La promesa de Dios se cumple. “En el tiempo que Dios le había dicho” nace Isaac, quien es figura de Cristo con el carácter de Hijo y de Heredero (Hebreos 1:2). Después de la risa incrédula de Abraham (cap. 17:17) y de Sara (cap. 18:12), seguida de la risa gozosa y agradecida de esta última, acción que da nombre a Isaac (v. 3, 6), oímos la risa burlona de Ismael (v. 9), figura del hombre “según la carne”, el que no puede comprender los consejos de Dios cumplidos en Cristo. Ismael, el hijo de la sierva, representa al hombre bajo la servidumbre de la ley, quien no tiene ningún derecho a las promesas ni a la heredad.
Lo que Sara hace parece inhumano; Abraham lo encuentra mal. Pero Dios lo aprueba, queriendo mostrar así en figura que la heredad pertenece solo a Cristo y que, basándose en las obras, el hombre no posee ninguna parte. Como lo explica la epístola a los Gálatas, los creyentes son “hijos de la promesa”. Como han recibido la adopción, ya no son más esclavos, sino hijos y, por consiguiente, herederos (Gálatas 4:6-7, 28).
La gracia actúa, no obstante, en favor de Agar y de su hijo. Cuando el agua del odre –símbolo de los recursos humanos– se acaba, el Viviente que se había revelado a ella en el capítulo 16 repite su liberación. Él oye incluso la voz de un niño (v. 17).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"