Los hijos de Rubén, Gad y Manasés exponen sus intenciones con respecto al altar, y sus hermanos reconocen su sinceridad. Pero, ¿de qué sirve ese altar imponente? ¿Acaso no existe ya junto al Jordán un monumento mucho más significativo: el montón de doce piedras, símbolo de la unidad del pueblo en su posición celestial? (Josué 4). Pero precisamente las dos tribus y media han perdido (como es el caso de tantos cristianos) el pleno disfrute de sus privilegios.
En la cristiandad se han edificado muchos “altares” de gran apariencia. Erigidos según planes ideados por la imaginación humana, en vez de testificar sobre la unidad de la Iglesia, proclaman su fragmentación. Y la legítima indignación de las nueve tribus y media nos muestra cuán en serio debemos tomar la división del pueblo de Dios. Erigir e insistir en grandes principios, aun si estos son conforme a las Escrituras, no puede reemplazar la realidad del disfrute del “país”. El creyente que ha experimentado dicho disfrute no siempre puede ofrecer a los demás muchas explicaciones. Pero sí puede invitarlos: “Venid y ved” (Juan 1:39, 46). “Si es que habéis gustado la benignidad del Señor –dice el apóstol Pedro–. Acercándoos a él… sed edificados como casa espiritual…” (1 Pedro 2:3-5).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"