Jesús entró en este mundo como todos los hombres, es decir, por el nacimiento. A José y María se les concedió un honor especial: fueron elegidos para acoger y criar al Hijo de Dios en su infancia.
Los designios de Dios se cumplen; según las profecías, el nacimiento del heredero al trono de David tendría lugar en la ciudad real de Belén. Nótese que en este evangelio no se habla del pesebre que le sirvió de cuna, y tampoco de nada que recuerde su pobreza. Al contrario, Dios hizo que su Hijo fuera honrado por nobles visitantes: los magos venidos del Oriente. En cuanto a los principales de entre los judíos, ninguno estaba moralmente capacitado para ir a postrarse delante del Mesías de Israel. Además, no deseaban su venida. Esta época fue una de las más tenebrosas en la historia de dicho pueblo. El cruel Herodes, un edomita, reinaba en Jerusalén, violando la ley según la cual ningún extranjero debía ser rey en Israel (Deuteronomio 17:15). A excepción de un pequeño número de almas piadosas, las cuales muestra el evangelio de Lucas, nadie en Israel esperaba al Cristo. Y hoy, entre los que se dicen cristianos, ¿cuántos esperan verdaderamente su retorno?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"