El Salmo 68 nos mostró a Cristo elevado al cielo como vencedor, recibiendo dones gloriosos (v. 18). El Salmo 69 nos lo presenta ahora humillado, en la vergüenza y el indecible dolor, debiendo pagar lo que no había robado (v. 4). Ya habíamos visto el mismo orden con el Salmo 21 precediendo al 22 para que nadie se engañe en cuanto a la persona que consideramos luego en medio de semejantes sufrimientos. Aquí, como el arca que abrió al pueblo un camino a través del río Jordán (el río de la muerte), Cristo avanza tomando sobre sí mismo la carga de las faltas, “la insensatez” de su pueblo (v. 5). Se hunde en el lodo profundo del pecado, en la hondura de las aguas del juicio (v. 2); ve el terrible pozo de la muerte que amenaza tragarle (v. 15); pero, pese a todo esto, no cesa de elevar su oración a su Dios (v.13).
La mención del versículo 9 de este salmo en el capítulo 15:3 de la epístola a los Romanos nos invita a imitar a ese gran Modelo que nunca procuró agradarse a Sí mismo ni sustraerse a los vituperios que concernían a su Padre (Mateo 27:43).
También pide Él en el versículo 6 que su prueba no sea un escollo para los creyentes cuando vean en qué angustia fue sumergido semejante fiel.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"