Hebreos 1:14 nos enseña que los creyentes se benefician con el servicio de los ángeles, muchas veces sin que lo sepan. Pero, cuando Jacob se marchó de Canaán, Dios en cierto modo quiso presentarle a aquellos a quienes iba a emplear para cuidar de él durante su exilio (cap. 28:12). Ahora, en el momento de su regreso, los ángeles de Mahanaim le dan la bienvenida al país de la promesa. Pero Jacob no está en condiciones de regocijarse por la bondad del Dios que le otorgaba su voto de antaño (cap. 28:20-21). En efecto, su corazón no está liberado del temor del hombre. Si no tiene tras él a Labán, tiene ante sí a Esaú y tiembla ante la perspectiva de encontrarlo. Recurre a la oración (v. 9-12), pero inmediatamente después toma todas las precauciones imaginables, como si verdaderamente no creyese a Dios capaz de liberarlo. ¿No nos parecemos a él algunas veces? Veamos también la actitud servil de Jacob (v. 18, 20), pese a que la bendición de su padre había hecho de él el amo de sus hermanos. Finalmente estemos convencidos de que, en lugar de toda esta «puesta en escena», de todos estos prudentes arreglos, hubiera sido mejor que Jacob pasara a la cabeza de su gente y, confiando en Dios, pidiera con valentía perdón a su hermano ofendido.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"