Jefté se cree obligado a pagar a Jehová, mediante un sacrificio, su victoria sobre los hijos de Amón. ¡Esto es no conocer bien a Dios! Él se complace en bendecir a los suyos y, a cambio, solo espera que le amemos. Él nos salva gratuitamente.
Consideremos la locura de la promesa que hace este hombre. ¡A veces Dios nos deja soportar las consecuencias de lo que decidimos precipitadamente! Cuidemos, pues, muy de cerca nuestras palabras, porque las promesas hechas a la ligera pueden tener graves consecuencias (Proverbios 20:25).
Si por un momento la fe le faltó a Jefté, ahora brilla en su hija, que “era sola, su hija única”, querida por su padre. Su sumisión nos hace pensar en la del Señor Jesús (Juan 8:29). No considera su vida como preciosa y se regocija por la victoria que Jehová dio a Israel. Es obediente hasta la muerte por amor a Jehová, a su padre y a su pueblo. Es una conmovedora figura de Cristo, si bien va lejos en la retaguardia de Aquel a quien representa.
Si la hija de Jefté merecía ser recordada de año en año, ¡nuestro Señor es infinitamente más digno de ser exaltado ahora y por la eternidad!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"