Esas formidables ciudades caen una tras otra, “ciudades grandes y amuralladas hasta el cielo” (Deuteronomio 1:28). Sus reyes, sus gigantes y todos sus habitantes son destruidos por “Josué, y todo Israel con él”. Fijémonos en la constante repetición de esta última expresión. Evoca la unión indisoluble que existe entre Cristo y los suyos. Esta implica que nuestros enemigos son también, y en primer lugar, Sus enemigos. Nadie puede meterse conmigo sin tener que vérselas con mi Jefe. Dejándolo pasar adelante, solo puedo ser vencedor. Mas, contrariamente, si no lo tengo a él, ya he perdido la batalla. Por eso el enemigo quiere privarnos del contacto (o de la comunión) con nuestro Salvador. Sabe bien que separados de él nada podemos hacer (Juan 15:5), algo que a menudo olvidamos. ¡Qué página más triunfante se inscribe aquí! ¡Quiera Dios que en la historia de cada una de nuestras vidas como cristianos haya una lista parecida de victorias ganadas secretamente con el Señor! Victoria en favor de la verdad, en pro de la pureza, victoria sobre una u otra tentación. Jóvenes, ustedes están en la edad en la cual se presentan más luchas. ¿Forman parte de aquellos a quienes el apóstol Juan puede escribir:
Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno?
(1 Juan 2:13).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"