Se nombran dos jueces al principio de este capítulo: Tola y Jair, hombres estimados. Después, la decadencia prosigue aún más. En su extravío Israel se afana por servir a los dioses de los otros pueblos. Entonces, como antes, Jehová emplea enemigos para castigarlo. Esta vez, son los filisteos y los hijos de Amón. El haber adorado a los ídolos de estas dos naciones no es de ningún provecho para Israel. Notemos que las primeras víctimas son las tribus del otro lado del Jordán (v. 8). Son literalmente quebrantadas. Por fin viene la confesión: “Nosotros hemos pecado…” Sabemos que es siempre «el santo y seña» para volver al Señor.
Y, sin embargo, Dios responde con severidad, digamos, hasta con ironía:
Andad y clamad a los dioses que os habéis elegido; que os libren ellos (v. 14).
¡Ah, pues no basta la confesión! También es necesario quitar los ídolos (comp. Génesis 35:2). Es la piedra de toque de un verdadero trabajo de conciencia y el pueblo lo entiende. Entonces oímos esta expresión de consuelo: "Y él fue angustiado a causa de la aflicción de Israel" (v. 16). ¡Qué ternura la de Dios por su pueblo miserable! ¿Sentiría él ahora menos por sus hijos?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"