Entre todas las experiencias humillantes del desierto, todavía hay una que Israel debía recordar, y nosotros juntamente con él. Amalec cobardemente se había aprovechado de la fatiga del pueblo para destruir a los débiles y los atrasados. El diablo apenas si se atreve a arremeter contra los cristianos cuyo caminar es confiado y seguro, mientras que los “rezagados” son presas fáciles para él. Sabemos lo que sucedió con Pedro cuando seguía a Jesús de lejos (Lucas 22:54).
El capítulo 26 nos vuelve a introducir en el país. Pero no por eso el pasado queda olvidado. El israelita, bendecido en sus cosechas, debía ir al lugar escogido por Jehová y recordar a la vez su origen miserable y el poder divino que lo había liberado para introducirlo en esta buena tierra. Entonces, como prueba de la bondad de su Dios, debía presentarle una canasta con las primicias de todos los frutos sacados de la tierra que Jehová le había dado y postrarse ante él con el corazón lleno de gozo y gratitud. Bella ilustración del culto que los redimidos ofrecen para recordar su gloriosa salvación y ofrendar a Dios “fruto de labios que confiesan su nombre” (Hebreos 13:15). Como si dijera al Señor con adoración:
Toda suerte de dulces frutas, nuevas y añejas, que para ti, oh amado mío, he guardado.
(Cantar de los Cantares 7:13)
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"