palabra.

Resumen

El mismo Señor Jesús instituyó la Cena para sus discípulos. El pan y la copa son los símbolos de su muerte y nos recuerdan su cuerpo entregado y su sangre derramada. El partimiento del pan tiene dos aspectos fundamentales. Por un lado, anunciamos su muerte (aspecto personal), y por el otro, expresamos la comunión con él y entre nosotros (aspecto colectivo). Los dos aspectos incluyen privilegios y responsabilidades.

En las siguientes páginas examinaremos estos principios más profundamente, y trataremos el tema del “partimiento del pan” y su significado en la vida del cristiano. Lo haremos por medio de siete preguntas (ver lista página 5) que nos mostrarán, a la luz de la Palabra de Dios, el carácter de la Cena del Señor y la forma en que debemos reunirnos para tomarla.