Muy frecuentemente los sufrimientos de los otros nos dejan insensibles (comp. Salmo 69:20). Ello es aun más cierto cuando nosotros mismos somos los que pasamos por las pruebas. Generalmente, en esos momentos, pensamos solo en nuestra propia carga y hasta hallamos cierto alivio al comprobar que no somos los únicos que sufrimos. No era este el caso de Jesús. Pese a que él mismo fue “afligido y menesteroso”, su ruego fue que todos los que buscan a Dios se gocen y se alegren en Él… (v. 4). Ya en el Salmo 69:6 había intercedido: “No sean confundidos por mí los que te buscan, oh Dios de Israel”. Todo su anhelo era que Dios fuese engrandecido y que los suyos se alegrasen en Él (v. 4).
En cambio, la vergüenza y la confusión alcanzarán a los que han buscado su vida; quienes se complacieron con insolencia en su desdicha (v. 2). Pero sabemos que ningún deseo de venganza, como los de los versículos 2 y 3, emanó del corazón lleno de amor del Salvador. Al contrario, en lo más profundo de su dolor, se preocupaba, en su gracia, por los que le atormentaban y pedía a Dios que los perdonara, diciendo:
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen
(Lucas 23:34).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras