Las distintas enfermedades que el Señor encontró y sanó son otros tantos aspectos de la triste condición en la cual halló a su criatura. La lepra hace énfasis en la mancha del pecado, la fiebre señala la agitación incesante del hombre de este mundo. El endemoniado está bajo el poder de Satanás, mientras que el mudo, el ciego y el sordo tienen los sentidos cerrados a los llamados del Señor y no saben pedirle. Por último, el paralítico demuestra la incapacidad total del hombre para ir hacia Dios (Juan 5:7). El enfermo no dice nada… solo espera. El divino Médico (v. 12) sabe que una enfermedad mucho más grave roe el alma de ese paralítico y empieza por curarlo de aquélla: “Tus pecados te son perdonados”. ¿De qué tendríamos que preocuparnos más en nosotros y en los demás: de una enfermedad o del pecado?
Después tenemos el llamamiento de Mateo, que es contado por él mismo. Él también formaba parte de esos pecadores por los cuales Cristo vino. Por último, la pregunta de los discípulos de Juan brinda la oportunidad para presentar una nueva enseñanza: los odres viejos de la religión judaica ya no servían para contener el vino nuevo del Evangelio.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"