Somos propensos a dar mucha importancia a las obras y a las labores del hombre (v. 23). Pero, ¡cuán poca cosa es esa al lado de las obras de Dios, testimonios innumerables de su sabiduría! (v. 24). De Él primeramente, y no del trabajo humano, depende toda criatura para su sustento (v. 27-28; Mateo 7:11). No atribuyamos nuestra ganancia a nuestros esfuerzos, sino a su gracia. Sí, “la tierra está llena de sus beneficios”; sepamos notarlos y observarlos. Sin embargo, se puede admirar la creación y gozar de ella sin conocer a quien la hizo.
Cuántos artistas y filósofos han confundido la Verdad con la naturaleza, sobre la que, por otra parte, el pecado ha dejado su impura huella. Contemplar la naturaleza no instruye al pecador acerca de lo que Dios es en santidad, justicia y gracia. Del mismo modo que para conocer íntimamente la personalidad de un arquitecto no basta visitar los edificios que construyó (y que unos inquilinos sin vergüenza tal vez arruinaron); es necesario tratarle, estar informado acerca de su carácter, su familia, sus costumbres…
Así que no lo olvidemos: no somos nosotros quienes descubrimos a Dios, es él mismo quien se revela, no a nuestros sentidos, pues “Dios es Espíritu” (Juan 4:24), sino a nuestra alma. No solo en la naturaleza sino en su Palabra (Salmo 19).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"