Los hombres cuyos nombres son dados al principio del capítulo son los que imprimieron su sello debajo del pacto de Jehová. Sabemos que igualmente Dios tiene su sello: el Espíritu Santo. Este es en un redimido la marca de propiedad mediante la cual Dios le reconoce y declara: «He aquí alguien que me pertenece» (Efesios 1:13; 4:30). «Es mío» (comp. Éxodo 13:2 e Isaías 43:1). ¿Puede reconocer de esta manera a cada lector de estas líneas?
Pero, en tanto que sus propios sellos no podían conferir a los compañeros de Nehemías la fuerza para cumplir aquello a lo que se comprometían (comp. cap. 10:39; 13:10-11), el Espíritu Santo, al contrario, es, al mismo tiempo que el sello, el poder mediante el cual el creyente obra según la voluntad divina (Efesios 3:16).
De un solo corazón todo el pueblo se asocia a sus conductores. El conocimiento de la ley, nuevamente adquirido, no es teórico para ellos. Los conduce sucesivamente a la purificación, al respeto del sábado y del año de reposo; luego al servicio de la casa y a la observancia de las instrucciones referentes a las primicias y los diezmos.
Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis
dijo el Señor Jesús (Juan 13:17).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"