Esteban, después de haber expuesto largamente la historia de la gracia de Dios hacia Israel en el capítulo 7 de los Hechos, prosigue su discurso de la misma manera que esos levitas: “¡Duros de cerviz…! resistís siempre al Espíritu Santo…” (Hechos 7:51). La dura cerviz, la nuca que no quiere doblegarse para someterse al yugo del Señor, no caracteriza únicamente al pueblo de Israel. ¡Ni tampoco solo a los inconversos! Todos tenemos en nosotros esa naturaleza voluntariosa e insumisa. Cada creyente, sin excepción, la conoce demasiado bien. Y le es imposible acabar con ella por sus propios esfuerzos. Pero, al mismo tiempo, ¿conoce cada uno la liberación que Dios le concede? En la cruz, habiendo puesto en la muerte esa voluntad rebelde e irreductible, nos dio en su lugar la obediente naturaleza de Jesús. La vieja naturaleza está siempre en nosotros con sus deseos, pero no tiene más derecho a dirigirnos.
¡Como resaltan más todos esos pecados de Israel cuando, como aquí, son puestos en contraste con la gracia divina! Por decirlo así, se duplican en ingratitud (véase Deuteronomio 32:5-6). ¿Y no es también el caso de tantos jóvenes educados por padres creyentes?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"