La larga paciencia de Dios ha llegado a su término. El raudal de su juicio se vierte sobre la tierra. Si no fuera por el arca que se construía, nada lo dejaba prever. Todo parecía ir bien. El mundo continuaba su curso feliz. Comían y bebían, se casaban y daban en casamiento. No entendieron nada –dice el Señor– hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos (ver Mateo 24:37-39). Un destino tan terrible que alcanzó súbitamente a todos aquellos que no respondieron a los llamamientos de la gracia. Y este relato consignado en la Palabra de Dios constituye, de la misma boca del Señor, la más solemne de todas las advertencias para ponerse en regla con Dios. Hoy cada uno está invitado a tomar lugar en el arca o, dicho de otra forma, a encontrar en Cristo un refugio contra la ira de Dios. Pero, si poseemos en él este lugar de perfecta seguridad, jamás olvidemos que él atravesó, en nuestro lugar, las terribles aguas del juicio divino.
Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí.
(Salmo 42:7)
En medio de ese cataclismo que jamás tuvo igual, Noé y los suyos gozan de una perfecta paz. Así las aguas crezcan o disminuyan, el arca no naufragará… como tampoco el creyente que permanece en Cristo.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"