Llegará el momento en que todas las pretensiones de los hombres que detentan el poder (esos montes altos del versículo 16) tendrán que dejar el lugar al solo poder divino. La más grande prueba de este no fue su victoria sobre los enemigos de Israel, sino la que Cristo logró sobre Satanás (el hombre fuerte que nos mantenía cautivos) y la de su triunfante resurrección (v. 18; Romanos 1:4). Elevado “sobre los cielos”, el Señor es aquí Aquel que recibe los dones. En la mención de Efesios 4:8-10, Él es quien los distribuye.
Su Asamblea dispone hoy, para su edificación, de esos dones derramados sobre ella por medio del Espíritu Santo (Hechos 2:33). De todos modos, podemos decir:
Bendito el Señor: cada día nos colma de beneficios el Dios de nuestra salvación (v.19)
En verdad, nuestro Dios es un Dios de salvación. A Él le pertenece liberar de la muerte (aunque ese v. 20 se aplica en primer lugar a la resurrección nacional de Israel) y dar a los que estaban sujetos al poder de la muerte una participación celestial y eterna con el Primogénito de entre los muertos, con el Hombre resucitado.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"