Muy poco numerosos eran los repatriados de Babilonia con relación a los que habitaban en el país antes de la transportación. Jerusalén, con sus muros reconstruidos sobre sus antiguas bases, solo contaba con un ínfimo número de ciudadanos: entre otros estaban los que habían reparado el muro frente a su casa. Se echa suertes para traer a los que vendrán a repoblar la ciudad y a ellos se agregan los que son voluntarios. Se dan sus nombres. En efecto, Dios honra a los que renuncian a sus campos y vienen a vivir cerca de su santuario por apego a este. No sufrirán pérdida, como lo anuncia el salmo 122:6: “Jerusalén: sean prosperados los que te aman”.
Han sido hechas promesas respecto de la Jerusalén del reino de los mil años (Zacarías 2:4; Isaías 33:20; Isaías 60). Pero promesas más hermosas todavía conciernen a la santa ciudad, la Jerusalén celestial. Dios, quien la ha «dispuesto» para Cristo (Apocalipsis 21:2), también la ha «dispuesto» para los que le pertenecen y han renunciado a poseer aquí abajo una ciudad permanente (Hebreos 11:16). Esa maravillosa ciudad no está hecha para permanecer vacía. Dios mismo habitará en ella en medio de los suyos. Sin embargo, para penetrar en ella es indispensable una condición: haber lavado “sus ropas” por la fe en la sangre del Cordero (Apocalipsis 22:14). ¿Lo hizo usted?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"