Por segunda vez Abraham niega a su mujer y recibe justamente los reproches del mundo (ver cap. 12). Con frecuencia es necesario que Dios repita sus lecciones hasta que un mal sea juzgado de raíz y confesado. Aquí era una media mentira (v. 12-13). Es algo serio e instructivo para nosotros ver a un hombre privilegiado, que goza de tan gran intimidad con Dios, perder conciencia de su relación y flaquear en cuanto al testimonio. ¡Cuánto más grave es la falta de un hombre piadoso! Escuchemos las tristes palabras de Abraham a Abimelec: “Dios me hizo salir errante de la casa de mi padre” (v. 13). ¡Pobre lenguaje para un creyente! ¿Es todo lo que puede decir del llamamiento del “Dios de gloria” hacia la ciudad celestial? ¡Desgraciadamente, con mucha frecuencia nos parecemos a él! De tanto frecuentar a los incrédulos, un cristiano llega a hablar como ellos. Pero aun durante el tiempo en que Dios enseña a los suyos una lección necesaria, continúa velando afectuosamente por ellos.
No consintió que nadie los agraviase, y por causa de ellos castigó a los reyes. No toquéis, dijo, a mis ungidos
(Salmo 105:14-15).
Dios mantiene la dignidad de Abraham como su representante, el profeta que habla en su nombre (v. 7) y el intercesor a cuyas oraciones responde (v. 17).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"