Pregunta 5 ¿Quiénes participan en el partimiento del pan?
Pocas preguntas son tan actuales como esta. ¡Qué dolor para el corazón del Señor al ver que este tema es motivo de tantos desacuerdos, e incluso separaciones entre creyentes! ¿Tiene que ser así? ¿La Biblia es tan complicada como para tener tales discrepancias? No, en absoluto. Esto depende más bien de nosotros, porque no discernimos claramente la voluntad de Dios. ¿Estamos preparados para examinar realmente sin prejuicios y sin reservas lo que Dios nos dice en su Palabra sobre este tema? Lejos de mí juzgar a aquellos que han llegado a una comprensión diferente de la Palabra en este sentido. Amamos y apreciamos a nuestros hermanos y hermanas en la fe, y entre ellos hay muchos de los que tenemos bastante que aprender en nuestro andar práctico y en nuestro compromiso con el Señor. Pero nuestra responsabilidad es presentar lo que la Palabra de Dios nos dice al respecto.
Prerrogativa del Señor
1 Corintios 11:28 nos proporciona una respuesta sencilla y aparentemente obvia: “Pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan”. Según este pasaje, cada uno debe examinarse a sí mismo y luego comer. En este caso, sería solo una decisión personal participar o no en la Cena del Señor. Los que argumentan así olvidan que la Cena del Señor tiene dos aspectos: la Cena del Señor como recuerdo (1 Corintios 11), y la comunión en la Mesa del Señor (1 Corintios 10). 1 Corintios 11 no trata el tema fundamental de la participación en la Cena, sino la forma en que participamos en ella. Esto requiere un autoexamen. Y nótese que después de probarse a sí mismo, no hay dos opciones para elegir: participar o no participar. No, la consecuencia es: “Y coma así del pan, y beba de la copa” (v. 28). Se trata, pues, de un creyente que toma la Cena del Señor, pero que primero debe probarse cuidadosamente a sí mismo para ver si puede participar de manera digna, o si en su andar hay cosas que debe corregir.
Además de la responsabilidad personal, 1 Corintios 10 también ratifica la responsabilidad colectiva, la cual manifiesta nuestra comunión con el Señor y entre nosotros. No podemos ser indiferentes en cuanto a la pregunta con quiénes partimos el pan. En el versículo 21 el apóstol repite dos veces a la asamblea de Corinto: “No podéis...” (v. 21). Hay cosas que no pueden asociarse, de ninguna manera, a la Mesa del Señor, y que son un obstáculo para participar en la Cena. Desgraciadamente, hay situaciones en las que los creyentes no pueden participar en el partimiento del pan porque ellos mismos se han descalificado debido a un pecado. Si pensamos en la gloria del Señor, no podemos tener comunión con ellos en la Mesa del Señor.
Los que insisten en la responsabilidad personal pasan por alto el hecho de que solo el Señor puede decidir quién participa en el partimiento del pan y quién no. Ninguna organización eclesiástica, ningún comité de hermanos y ningún individuo puede tomar una decisión al respecto. Se trata de la Mesa del Señor y de la Cena del Señor. No es nuestra mesa o nuestra cena. No es la mesa ni la cena de una iglesia, no es la mesa ni la cena de los hermanos, sino la Mesa del Señor y la Cena del Señor. Él no es solo la Persona en quien pensamos, sino también el que invita, el Anfitrión. Por lo tanto solo el Señor tiene derecho a decidir quién puede participar en su Mesa. En su Palabra nos ha dejado su pensamiento respecto a esto.
La Palabra de Dios tiene un lenguaje muy expresivo y comprensible. No es difícil entender que el Señor tiene libertad para determinar quién puede acercarse a su Mesa y quién no. ¿Es diferente en la vida cotidiana? La persona que invita tiene derecho a recibir en su mesa a quien quiera. ¿Puedo invitar a alguien a sentarse a la mesa de mi hermano o vecino? ¡No! Yo puedo invitar a quien quiera a mi mesa, y nadie tiene derecho a impedírmelo. Pero no puedo invitar a alguien a la mesa de otro. Por eso debemos entender que el domingo por la mañana no nos reunimos en torno a nuestra propia mesa y a nuestra propia cena, sino a la Mesa y a la Cena del Señor.
Responsabilidad transferida
Tal vez ahora surja la pregunta: Si es el Señor el que decide quién participa en el partimiento del pan, ¿cómo es posible que una asamblea local hable de «admisión a la Mesa del Señor?». La expresión «admisión a la mesa del Señor» no aparece en la Biblia. Reflexionemos un poco sobre esta pregunta.
Si una expresión no se encuentra en la Biblia, no significa necesariamente que la cosa no exista. Utilizamos una serie de expresiones que no aparecen directamente en la Biblia, pero sí encontramos el pensamiento en ella; tal es el caso, por ejemplo, de la palabra «trinidad». La ausencia de una expresión en la Palabra de Dios no significa, en absoluto, que la cosa en sí no exista. Lo mismo ocurre con las expresiones «admisión a la Mesa del Señor» o «participación en el partimiento del pan».
Entonces, ¿quién autoriza la admisión a la Mesa del Señor? La asamblea local y nadie más. Esta afirmación no contradice lo que hemos dicho, a saber, que es prerrogativa del Señor decidir quién participa en su Mesa. La asamblea local debe vigilar quién puede ser admitido y quién no, según los criterios de la Palabra de Dios. El mismo Señor Jesús nos da la razón de esta afirmación: él ha transferido o dado a la asamblea local la responsabilidad de admitir a Su Mesa.
Volvamos a Mateo 18, donde el Señor Jesús dice a sus discípulos:
De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo"
(Mateo 18 v. 18).
Sin entrar en los detalles de este importante pasaje de la Biblia, volvamos al punto de partida de la enseñanza del Señor. Se trata de un desacuerdo entre hermanos. “Si tu hermano peca contra ti” (v. 15). Un asunto así entre creyentes debe ser aclarado y puesto en orden. Si esto no es posible, el asunto debe ser llevado a la iglesia. Ahora queda claro que en Mateo 18 solo puede tratarse de un asunto de la iglesia local, como expresión de toda la Iglesia, pues es imposible llevar un asunto así ante la Iglesia universal. La iglesia local debe tomar una decisión al respecto. El Señor mismo le da el poder de atar y desatar. Aquí, “atar” significa atar el pecado en el hermano. 1 Corintios 5:6-8 nos muestra la consecuencia práctica: “atar” tiene como efecto que el hermano en cuestión debe ser expulsado (v. 13). Ya no puede participar en los privilegios de los creyentes, ni siquiera en el partimiento del pan. 1 Corintios 5 también apela a la responsabilidad de la asamblea de Corinto. Allí había un fornicario, y aunque podía examinarse a sí mismo, la asamblea local debía ocuparse del asunto. Así es según los pensamientos de Dios.
Apocalipsis 2 nos proporciona otro ejemplo. En las siete epístolas se habla de las iglesias locales en relación con su responsabilidad. A pesar del reproche del Señor a la asamblea de Éfeso –allí los creyentes habían dejado su primer amor– aún pudo alabar lo siguiente: “Conozco tus obras... y que no puedes soportar a los malos” (Apocalipsis 2:2). Al parecer, en la asamblea de Éfeso había algunas personas malvadas, a las que los demás no podían soportar. No se trata del mal, sino de los malvados, de gente mala. La asamblea de Éfeso tenía la responsabilidad de tomar una posición contra tal maldad, y la asumió.
Referencia del Antiguo Testamento
El principio que acabamos de encontrar en el Nuevo Testamento se confirma en el Antiguo Testamento. Pensemos en los porteros, cuyo trabajo consistía en controlar quién entraba o salía de la ciudad o del templo. Y es precisamente en relación con la ciudad de Dios, Jerusalén, que se describe la función de estos porteros. Jerusalén era el lugar donde Dios quería que habitara su nombre, según su promesa. Allí estaba el templo. Allí se adoraba a Dios. Jerusalén, y el templo como casa de Dios, son imágenes sorprendentes de la Iglesia. Los dos versículos citados a continuación muestran claramente que la responsabilidad de una iglesia local es abrir las puertas (es decir, admitir a la persona que desea partir el pan) o cerrarlas (es decir, no admitir a la persona que desea partir el pan). Un aspecto es positivo, el otro es negativo.
1) “Fuerte ciudad tenemos; salvación puso Dios por muros y antemuro. Abrid las puertas, y entrará la gente justa, guardadora de verdades” (Isaías 26:1-2). La apertura de las puertas habla de la acogida de una persona que desea partir el pan.
2) “Puso también porteros a las puertas de la casa de Jehová, para que por ninguna vía entrase ningún inmundo” (2 Crónicas 23:19). El cierre de las puertas significa no admitir a una persona que lo solicite para partir el pan.
Estos son precisamente los principios por los que nos gustaría guiarnos: abrir las puertas cuando el Señor las abre, y cerrarlas cuando él las cierra.
Criterios bíblicos
Ahora surge la pregunta: ¿Según qué criterios se puede admitir a una persona a la Mesa del Señor? En otras palabras: ¿Qué normas da el Señor para admitir a alguien en el partimiento del pan? Hay ciertas condiciones que deben cumplirse, y también hay obstáculos que impiden una admisión. Repetimos: no somos nosotros los que fijamos los criterios, sino el Señor.
Primera condición: la nueva vida
El primer requisito que encontramos en la Palabra es que la persona que participa en el partimiento del pan debe ser miembro del cuerpo de Cristo. Ya vimos que participando en el partimiento del pan damos testimonio de nuestra comunión con el Señor Jesús y entre nosotros. ¿Cómo podría hacerlo un incrédulo, que ni siquiera disfruta de esta comunión? ¡Imposible! “Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo” (1 Corintios 10:17). Y cuando dice: “nosotros”, se refiere solo a los creyentes que viven en la tierra. Cuando dice: “muchos”, se refiere obviamente a los miembros del cuerpo de Cristo. En consecuencia, solo un creyente puede participar en el partimiento del pan. Solo podemos partir el pan con un creyente que ha nacido de nuevo, que tiene la vida de Dios, y que, habiendo sido sellado con el Espíritu Santo, es un miembro del cuerpo de Cristo. Partir el pan con los incrédulos –como lamentablemente se practica en algunas iglesias cristianas– es un acto claramente contrario a la Palabra de Dios. Por cierto, ser miembro “del cuerpo de Cristo” no significa ser “miembro” de una iglesia, congregación u organización concreta. La Biblia desconoce tal asociación. Pertenecer a una comunidad como condición para partir el pan es algo totalmente ajeno a los pensamientos de Dios. Lo primero que hay que saber es si la persona tiene la vida divina, si ha nacido de nuevo.
Es importante resaltar que cuando el Señor Jesús instituyó la Cena, estando rodeado de sus discípulos, Judas el traidor, que no poseía la vida divina, ya había salido. No podemos llegar a otra conclusión si comparamos cuidadosamente los relatos de los evangelios. La invitación del Señor: “Haced esto en memoria de mí”, se dirigía exclusivamente a los discípulos que tenían la vida de Dios.
Por lo tanto, a una persona que desea participar en el partimiento del pan, la asamblea local le preguntará primeramente si ha nacido de nuevo, si tiene la vida divina. Por supuesto, no podemos ver en el corazón. Pero Dios nos da la posibilidad de comprobarlo, porque podemos observar los frutos que produce la nueva vida (Mateo 7:20). El fruto de la vida eterna es, en primer lugar, amar a Dios. Los que aman a Dios desean obedecerle. En segundo lugar, los frutos de la nueva vida se hacen visibles a través del amor a los hermanos en la fe (1 Juan 5:2). Estos son los dos pilares sobre los cuales descansa la nueva vida. Por supuesto, no podemos saber si alguien dice la verdad o no, pero si alguien desea obedecer la Palabra de Dios, podemos constatar que ama a Dios y disfruta estar en compañía de los creyentes. Por ejemplo, si vemos a alguien que profesa haber nacido de nuevo, pero no se preocupa por Dios ni por su Palabra, y prefiere buscar la compañía de los incrédulos, podemos preguntarnos si realmente ha nacido de nuevo. Por supuesto, solo el Señor conoce a los que son suyos, pero nosotros también podemos ver si alguien se mantiene apartado de la iniquidad (2 Timoteo 2:19). Reconocemos la vida divina por los frutos, y luego podemos hacer un juicio.
Segunda condición: la pureza moral
El segundo requisito que nos presenta la Palabra de Dios es que la persona que desee participar en el partimiento del pan no debe andar en maldad moral. La enseñanza de 1 Corintios 5 establece firmemente esta condición. En la iglesia de Corinto había un hombre que había tomado la mujer de su padre. La Biblia define este mal como pecado de fornicación. Además, era una fornicación “cual ni aun se nombra entre los gentiles” (v. 1). La gente del mundo, que rodeaba a los corintios, obviamente se había dado cuenta. Sin embargo, dichos creyentes habían ignorado este mal. “¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción?” (v. 2). Pablo esperaba, pues, dos cosas de ellos: en primer lugar, los corintios debían reconocer la ofensa hecha al Señor cuando tal persona participaba en el partimiento del pan. En segundo lugar, no habían actuado en consecuencia quitando de en medio de ellos a la persona en cuestión; dicho de otra manera, deberían haberla excluido de participar en la Mesa del Señor.
La siguiente explicación confirma el importante principio de que es fundamental saber con quién partimos el pan. Pablo escribió:
¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura
(1 Corintios 5 v. 6-7).
En cuanto a su posición, los creyentes de Corinto no tenían levadura; pero respecto a su andar práctico, habían sido contaminados por el hecho de que un fornicario estaba participando en la Mesa del Señor. El mal causado por este hombre es comparado a la levadura que fermenta toda la masa, es decir, la asamblea de Corinto. Una relación directa con el mal contamina –este principio es bastante claro aquí. En el Nuevo Testamento, la levadura siempre es una imagen del mal que no se juzga, lo cual no puede ser tolerado en la Mesa del Señor, pues todos los que participan en el partimiento del pan serían contaminados por ella.
El versículo 9 nos exhorta a no tener tratos con nadie que sea culpable de tal pecado. Esto se refiere, en primer lugar, a las relaciones sociales en general (según el versículo 11 ni siquiera deberíamos comer con una persona que tenga estos comportamientos), y cuánto más a la comunión en la Mesa del Señor.
El versículo 11 nos aclara que el mal no se limita solo a la contaminación moral. Un creyente puede estar involucrado en otros pecados, además de la fornicación. El versículo enumera toda una lista de ellos, aunque incompleta: avaros, idólatras, maldicientes, borrachos, ladrones. Pero el principio es claro: no podemos tener comunión en la Mesa del Señor con quienes viven en la maldad moral, en pecado. Este punto también debe ser examinado cuidadosamente antes de admitir a alguien en la comunión a la Mesa del Señor.
Tercera condición: pureza doctrinal
Un tercer requisito revelado en la Palabra de Dios se refiere a la doctrina. Una condición necesaria para que una persona sea admitida en la Mesa del Señor es que no sostenga, o incluso difunda, falsas doctrinas. Esto nos lo muestra Gálatas 5. En las asambleas de Galacia se habían levantado hombres que enseñaban falsas doctrinas y sostenían que los creyentes de las naciones debían circuncidarse para ser salvos. Haciendo esto cuestionaban la validez de la obra de Cristo. Pablo denuncia esta falsa enseñanza en términos muy claros, y advierte a los gálatas contra ella. El versículo 9 es enfático en este sentido:
Un poco de levadura leuda toda la masa
(Gálatas 5 v. 9).
Esto nos remite a 1 Corintios 5, donde hemos encontrado una afirmación muy similar en relación con el mal moral. Que el mal sea moral o doctrinal, si es manifiesto y es tolerado por una asamblea local, trae contaminación a todos los que participan en el partimiento del pan. Aquel que por su mala conducta o falsa enseñanza toca los fundamentos del cristianismo no tiene lugar en la Mesa del Señor.
Respecto a esto también debemos observar las instrucciones dadas en la segunda epístola de Juan. Los versículos 9 y 10 hablan de personas que vienen y no traen “la doctrina de Cristo”. Aquí se trata específicamente de falsas enseñanzas relacionadas con la persona y la obra en la cruz de nuestro Señor y Salvador. La exhortación es que no recibamos a tal persona en nuestra casa, ni la saludemos. La razón es interesante: “Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa en sus malas obras” (v. 11). Así que quien saluda a un falso maestro y lo recibe en su casa se identifica con sus malas obras. Recordemos que comer el pan juntos es la máxima expresión de comunión entre nosotros; por eso es absolutamente impensable que una persona que tiene pensamientos erróneos sobre nuestro Señor y su obra, y los enseña, pueda participar en Su Cena.
Las falsas enseñanzas pueden tomar diversas formas, y las encontramos muy extendidas en el cristianismo actual. Tenemos, por ejemplo, a los que niegan que el Señor Jesús es el Hijo eterno de Dios, otros cuestionan su verdadera humanidad. Otros enseñan que el Señor vino en “semejanza de carne de pecado”, y falsamente dicen que él mismo pudo haber pecado.
Mantener sin reservas el pleno valor de su obra en la cruz forma parte de la “doctrina de Cristo”. Si alguien afirma, por ejemplo, que para ser salvo es necesario hacer buenas obras, además de la obra del Señor, esto es fundamentalmente una falsa doctrina. Lo mismo ocurre con la doctrina de la salvación final para todos, la cual proclama que al final todas las personas serán salvas; esto no es compatible con la “doctrina de Cristo”. Igualmente es reprochable la doctrina que afirma que bajo ciertas circunstancias un creyente puede perder su salvación. Tolerar tales doctrinas en una asamblea local es como la levadura que fermenta toda la masa. Es imposible admitir a tales personas a la Mesa del Señor y partir el pan con ellas, aunque sean salvas.
Cuarta condición: no tener asociaciones impuras
La cuarta condición que el Señor nos muestra en su Palabra se refiere, en el caso del culto, a nuestra relación con las demás personas que participan en el partimiento del pan. En primer lugar, aquí se plantea la pregunta: Si un creyente es moral y doctrinalmente puro, no obstante, ¿está contaminado debido a una asociación impura o inadecuada con el culto? La respuesta que nos da la Biblia es indiscutible: ¡Sí! Una asociación impropia, es decir, la comunión en el culto con los incrédulos, e igualmente con los que practican el mal moral o doctrinal, contamina tanto a la persona que mantiene tales relaciones como a la asamblea en la que dicha persona parte el pan. La asociación con el mal trae contaminación; esta es la enseñanza de la Palabra.
Enseñanzas del Nuevo Testamento
Volvamos a 1 Corintios 10. Los corintios se habían vuelto de los ídolos a Dios. Sin embargo, creían que podían participar en los sacrificios ofrecidos a los demonios sin que esto afectara su comunión en la Mesa del Señor. No querían tener comunión con los demonios, pero pensaban que, como parte de su libertad cristiana, tenían derecho a asistir al culto pagano donde se ofrecían sacrificios. El punto central de la enseñanza de Pablo es este: a través de su participación externa en los rituales de los sacrificios, los creyentes entraban en comunión con los demonios que estaban detrás de la escena.
La participación externa en una cosa o sistema refleja la identificación interior con la cosa o el sistema mismo. Los corintios lo habían pasado por alto. Tener comunión, o ser “partícipes con los demonios” (v. 20), y al mismo tiempo manifestar la “comunión del cuerpo de Cristo” a través del partimiento del pan son dos cosas incompatibles. Al utilizar la palabra “comunión” expresamos que a través de una acción externa entramos en íntima comunión con la cosa.
Esto nos lleva al ya mencionado pasaje de la segunda carta de Juan. Saludar y dar la bienvenida a un falso maestro tiene como consecuencia que participamos en sus malas obras, es decir, tenemos comunión con él. Esto no significa que tengamos una actitud positiva hacia su falsa doctrina, afirmándola o incluso adoptándola. Podemos no estar de acuerdo con él, en absoluto, pero expresamos nuestra comunión con la doctrina recibiendo al falso maestro, o incluso simplemente saludándolo. En definitiva, con nuestra actitud demostramos nuestra indiferencia hacia la persona de nuestro Señor, cuya gloria se ve empañada por la falsa doctrina.
La conclusión es que, si tengo comunión con un falso maestro, me contamino, aunque rechace personalmente la falsa doctrina.
Apocalipsis 18 arroja más luz sobre este tema. Aunque no trata de los creyentes en el tiempo de gracia, el principio es el mismo. Dios exhorta a su pueblo a no tener comunión con el mal que reina en Babilonia, y le dice: “Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas” (v. 4). Si no lo hacen, entrarán en comunión con el mal que allí se practica. Los versículos 11 de 2 Juan y 4 de Apocalipsis 18 utilizan las palabras griegas “participar” y hacerse “partícipe”, que significan «tener una parte en común» o «poseer algo en común». La palabra griega utilizada para “comunión” en 1 Corintios 10:16 también tiene este significado. Es la misma palabra que aparece en 1 Juan 1:3, donde leemos que “nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo”.
2 Timoteo 2 precisa aún más este punto. Pablo compara el cristianismo con una gran casa en la que hay vasos para honra y vasos para deshonra. Los vasos para deshonra pueden estar formados por creyentes y no creyentes. ¿Y cuál es el contenido de la exhortación? “Si alguno se limpia de estas cosas (es decir, se aparta de ellas), será instrumento para honra” (v. 21). Aunque en algunos casos sea difícil, es necesario separarse de los vasos “para deshonra”, a fin de no mancharse.
Así llegamos a la siguiente conclusión: Si un creyente asiste a cualquier mesa de la cristiandad donde sabe que se practican, enseñan, e incluso se toleran (es decir, no se juzgan) cosas contrarias a la Palabra de Dios, se identifica con lo que allí se representa, aunque personalmente se distancie de ello.
Esto es la contaminación por asociación, contra la que la Palabra de Dios nos advierte seriamente.
Enseñanzas del Antiguo Testamento
El principio de la contaminación por asociación presentado en el Nuevo Testamento es confirmado en el Antiguo Testamento. Los tiempos cambian, es cierto, pero los pensamientos y los principios de Dios sobre su casa son inmutables. El gran principio es:
La santidad conviene a tu casa, oh Señor, por los siglos y para siempre
(Salmo 93:5).
Josué 7 nos muestra una clara ilustración de esto, aunque más general. Acán había pecado y actuado contra el mandamiento de Dios que prohibía expresamente tomar cualquier cosa del botín de Jericó. Pero, ¿qué dice la Biblia acerca de este hecho? “Los hijos de Israel cometieron una prevaricación en cuanto al anatema” (Josué 7:1). Y Dios dijo a Josué: “Israel ha pecado... y también han tomado del anatema” (Josué 7:11). El pecado de uno se convirtió en el pecado de todo el pueblo, hasta que el mal fue quitado de en medio de ellos. Lo mismo sucede hoy: Si alguien peca y el asunto se conoce, la asamblea debe actuar, de lo contrario también es culpable.
Levítico 7 lo expresa de forma muy concreta; es la “ley del sacrificio de paz”, una imagen viva de lo que hacemos en la Mesa del Señor. Los sacrificios de paz son una referencia a la comunión que expresamos al partir el pan (1 Corintios 10:18). ¿Quién podía comer de la ofrenda de paz? En principio, todo israelita puro podía comerlo (Levítico 7:19), pero había excepciones: “La persona que comiere la carne del sacrificio de paz, el cual es de Jehová, estando inmunda, aquella persona será cortada de entre su pueblo” (v. 20). Se trata de la impureza individual de una persona. Esto lo vimos en 1 Corintios 5 y Gálatas 5. Si alguien tiene un comportamiento moral o doctrinalmente malo, no puede participar en el partimiento del pan.
Una segunda excepción se halla en el versículo 21: “Además, la persona que tocare alguna cosa inmunda, inmundicia de hombre, o animal inmundo, o cualquier abominación inmunda, y comiere la carne del sacrificio de paz, el cual es de Jehová, aquella persona será cortada de entre su pueblo”. Aquí se habla de «tocar». Esto nos hace pensar en la inmundicia por asociación. Un israelita podía estar limpio, pero si tocaba algo impuro, no podía comer la ofrenda de paz. Esto es exactamente lo que encontramos en el Nuevo Testamento.
Citemos además un pasaje del profeta Hageo, quien en nombre de Dios planteó las siguientes preguntas al pueblo: “Si alguno llevare carne santificada en la falda de su ropa, y con el vuelo de ella tocare pan, o vianda, o vino, o aceite, o cualquier otra comida, ¿será santificada? Y respondieron los sacerdotes y dijeron: No. Y dijo Hageo: Si un inmundo a causa de cuerpo muerto tocare alguna cosa de estas, ¿será inmunda? Y respondieron los sacerdotes, y dijeron: Inmunda será” (Hageo 2:12-13). Si ponemos una manzana podrida con nueve buenas, ¿la podrida se sanará? Nunca, con toda certeza las nueve sanas se pudrirán.
El Señor establece, pues, unas exigencias o requisitos para que una asamblea admita o no a alguien en su Mesa, y la asamblea tiene la responsabilidad de cumplirlos. Por un lado, es importante que no añadamos ningún requisito que vaya más allá de lo que la Palabra de Dios nos dice. Y por el otro, tampoco podemos descartar ningún requisito bíblico. En algunos casos particulares necesitaremos mucha sabiduría, gracia y guía del Espíritu Santo.
Otras dos preguntas prácticas
1) ¿El bautismo es un requisito para participar en el partimiento del pan?
El bautismo cristiano se relaciona con nuestro andar individual, mientras que el partimiento del pan se relaciona con nuestra marcha colectiva. Estos dos actos no están relacionados directamente; en el Nuevo Testamento no hay ningún pasaje que los conecte. No encontramos, pues, ningún versículo en el que se afirme que la persona que participa en el partimiento del pan deba estar necesariamente bautizada.
Sin embargo, podemos señalar una conclusión de orden práctico. Una persona que no quiera identificarse con Cristo a través del bautismo y seguir al Señor Jesús, ¿cómo puede compartir los privilegios de los creyentes en la Mesa del Señor? Podemos esperar que quien desee cumplir con la invitación del Señor: “Haced esto en memoria de mí”, se ponga del lado de su Maestro en este mundo y dé testimonio de ello bautizándose. Puede haber excepciones en circunstancias muy especiales. Pero la persona que quiera ser admitida a la Mesa del Señor en una asamblea local, primero debe ser bautizada; este es el caso normal. Por lo tanto, el bautismo siempre precederá a la admisión a la Mesa del Señor.
Sin embargo, la Biblia no alude a que alguien que se bautiza sea admitido automáticamente a la Cena del Señor. Tal procedimiento no aparece en ninguna parte. El bautismo y el partimiento del pan representan, cada uno, un aspecto diferente de la vida del cristiano. El desarrollo normal de un creyente bautizado va acompañado del deseo de participar en el partimiento del pan.
2) ¿Qué edad se debe tener para participar en la Cena del Señor?
La Biblia tampoco da una respuesta directa a esta pregunta. Pero 1 Corintios 10:15 nos da una pista: Pablo introduce sus pensamientos sobre la Mesa del Señor con las palabras: “Como a sensatos os hablo”. La inteligencia, en el sentido de este pasaje, es la capacidad de discernimiento y juicio. Es obvio que los niños pequeños, que aún no tienen esta capacidad, no pueden ser admitidos en la Mesa del Señor. Se debe tener la capacidad de discernir lo que estamos haciendo al partir el pan. Sin embargo, iría más allá de las enseñanzas de la Biblia exigir un conocimiento profundo de los pensamientos de Dios sobre el partimiento del pan.
Además, hemos visto que toda la asamblea local tiene la responsabilidad de admitir a alguien a la Mesa del Señor, o de excluir a alguien de ella. Por consiguiente, quien participa en la Mesa del Señor debe ser capaz de comprender las consecuencias de esta responsabilidad y estar dispuesto a asumir esta responsabilidad colectiva. No es, pues, posible fijar una edad para admitir a una persona en la Mesa del Señor. Esta puede variar dependiendo de la cultura y el desarrollo personal de cada creyente.
Resumen
1) Todos los que participan en el partimiento del pan deben tener la vida de Dios. Es imposible aceptar a los incrédulos en la Mesa del Señor.
2) Quien participa en el partimiento del pan no debe vivir en el mal, pues esto contamina a toda la asamblea.
3) Quien participa en el partimiento del pan no debe dar ninguna enseñanza que empañe la gloria de la persona y la obra del Señor Jesús.
4) Tampoco se pueden aceptar asociaciones perversas, es decir, la comunión de culto con los incrédulos, o con el mal moral o doctrinal.
No descuidemos ninguno de estos criterios, pero guardémonos de exigir algo que vaya más allá de lo que Dios nos dice en su Palabra.