Dos etapas en la vida del cristiano
Leyendo la Biblia o en conversaciones con otros creyentes, tarde o temprano todo el que por la fe acepta al Señor Jesús como su Salvador se verá enfrentado a dos preguntas que le exigirán tomar una decisión: el bautismo y el partimiento del pan.
Todos los que aceptan al Señor Jesús como su Salvador personal y quieren seguirlo, se bautizan. ¿Por qué lo hacen? ¿Qué se expresa en el bautismo? ¿Qué enseña la Biblia sobre este acto? Dichas preguntas surgen cuando aún no hemos sido bautizados, pero también pueden aparecer después. El tema del partimiento del pan constituye una segunda etapa en la vida del creyente. Muchos hijos de Dios en toda la tierra se reúnen domingo tras domingo para partir el pan, en memoria del Señor Jesús y su obra en la cruz. De ahí surgen varias preguntas, a las cuales queremos dar una respuesta bíblica en este libro.
Símbolos tangibles
La época de la gracia en la cual vivimos se distingue de la de la ley esencialmente porque está caracterizada, no por las cosas visibles, sino por las invisibles. Las bendiciones cristianas son espirituales y no consisten en valores materiales, como sucedía en el pueblo de Israel, en la época del Antiguo Testamento. Nosotros vivimos por la fe y no por vista. Aunque Dios puede concedernos bendiciones materiales, nuestras bendiciones son espirituales. Somos bendecidos “con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Efesios 1:3). Son bendiciones que no se pueden asir con las manos ni ver con los ojos, sino que se disfrutan con el corazón.
Sin embargo, en la era cristiana, Dios también nos da dos símbolos visibles (tangibles): el bautismo y la Cena. ¡Cuán bueno es nuestro Dios al darnos algo que podemos entender fácilmente! El agua utilizada para el bautismo, el pan y el fruto de la vid (elementos que nos recuerdan la muerte del Señor) se hallan por casi todas partes en la tierra. El significado y la importancia de estos símbolos es comprensible en cualquier lugar.
Estos dos símbolos tangibles tienen algo en común: hablan de la muerte. El bautismo nos recuerda la muerte del Señor Jesús por nosotros, con la cual podemos identificarnos. Igualmente, cada primer día de la semana, el partimiento del pan nos recuerda la muerte de nuestro Salvador. Él dio su vida por nosotros, a fin de que pudiéramos pasar de la muerte a la vida. Además, en sí mismos estos símbolos no tienen ningún poder oculto o misterioso. El hecho mismo es un acto exterior que no produce ningún cambio en nuestro ser interior. Ni el bautismo ni el partimiento del pan nos transforman en otra persona. Nadie va al cielo solo por haber sido bautizado o por haber participado en la Cena del Señor. Los dos símbolos son externos, pero tienen un profundo significado espiritual.
Además de estas similitudes, también reconocemos dos diferencias significativas entre el bautismo y el partimiento del pan:
1) El bautismo es un acto único, se realiza una sola vez y no se repite. En cambio, el partimiento del pan es un acto repetitivo. Como los primeros cristianos, tenemos el privilegio de partir el pan cada primer día de la semana (el domingo), en memoria de él.
2) El bautismo es un acto personal. Nos une al Señor Jesús, quien todavía es rechazado en este mundo. La Cena tiene que ver con nuestro andar colectivo como hijos de Dios. Por supuesto, también presenta un aspecto personal (véase 1 Corintios 11), pero siempre partimos el pan con otros creyentes, nunca solos. Por eso la Cena del Señor siempre está vinculada a nuestro andar colectivo.