El poder de Jehová se despliega a todo lo largo del libro del Éxodo. Se hallan en él primeramente sus milagros en juicio contra los egipcios (v. 27-36), luego sus milagros en gracia a favor de Israel (v. 37-41). Sin embargo, las terribles plagas que azotaron a Egipto no solo estaban destinadas a espantar y castigar a Faraón. Ante todo, Dios quería revelarse a su propio pueblo mediante señales y prodigios (v. 27; Éxodo 14:31).
“Habló”, nos dicen los versículos 31 y 34, y la cosa ocurrió. Como en el día de la creación, le bastó a Dios una palabra para suscitar los innumerables pequeños agentes de su ira: moscas venenosas, mosquitos, langostas (comp. Hebreos 11:3). Y qué humillación para el hombre constituye ser vencido… por viles insectos.
Israel sale de Egipto después de la Pascua, cambiando su miseria por grandes riquezas (v. 37). Gimió bajo la opresión; Dios lo hace salir con gozo y cántico de triunfo (v. 43). Israel, que trabajó tan duramente, va a poseer “las labores de los pueblos” (v. 44). Y toda esa obra redentora resulta del compromiso que Jehová había contraído con Abraham (v. 42; Génesis 15:13-14). Nada puede impedir al Dios fiel que cumpla con “su santa palabra” (v. 42; Lucas 1:72-73).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"