Después que Dios hubo cambiado el nombre a Abraham, su antiguo nombre de Abram desapareció definitivamente. Pero el nombre de Jacob subsiste hasta el final, y el nuevo nombre de Israel no alternará con él hasta mucho tiempo después de Peniel, signo de que el viejo Jacob, el suplantador, no había terminado de manifestarse. Sin embargo, la gracia divina era evidente para con él y los suyos. Dios había respondido a su oración del capítulo 32:11 inclinando el corazón de Esaú (v. 4). Y, para recalcar que era la obra de Dios, que los regalos preparados cuidadosamente por Jacob no influían para nada en las buenas disposiciones de su hermano, el versículo 8 muestra que este último ni siquiera había comprendido su finalidad. No obstante, vemos reaparecer los temores del pobre Jacob. A Esaú, que quería protegerlo, hubiera podido darle testimonio de su confianza en la protección del Dios Omnipotente; en lugar de eso, se evade con una mentira, pues dice que va a Seir, y va a Sucot. Después de lo cual –todavía peor– se edifica una casa (v. 17) y compra un campo (v. 19), renegando doblemente de su carácter de extranjero. Las consecuencias no tardan: siguen relaciones que ocasionan la deshonra de su hija y la venganza odiosa de dos de sus hijos, triste tema del capítulo 34.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"